Un beso muerto por un disparo. Una bala perdida entre la espalda del pasado y el presente a punto de echar raíces de remolacha. La guerra entre Francia y la Sexta Coalición se cobra su última víctima en un mercado de paz donde Europa huele a pan recién hecho, a cerveza blanca, a tierras de labranza, donde la preparación de un entierro descubre el frío recién muerto de un joven militar prusiano. Después de las batallas que los siglos dejan atrás ningún soldado duerme solo y a su lado, más allá, como en una enigmática suma que crece en proporción matemática, emergen jóvenes uniformados cada uno bajo el águila de sus banderas, diferentes rostros, rojo el mismo botón de más en sus guerreras. Soldados como el de Rimbaud, muertos entre las flores del valle; bocabajo en los humedales del Somme o en los campos de Szonde. Da igual si Verdún, si Maguncia, si Kunesrsdorf, con sus 18 mil prusianos en la edad de los sueños y del amor, si Tollense ocurrida alrededor del año 1200 a.C. en las orillas del río del mismo nombre en el actual estado alemán de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, son los nombres de las contiendas que construyeron Europa. La patria de patrias, unas naciones pequeñas y tres potencias grandes depredadoras, conformadas contra las otras, sobre la que narra Vicente Luis Mora una sobresaliente metáfora sobre la identidad individual frente al destino natal; la imposibilidad de hacer invisible el horror y los cambios que propiciaron las revoluciones que dieron lugar al absolutismo ilustrado de la obediencia civil, promulgado por Carl Gottlies Svarez, y al despotismo económico burgués. De fondo, la madre María de Europa y el romanticismo de Schiller y Goethe.

Nunca las novelas de Vicente Luis Mora son meras ficciones de género, sustentadas con su habilidad para crear ambiciosos personajes en sus sombras, ideas y acciones - igual que lleva a cabo en 'Centroeuropa' - XIII Premio Málaga de novela- con el protagonista Redo y su amigo Jako Moltke- y en la intriga de las tramas que administra en torno a una definida poética, muy vinculadas generalmente a la rebeldía, la impostura y la crítica moral. Lo político, lo social, la Historia y lo metaliterario - Josep Roth, Pawel Pawlikowski, Zweig- son ingredientes con los que disfruta enriqueciendo de cultura y de interesantes veneros el cauce de sus novelas. Su aliento de lenguaje también destaca en esta historia que se mueve con ritmo de literatura centroeuropea, lento como la corriente del río entre castores, como la huella firme de los carros en los caminos de sangre y barro que condujeron a la desembocadura del Estado moderno; excelso de una narrativa paisajística que evoca a Caspar Daniel Friedrich, al francés John Everett Millais, y donde es muy importante la atmósfera interior de lo que no cuenta el lenguaje pero se intuye. Su equilibrio es brillante en el relato del extranjero que reivindica la propiedad de unas tierras en las que convertirse en el primer agricultor libre del pueblo, emprender su futuro y enterrar el cuerpo de su esposa. Sabrá enseguida el lector, al que interpela en su confesión rousseauniana, que el protagonista procede de un burdel austriaco, que está ejecutando un plan y que los soldados de la reciente guerra y de otras son como los cantos de los pájaros en un bosque.

Los demonios interiores. La brujería. La burocracia política y la administrativa. Dos maneras de concebir el estado y el mundo. Los gigantes de Potsdam de Federico Guillermo III de Prusia. La taberna de Wreech donde suceden acuerdos. El amor imposible. Las confesiones por escrito. El pacto de los secretos. El sueño de ver una gran Alemania. El alcalde Altmayer. El barón Geoffmach. Los libros de botánica de Hans. La métrica de los árboles de Schiller. La huida de un duelista. Un continente en metamorfosis. La Historia a pie de página, la otra que resulta de los juegos borgianos. Las distancias de la belleza, los pliegues de la realidad, el mestizaje de la identidad poliédrica y sin embargo los nacionalismos en permanente combate reivindicativo de lo puro. El guiño al Orlando de Virginia Woolf. Nudos que se van pespuntando en torno a la imposibilidad de enterrar la verdad mucho tiempo, y que el pasado siempre tiene espantapájaros que no recuerdan lo que somos.