La saga de novelas que protagoniza la pareja de guardias civiles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, iniciada hace más de veinte años con la publicación de 'El lejano país de los estanques', cuenta con una fiel legión de lectores que ha ido creciendo exponencialmente a cada nueva entrega. Además de situarse entre los mejores exponentes del género policiaco en España, los casos investigados por este dúo sirven a su autor, Lorenzo Silva (Madrid, 1966), para trazar un lúcido retrato de la España de estas últimas décadas. La judicatura, la política, el estamento militar, el mundo de la empresa o el ámbito de los medios de comunicación han aparecido siempre de forma recurrente en sus páginas, con sus luces y sombras. Silva además es abogado de profesión y conoce el funcionamiento de los cuerpos policiales, lo que ofrece una gran verosimilitud a los procedimientos seguidos.

En 'El mal de Corcira', décima novela de la saga (aunque hay además otros dos libros de relatos cortos), el subteniente «Vila» está ya en mitad de la cincuentena y su hijo es también guardia civil mientras que la brigada Chamorro pasa de los cuarenta. A estas alturas, el escritor madrileño ha visto oportuno echar la vista atrás y abordar los inicios de Bevilacqua en el cuerpo como agente en el País Vasco en plena lucha contra ETA, entre finales de los 80 e inicios de los 90. De este capítulo de su vida, los lectores apenas teníamos referencias en los libros anteriores. Silva salda ahora esta «deuda pendiente» con la novela de la saga más extensa hasta ahora (540 páginas) y con una historia que enlaza una investigación del presente (el asesinato en Formentera de una persona condenada en su día por colaboración con ETA) con el trabajo de Bevilacqua hace 30 años en la lucha antiterrorista. Un libro que, según confiesa el autor, sólo ha podido acometer tras dialogar a lo largo de los últimos años con muchos de los que vivieron en primera línea aquella época de plomo.

Abordar la visión de lo que fue el terrorismo en España sigue siendo un tema muy espinoso todavía hoy, a pesar de que la estrategia de los violentos fuera finalmente derrotada hace ya algunos años (debido en gran parte al incesable trabajo de la Guardia Civil) y de que la propia ETA decretara su definitiva disolución en 2018. Silva ofrece un relato profundo, que delimita claramente a los que fueron víctimas de los verdugos, que niega fundamento a cualquier reivindicación ejercida a través de la violencia y que describe el asfixiante entorno social impuesto por los terroristas. Y sin embargo, Silva ahonda también en las sombras de la titánica lucha contra ETA y en claves de futuro, resaltando por ejemplo que hubo casos de tortura policial que nunca han sido reparados, o apostando por que, ya con la organización desarmada, la política de dispersión de presos que han mantenido los sucesivos gobiernos pueda ser revisada.

Como siempre, todas estas reflexiones salen de la boca de Bevilacqua, convertido en todas las novelas en un alter ego del autor. El «Vila» de 'El mal de Corcira' es una persona a la que los años le han dado la sapiencia de saber lo que se puede arreglar y lo que no, y que se muestra perplejo del daño que el hombre sigue siendo capaz de infligir a sus semejantes cuando parte de posiciones maniqueas. No por algo, el título de la novela se inspira en la guerra civil que se vivió en el siglo V antes Cristo en la actual isla griega de Corfú, y de la que tenemos constancia gracias a Tucídides.