Empieza hablando un perro. Los perros, al menos los que vivían en Moscú a finales de 1924, sabían leer. Son las reglas del juego. «Aprender a leer no tiene sentido si el olor a carne está a menos de una versta. Con todo, si vive usted en Moscú y tiene algo de seso en la cabeza, quiera o no quiera acabará sabiendo las letras y, encima, sin ir a curso alguno. De los cuarenta mil canes moscovitas puede que solo alguno que sea completamente idiota no sea capaz de juntar las letras de la palabra salchicha». ¿Seguimos hablando de perros? Este perro no es muy agraciado. Y tiene hambre. Por eso sigue al doctor Filíppovich hasta su casa. Porque le da de comer y porque «con terror un animal no puede hacer nada, no importa a qué grado de desarrollo haya llegado. Es algo que he afirmado, que afirmo y que afirmaré. Algunos piensan en vano que el terror va a ayudarlos», dice el doctor. No habla de perros. En las siguientes páginas, demasiadas, hay un debate sobre la propiedad privada. Aparecen otros personajes: el servicio, otro doctor que es ayudante del primero, el camarada Schwonder.

Schwonder le quiere quitar sus privilegios al doctor. Mientras, el perro se ha acostumbrado a los privilegios de vivir con el doctor. «Soy un can señorial, una criatura de la inteliguentsia, he saboreado una vida mejor. Además, ¿qué es la libertad, la voluntad? Pues eso, humo, espejismo, ficción... Un delirio de esos demócratas desdichados...»... Es un perro. Pienso en el título: 'Corazón de perro'. No quiero sacar conclusiones.

En la mitad del libro, sucede: «se ha extraído previa trepanación de la tapa del cráneo la glándula pituitaria, la hipófisis, que se ha sustituido por la humana». El objetivo es «...esclarecer la cuestión de la capacidad de adaptación de la hipófisis y, posteriormente, su influencia en el rejuvenecimiento del organismo de los hombres».

Resulta que «el cambio de la hipófisis no supone el rejuvenecimiento, sino la total humanización». Buen giro, aquí empieza lo bueno. El perro, camino de ser hombre, o el hombre que deja de ser perro, aprende una palabra nueva: burgueses. Blasfema. Afortunadamente, Bulgákov no pierde el tiempo con los efectos especiales. El perro, ya sabía leer, llega a la correspondencia de Engels con Kautsky por recomendación de Schwonder. Seguro que hablan de Marx. El doctor preferiría que leyese a Spinoza. Percibo cierto tufo moralizante. La sátira la prefiero lúdica, burlesca. El hombre, que era un convicto borracho y pendenciero, no aprovecha su segunda oportunidad. La hipófisis es la hipófisis parece decir esta novela, un amago de Frankenstein que explora temas como el servilismo, la fidelidad, la ambición y la ingratitud con una premisa clara: existe una supremacía no sólo económica sino moral. Y es mucho mejor que las cosas sigan como están. Como tiene que ser.