La literatura española no ha gozado apenas de grandes escritores memorialistas, que corran los riesgos de la aventura de recordar y escribir con respeto a lo vivido y con la belleza de convertir el recuerdo en pieza literaria de maestría.

Pero sí hay algunas piezas memorísticas imprescindibles por su originalidad y maestría. De manera prodigiosa destaca 'Memoria de la melancolía', de María Teresa León que ahora, en un trabajo impecable y necesario, vuelve a publicar la editorial Renacimiento.

El nombre de María Teresa León permanece indisolublemente unido al del poeta gaditano Rafael Alberti. Su obra, sin embargo, brilló con luz propia en el panorama cultural español de los años veinte y treinta del pasado siglo, se prolongó en los años de exilio y sigue llameando. María Teresa, con impecable prosa, escribió desde joven novelas, cuentos, teatro, biografías, pero será 'Memoria de la melancolía', escrita en el exilio romano a mediados de los años sesenta, la obra que la consagra como una de nuestras grandes escritoras, aunque casi desconocidas en su país. María Teresa León, posee una prosa hermosa e impecable. Es una prosa cuidada y fluida, de gran belleza plástica que nace de su gran bagaje cultural.

Con melancolía, sí, pero con el espíritu indomable de los que luchan por erradicar los odios e injusticias.

Nacida en una familia 'bien' de Logroño, Maria Teresa adquirió desde joven un fuerte compromiso político y social que nunca abandonó.

Su padre, militar había seguido a Primo de Rivera en su «aventura dictatorial. Mi madre no creía mucho en el ejército español. Agarraba la mantilla y se iba a rezar». Cuando llegó la República «agarró la mantilla y se fue a votar», pero no querían dejarla pues su apellido con de no aparecía en el padrón. No puede votar declararon los comunista. Los muy tontos no sabían que iba a votar por el Partido Comunista. Al fin votó. Se arreglo la mantilla y se fue a la iglesia a rezar para que «Dios diera el triunfo al Partido comunista».

Recuerda la llegada de la República. «Comenzaban los años españoles más claros del siglo XX. Los privilegiados iban a ser otros. España no podía seguir atrasada, pobre, enferma de aburrimiento histórico, con un rey enmohecido en un reino enmohecido».

Se había casado muy joven y tenía dos hijos, pero en 1929 conoce a Rafael Alberti y unió su vida a la del poeta para siempre. Ella siempre fue consciente de la grandeza de Rafael: «ahora yo soy la cola del cometa. Él va delante, Rafael no ha perdido nunca la luz», escribe en sus memorias.

La sublevación del 18 de julio le pilla a ella y al Rafael en Ibiza, «hermosa entre las hermosas isla de Ibiza». Allí, en principio triunfó el alzamiento y la Guaria Civil fue a buscarlos quizá para fusilarlos. Fueron socorridos por un marino contrabandista y su grupo. Pasaron veinte días refugiados en el monte. Después las tropas republicanas reconquistaron la isla y ellos pudieron volver a la península, a valencia .Ibiza, su belleza clara y mediterránea siempre quedará en el recuerdo de María Teresa.

En noviembre de 1937 recibe la orden de Largo Caballero de evacuar el Museo del Prado. Había que trasladar a Valencia los cuadros. «Faltaba madera de entarimar para hacer los cajones de los embalajes y no teníamos camiones, porque cada camión del frente tenía su tarea señalada. Recurrimos al Quinto Regimiento, y a los ferroviarios. Las Meninas, de Velázquez y el Carlos V, de Tiziano estaban en los primeros camiones que salieron. «Empezó una larga noche. El teléfono iba dándonos la situación de los cuadros en cada alto del camino. Al llegar al puente de Arganda fue necesario bajar los cuadros y hacerlos cruzar a hombro, pues eran muy altos y superaban la altura del puente. «Y así en la noche interminable fuimos corriendo desvelados y ansiosos detrás de esos camiones que llevaban algunas de las principales maravillas del Prado». Hasta que la voz de José Renau, director de Bellas Artes anunció al teléfono: «María Teresa, la expedición ha llegado a Valencia en condiciones excelentes».

Luego la derrota y el exilio. Ella intuyó que sería largo. «Sentada en esta tierra de nadie que es el exilio es como si el agua se hubiera retirado de nuestras costas. Y ya no tenemos tiempo para que vuelva la marea. Cuando esto ocurra, cuando el mar sonoro y libre vuelva, nuestros ojos no estarán para ver el prodigio, dormiremos».

Por encima y más allá de la pátina ideológica, la literatura con mayúscula, reina en estas páginas, con una prosa culta, lúcida que arrebata por su enorme belleza y su cuidado estilo.