'Conversación sobre Tiresias' es una obra de teatro. Un monólogo breve donde el propio Tiresias cuenta su evolución como personaje a lo largo de la historia de la literatura. En un lenguaje coloquial, cercano, se dirige al espectador, al lector, y recorre desde las diferentes versiones sobre su origen hasta las manifestaciones más recientes, Pier Paolo Pasolini y Primo Levi. Con un guiño a Woody Allen y su Poderosa Afrodita.

Camilleri hace un ejercicio de síntesis que permite, a cualquier persona con un mínimo de curiosidad acercarse a este personaje, Tiresias, que, según él mismo cuenta, nació en Tebas, fue hombre y mujer para luego volver a ser hombre y quedarse ciego por desagradar a una diosa, Hera. Aunque, como él mismo reconoce, hay otra versión de su ceguera: fue la diosa Atenea quien le castigó por ser un «mirón insaciable».

Sea como fuere, lo que sí parece demostrado es que Zeus, para compensar, le concedió el don de la adivinación. Y que el mismo Zeus, que estuvo trescientos años abrazado a Hera, discutiendo con ella quien goza más en el acto sexual, ¿el hombre o la mujer?, se niega a retirarle esta «capacidad profética» que tanto le hace sufrir porque «... el futuro de los hombres y las mujeres casi nunca es un futuro feliz. Está, por lo general, lleno de amargura, de dolor, de enfermedad, de muerte. Son escasísimos los momentos de felicidad. Y al verlo de manera tan clara, tan nítido y presente, aquel futuro se difuminaba, se me metía en los adentros, me contagiaba, me permeaba». Mejor no saber, viene a decir. Y Zeus le contesta «Lo hecho, hecho está» y le aconseja que se esconda del mundo.

Y Tiresias lo hace. Se marcha a vivir al Citerón, que es un monte del que ya nos ha hablado, en un bosque espeso «que tenía en lo más profundo una gruta solitaria». Eso sí, cuando cree que Tebas corre peligro sale de la gruta. Y luego, Edipo, el rey de Tebas, al que yo sólo conocía por Freud, como muy bien advierte el propio Tiresias.

Esto es sólo el principio. A partir de aquí, entran en escena Ovidio y Horacio y hasta Dario Argento. A algunos los critica, más o menos, según lo que hayan escrito sobre él. Séneca y Dante también tienen su momento. Y Virginia Woolf. Su complicada Orlando que, según Tiresias, nuestro Tiresias, versión Camilleri, «inspirándose en mis asuntos, recorre de manera precisa mi vida y escribe una obra maestra absoluta».

La principal virtud de este texto es que salta de un autor al siguiente, de una anécdota a otra, sin necesidad de demostrar lo mucho que Camilleri ha leído. El lector se divierte y comprende, con la excusa de un ajuste de cuentas, a uno de esos personajes que, muchos, espero, sólo conocíamos de oídas, víctimas de, en palabras del propio Tiresias, «... el espíritu de los tiempos, un espíritu escéptico e irreverente que deja atrás buena parte de la cultura del pasado; acaso pesca de aquí y de allá algunos asuntos, pero los reescribe totalmente y, a veces —como en este caso— incluso de manera satírica».