Es como dejar atrás el sol solitario de Arizona, y entrar en una taberna de frontera a refrescar el gaznate con un trago seco de whisky anónimo. Frente al espejo los ojos escrutadores de un tipo que huye de sí mismo a través de la escritura. Y en ese espejo pero al fondo, igual que si viviesen dentro, el reflejo de tres hombres sentados a una mesa: Owen Wister, Zane Grey y Jack Schaefer. A cada uno se les puede buscar su cabeza por los fabulosos relatos sobre el oeste, agreste, violento, superviviente, con personajes como El Virginiano creado por el primero. Lo mismo que el tipo al que todos esperan y que bate las puertas de media ala entre el pecho y la cadera, y cuya mirada también se encuentra en el cristal de lleno con la del hombre que lo mide, una mano alrededor del vaso, la otra, la que escribe, amartillada lo justo. Es el instante en el que Jon Bilbao y John Dunbar se reconocen. Lo que sucede a continuación sólo se sabrá si uno continúa leyendo Basilisco, el libro faulkneriano fragmentado en ocho historias con tensión y desenlace que terminan siendo partes de un mismo cuerpo: a veces con la apariencia de la osamenta de un cornilargo como tótem de un viejo territorio, y otras como la de una pareja que viaja por una vida desajustada, el encuentro con amigos y la épica del viaje como búsqueda. Dos mundos. La mujer Katharina y siempre dos hombres: el narrador sin nombre que con los años se va pareciendo al escritor que lo mueve entre sus libros, también con ella lo hace, y el antihéroe de un westerns crepuscular conforme su soledad árida avanza entre las historias. Trozos de vidas de las que Bilbao refleja sus páramos, sus naturalezas humanas, sus cicatrices y su frágil aceptación de los hechos desmoronándose, igual que si fuesen acuarelas en movimiento. Lo mismo que si él fuese el dibujante documentalista Clement de uno de los impresionantes relatos.

Todo comienza en Virginia city con la veta Comstock que financió la construcción de San Francisco, dos hermanos que profanan una tumba en busca de una joya y con uno de ellos, John Dunbar, tirando preciso de sus Colts Walker contra los trillizos Tilburg. Sucede con los héroes: el amanecer de fondo los enmarca cuando se marchan dejando atrás un futuro para lo que sienten, mientras abordan delante el desierto, las montañas, desfiladeros, una isla a la que nada un padre con su hija y su sobrina adoptada en mitad de un naufragio donde el miedo, los lazos de sangre, son brazadas de angustia en mitad del oleaje. Espléndida historia sobre la conciencia, lo mismo que la que explora el tiempo de convivencia y sus sombras sin resolver de la pareja en "Silencio cósmico". Presentes en conflicto entre la frustración, el deseo en arrebato que termina en una lista de supermercado, la frustración de no saber lo que uno es y los caparazones emocionales que impiden que dos personas hablen y se encuentren. Y el pasado del lobo solitario al que los Crown y un tal Morrison evocan en sus relatos fronterizos y de ritual como el renacido a la violencia de La Araña, a los mormones en busca de fósiles sobre el Diluvio universal, a la huida con un cadáver del que dignificar su diario. En cada empresa John Dunbar con el revólver dispuesto, a dentelladas de pólvora, sin reparo en la masacre ni en reventarle la cabeza a una prostituta de un balazo ni en defensa de su retiro del mundo.

A Jon Bilbao le gusta notar el peso de las palabras, dejarlas en silencio hasta la víspera, limpiarlas como se limpia un arma por fuera y por dentro, y con su lenguaje armar diálogos humanos, fraseos en duelo, atmósferas y situaciones al límite entre los paisajes y la supervivencia como ejes del western de Anthony Mann, y las aristas psicológicas que exploraban las de Hawks. Espíritus, junto con el de los tres tipos del principio, que Jon Bilbao hace sobresalientemente suyos, y los enriquece con armónica literaria en este soberbio libro en el que engrandece cualquier camino del relato, y nos regala el viejo western del que somos jinetes solos, y en su rastro.