En la primavera de 1921, un joven Josep Pla, de 23 años, llega a Madrid, como corresponsal del periódico catalán La Publicidad. Viene de París donde estuvo unos meses y antes de la pujante y convulsa Barcelona. Su estancia en esas capitales le hace forjar un espíritu que choca con lo que observa y oye en la capital de España. Casi desde el primer minuto Madrid le decepciona. En ella ve la capital del enchufismo, d e los burócratas y funcionarios, donde la ausencia de profesionalidad se salva con filigranas y fuegos de artificios. Cuando volvió diez años después en 1931, con 34 años, observó como «Madrid ha dado un paso adelante considerable». De ambas estancias, especialmente de la primera, Pla escribió sendos dietarios, que fueron unidos en 1966 por la Editorial Destino. Es también Destino quien reedita ahora este 'Dietarios de Madrid' que, como señala David Trueba en su presentación «sirve para ejemplificar en qué consiste escribir, y por qué la literatura permanecerá frente a cualquier signo de apocalipsis».

Pla es ya desde entonces un mirón curioso, un observador permanente de todo lo que desfila ante él. Sigue en fervorosa admiración a Ramón Gómez de la Serna que señalaba que en Madrid no había espectáculo mas verdadero que «el de ver pasar gente».

Pla llega a Madrid y se aloja en la casa de huéspedes La Perla, de calle Preciados, en una habitación con dos camas, una de ellas desvencijada. «Esto es, si se quiere, triste», señala pero con el prestigio de estar a un paso de la Puerta del Sol y nada mas levantarse empieza a tirar de ironía. «A las diez he salido a la calle, con la curiosa sensación de encontrarme en una ciudad en la que mucha gente todavía duerme», y culmina, «en esta villa no es de buen tono levantarse a horas tan intempestivas».

En sus primeros días en Madrid le sorprende el asesinato del jefe de gobierno Eduardo Dato, lo que le lleva a una situación singular ya que la policía sospecha que los autores han podido ser catalanes. Por miedo «decido hablar lo menos posible. La gente cree que soy mudo y a los mudos no se les dice nada, aunque sean catalanes». La Policía va a buscarle y le interroga, aunque lo descartan, paradójicamente «por tener demasiado acento».

Pronto descubre que en Madrid hay una «institución intrínsecamente ciudadana que es el café con leche», que suelen acompañar con lo que « llaman media tostada». «Hay una política de café con leche y una vida social, y una manera de hacer las cosas y de enfocar los problemas y una actitud de los hombres de un café con leche cabal».

Su malestar mas reiterado es ver que «Madrid es una ciudad de funcionarios y burócratas» y relata como se levanta «a las nueve para ver el espectáculo mas enardecedor que le es dado presenciar al ciudadano, el de la entrada de los burócratas y funcionarios en las oficinas De diez a doce, hora de ir a la oficina, Madrid es un funeral».

Como periodista hace frecuentes visitas a los hoteles para informarse y observar su mundo. Para él hay tres hoteles «El Ritz, que es un hotel luminoso y claro, frecuentado en general por gente rica; el Palace, que es un hotel lóbrego con una clientela que aspira a serlo y el Roma, que «frecuenta un importante público clerical y gente vestida de negro», fuera de esto «todo es un tanto incierto».

Pla admira la calle del Arenal, «la calle mas bonita, mas elegante, mas ciudadana de Madrid. Aunque «el Madrid de gran ciudad está sin duda en Recoletos , la avenida «amplia, majestuosa, cabal, es señorial y al tiempo discreta, carente de pretensiones. Es la parte inolvidable de Madrid, lo que tiene de gran ciudad».

Juzga absurdas las comparaciones entre Madrid y Barcelona, pero finalmente lo hace. Y señala que «las diferencias entre Madrid y Barcelona son extraordinarias». En Madrid «lo que mas sorprende es encontrarse una ciudad acabada de hacer, sin ningún vestigio antiguo, sin raíces en el pasado profundo; en cambio Barcelona hunde sus raíces en un pasado fabuloso y lejano. «Mas aun, Barcelona ha sido una ciudad comercial del litoral, Madrid una ciudad cortesana y burocrática, basada en el feudalismo agrario». En Madrid «hay más tono y mas filigrana; en Barcelona, más tradición, más solidez y una gracia de otra índole».

Volvió a Madrid diez años después y observó como «ha cambiado la vida en Madrid que era una ciudad de aspecto acusadamente provinciana, esto ha desaparecido. Madrid tiene todo el aspecto externo de una ciudad moderna, ahora bien esta transformación se ha producido sin dejar de ser lo que ha sido siempre: una ciudad de aristócratas, de funcionarios y de comerciantes».

Es esa posición de «ver pasar» con la que logra el dominio de la escena y le permite sus juicios, y ese despliegue de su gran talento narrativo.