Hemos sufrido demasiadas muertes en estos meses, tantas que ni salen las cuentas -la muerte en tiempos de pandemia se ha convertido en una estadística tramposa y arrojadiza-. Y han sido tantas que ninguna ha sido tratada con la dignidad que ese trance merece. Algunas sí han sido publicitadas, claro. Una de esas muertes que sí ha recibido titulares y ha estado bajo los focos, aunque tampoco durante mucho tiempo, ha sido la de Carlos Ruiz Zafón. Este escritor catalán era el hombre de los grandes números: publicado en más de 40 países, traducido a más de 30 lenguas, más de 15 millones de ejemplares vendidos de sus obras, y todo en ese plan. No he sido lector de sus novelas, cosa rara cuando solo en España su 'La sombra del viento' (Planeta, 2001) lleva despachados más de un millón de ejemplares, y tampoco tengo muy claro qué fascina a los lectores de sus libros -solo sé que a muchos les ha cambiado la forma de ver Barcelona, capital de toda su narrativa-. Pero tengo muy claro que Carlos Ruiz Zafón es uno de los escritores españoles más importantes de lo que llevamos de este siglo, un siglo ya agostado y ajado con apenas 20 años cumplidos. Y también la impresión clara de que nuestra crítica nunca le miró con buenos ojos. Una ojeriza quizá nacida de ese desprecio tan intelectual al éxito, el mismo éxito que todos desean pero que creemos que nadie merece.