Afuera del tiempo hay una playa en blanco en la que se atreven a escribir la memoria y las olas. Evocaciones, imágenes, estampas de óleo frágil donde a los recuerdos se les debe algo. En esa página delicada, desnuda bajo un azul como promesa, sueña Ernesto Calabuig sus relatos alemanes que tienen mucho de origami. Porque son de personas que se reconstruyen doblando sus esquinas, intentando obtener sus alas, quedarse de pie, echar a volar en los brazos de un desconocido o en espera de su hermosa metamorfosis. Da igual si sucede en la habitación de un hotel en el que aguarda un fantasma la muerte que le mostró la guerra; en una orilla donde se posan las gaviotas heridas; en un mar sobre el que verter la copa de vino de un poema; en un tren hacia un final inesperado en sentido contrario al hombre de pantalones blancos recogidos paseando por la playa en la que una mujer se cita con un amor Camus para incorporarse dulce a la vida. Estos son algunos de los territorios y de las criaturas de ficción con los que Ernesto Calabuig engarza diecinueve cuentos que son como las perlas de un collar que colocarse al cuello en una madrugada de espuma bajo la Osa Mayor. Si el lector se los lee bien descubrirá que cada perla es una pequeña luna blanca en cuyo interior late la misma puerta de casa después de que crezcan los niños; un hotel acristalado en el que toca música la lluvia, la voz de La Traviata; un nenúfar Takanawa; un boxeador que se faja sin importarle no sacar el golpe de una mano; una canción de Supertramp; un poema de Gabriel Celaya; una mujer que se llama como la exquisita editora de estos cuentos; el escritor Pepe Cervera que jura haber visto en la puerta de una discoteca a Parménides y a Heráclito en camiseta de tirantes; un ciclista en etapa hacia la muerte sobre el asfalto. Hay más y todos pueden agitarse con una sola mano, suavemente, cerrando un segundo los ojos para escuchar de fondo el susurro en alemán del destino, y entonces en el interior de cada uno de los cuentos de Ernesto Calabuig la poesía sucede.

La playa y el tiempo es así de plural, de unísono y de delicado. Un libro para escapar un instante breve, como breve es el aliento de sus piezas que engañan porque al final continúan sus historias, del mundo del que este escritor traduce a lápiz la atmósfera entre palabras, la jugada apropiada de la trama, la sonoridad de un vocablo con tres tés como vértices de un triángulo, la conciencia del escritor que viene a ser en muchos casos un lutier de palabras y movimientos a los que mover con cinco dedos a la derecha, cinco dedos a la izquierda. Corre Belmondo por las calles de Marsella. Suena Morente por encima de todas las cosas. Una mujer renace en una boca sin nombre entre las dunas. Dos amantes incapaces de traducirse lo que sienten. Da paso el miedo a la experiencia de lo vivido. El duende de tocar flamenco sin partitura. Joan Margarit lanzando al aire un poema como si fuese un avión en la noche. La duda de cómo traducir un dibujo. Leonard Cohen y su anciano maestro Zen. Ella ríe, en muchos de estos relatos desde que sucede el primero ella ríe o lo intenta. Cinco dedos a la izquierda, cinco dedos a la derecha, Ernesto Calabuig sin perder el ritmo sosegado pero mantenido, y poética la literatura de estos cuentos acerca de las relaciones, de la búsqueda de nosotros mismos, de la levedad de la memoria, de la melancolía y de la vida, de las certezas a esa edad en la que muchas cosas empiezan a ser ex.

Apuesta desde sus inicios la editorial Tres hermanas por libros sensibles, sutiles, de escritura atenta, sentimentales en la evocación que acontece como conversación con el paso del tiempo, las pérdidas, las esperanzas, la reflexión necesaria como una oportunidad de superarse, de seguir creciendo, de construir el instante como un todo en el que todo es posible que suceda. Degustarlos es un regalo a uno mismo, igual que esta playa en la que el tiempo se pone Calabuig.