Steve Walsh, el vocalista de Kansas, canta al son del violín de Robby Steinhardt. Era el 21 de enero de 1990, Bernado hizo el brindis fraternal en el cumpleaños de Clara, el 30, que reunía a todo el Clan en la casa de Fontanar, en La Habana. A los sones de la letra: «Todo lo que hacemos se desmorona al suelo, aunque nos neguemos a ver. Polvo en el viento. Todo lo que somos es polvo en el viento», (All they are dust in the wind). Es verdad que somos polvo en el viento, brindó Bernardo, «pero con muescas y cicatrices... estamos juntos, porque Clara ha sido el imán que nos ha mantenido apretados, como el Clan que somos».

Con 'Como polvo en el viento', ya en su plena madurez literaria, con todas las claves de lo que ha supuesto la Cuba de Castro, Leonardo Padura firma aquí la gran novela del exilio cubano, pero también la del interior, con el retrato especial de La Habana, la ciudad de los grandes contrastes.

Los del Clan son un grupo de amigos, todos ellos jóvenes brillantes que han iniciado ya su andadura como arquitectos, matemático, neurólogo, ingenieros... Jóvenes que habían creído en la revolución cubana, pero cuando ésta sólo les devuelve exigencias de sacrificio y estrecheces, verán tambalearse esos principios y deberán enfrentarse a un cambio de destino.

Es entonces, después de aquel treinta cumpleaños, que todo se precipitó y comenzó «la gran dispersión» que llevaría al exilio o a la destrucción a todos los miembros del Clan, salvo Clara y Bernardo.

«Qué coño les había pasado», preguntaba Bernardo. Durante sus mejores años de juventud habían compartido actos de complicidad, habían tenido empuje y sueños mientras explotaban sus capacidades, y se hacían más aptos para entregar a la sociedad el fruto de sus esfuerzos y conocimientos, pero la dispersión se inició para desintegrar aquel grupo. La vida los llevó a Barcelona, a Buenos Aires, a Madrid, a Nueva York, a Miami o a San Juan de Puerto Rico.

Cuatro años después, 1994, con el exilio ya girando, pero reunidos de nuevo, Bernado respondía a todos: «Nos ha pasado todo. Nos ha pasado que perdimos. Este es el destino de una generación y así vamos de derrota en derrota hasta la victoria final» .

Dario, neurocirujano, se movía empujado por su visceral necesidad de alejarse de lo que había sido; Fabio y Liuba, los arquitectos, eran eternos enmascarados, oportunistas necesitados de representatividad algo de poder y beneficios e incapacitados para soportar una vida de rigores; Horacio, el físico, se movía proyectado por su inconformidad existencial, necesitaba un espacio para pensar, creer, trabajar: Irving quería escapar de su enfermedad crónica: el miedo. Y Elisa, huyó de todo, sin querer dejar rastro.

Treinta años después en la Nochebuena que los volvió a reunir a modo de despedida de Bernardo aquejado de un cáncer terminal, el propio Bernardo señalaba cual era, a pesar de todo, esa victoria final, «algo que nunca cambió, una ganancia que nunca perdimos» y que les salvó. Y esa ganancia victoriosa fue «la fraternidad». Y ahí resurge la figura de Clara, «el imán que siempre nos atrajo», y ello a pesar de que todos ellos eran, como todo en la vida , dust in the wind (polvo en el viento).

La historia es finalmente un canto a un espíritu en el que Padura cree con firmeza, el de la fraternidad y la amistad, el de las lealtades de siempre, como elementos de supervivencia. Es el relato de la victoria de las personas y sus convicciones, por encima de otros ideales generales. Y ello pese a que todo lo que somos es polvo en el viento, pero polvo enamorado (Quevedo, dixit).