Existen narraciones que abren una ventana en la portada del libro para que quien se acerque a ellas salte y se sumerja en sus peripecias casi sin percibirlo, con una naturalidad que inquieta y se agradece al mismo tiempo. Txani Rodríguez (Llodio, 1977) traza en 'Los últimos románticos' una historia que atrapa al lector en la vida de Irune. Esta mujer, que trabaja en una fábrica de papel en un pueblo industrial cercano a Bilbao, es la protagonista de la atractiva propuesta literaria que ha llevado a Seix Barral a publicar la cuarta novela de esta autora vasca, quien en consonancia con sus raíces familiares consuma intensos periplos estivales en la localidad malagueña de Gaucín.

En 'Los últimos románticos' laten los relojes lentos de las fábricas, los síntomas de la decadencia industrial y el ruido de sables de los conflictos labores. Aunque esta rutina herida de problemas se antoja omnipresente y aporta un consistente telón de fondo sabiamente aliñado por la magia del mundo de los trenes, la autora ha sabido desplegar un complemento que va de menos a más y se hace imprescindible. La fortaleza del relato termina residiendo en una feliz metáfora del papel abierta a múltiples aristas y a todo tipo de interpretaciones.

El papel, en su dicotomía de martirio y tabla de salvación, abriga el alma de la protagonista de tal forma que progresivamente lo va alimentando y desnudando. Y quien piense en las hechuras del corazón del personaje estelar también puede hacerlo en el de la propia escritora que ha urdido semejante microcosmos. El mecanismo que hace funcionar este artefacto narrativo no llega a entenderse del todo sin los ingredientes que salpican la letra herida biografía de la periodista y escritora Txani Rodríguez.

La incertidumbre y el ambiente de crisis que aflora durante el desarrollo de 'Los últimos románticos' puede llevarnos a interpretar que, mientras fue escrita, la narración destiló cierto halo premonitorio. Ahí están las similitudes que apreciará el lector en relación al panorama que ahora mismo respira el ser humano, tras la irrupción de una pandemia que fue la que precisamente retrasó la llegada a la librería de esta novela acogedora y necesaria.

Ante sus páginas, se corrobora que -al igual que le sucede a la protagonista cuando finalmente se decide a expedirle a su convulsa existencia un billete de tren- la espera ha merecido la pena.

Todo lo que se cuenta en este libro quizás venga a recordarnos que, premoniciones o coincidencias aparte, la vida está repleta de situaciones que a lo largo de las décadas siguen reapareciendo como un bumerán para agitar el paso por el mundo de criaturas ficticias como Irune o de seres reales como cualquiera de nosotros.