Israel Yehoshua Singer es en sí mismo una rareza singular en el mundo de la literatura. Forma parte del trío de los hermanos Singer. Tres hermanos: Esther, Israel e Isaac, polacos y judíos, los tres se dedicaron a la literatura y escribieron sus obras en yidis, la lengua propia de los judíos centroeuropeos.

Israel, que construyó una sólida carrera literaria, vio truncada su carrera cuando en 1944, con 51 años sufrió un mortal ataque al corazón. Antes había dejado dos grandes novelas: Los hermanos Ashkenazi y La familia Karnowsky y un proyecto inacabado de relatar su vida en tres volúmenes, del que solo pudo escribir el primero. Su hermano Isaac si tuvo una larga vida de escritor que le permitió en 1978 obtener el Nobel de Literatura.

Junto a sus dos grandes novelas, Israel Yehoshua Singer concibió el proyecto de ofrecer en varios volúmenes un retrato de su vida y la de su entorno, desde los años de su infancia hasta la llegada a EEUU en 1933. Serían tres volúmenes. Pero su plan quedó truncado cuando en febrero de 1944 murió de un ataque al corazón. Solo le dio tiempo a escribir el primer volumen. 'De un mundo que ya no está' es este primer volumen que ahora publica la editorial Acantilado. Con un sentido netamente autobiográfico, 'De un mundo que ya no está' narra la infancia del pequeño Singer hasta sus trece años en el shtetl (pueblo) polaco de Lentshin. Visto desde los ojos y la mentalidad de un niño, Singer realiza una vívida recreación de aquellos sus primeros años; una fascinante evocación de su infancia de niño judío en una pequeña comunidad hebrea. Singer era judío, si, pero entonces era sobre todo un niño que ve como su espíritu infantil que ansiaba, como tal, «jugar y correr» choca una y otra vez con el axfisiante ambiente que le rodea de ortodoxia religiosa pura y dura. «En casa todo eran rezos y estudios de los libros sagrados». El ansiaba, como niño, jugar y correr libremente por los anchos prados. Así que los sábados, aprovechaba la siesta de sus padres y «huía como un ladrón, de la prisión de los preceptos y la devoción religiosa» y corría hacia el soleado mundo ese que todos los hombres santos se afanaban en afear a mis ojos, pero solo conseguían hacerlo más atractivo».

El era el hijo del rabino, un hombre dedicado al rezo y al estudio de las escrituras, sin el menor sentido práctico, algo que sí tenía su madre, mujer culta que se esforzaba por mantener el hogar frente al espíritu idealista y soñador del marido. Pero no lo conseguía. Y el pequeño se percataba de todo:

«El nuestro era un hogar sombrío. Por esta razón, desde mi infancia, yo no estaba a gusto en él y prefería la calle. Era una casa de estudio en vez de un hogar para las personas. Además mis padres no estaba hecho el uno para el otro». En su casa «todo era pecado hiciera lo que hiciera». «La Torá se asentaba con pesadez en el ánimo de las personas».

La narración acaba, no sin cierto desapego por parte del niño, con la llegada del año 5666 del calendario hebreo (año 1906) año en el que el Mesías debería de llegar, pues tanto en los versículos de la Torá como en pasajes de la Guemará y otros libros sagrados existían alusiones al año 5666 como el año de la Redención. Pero el último día del 5666 llegó y el Mesías no lo hizo. Todos se sintieron decepcionados y desconcertados por las esperanzas defraudadas. Especialmente su padre, el rabino, al que le torturaba el incumplimiento de los designios de los libros sagrados.