A Alberto Manguel le han prometido un pisito en Lisboa, y allí se va a llevar los 40.000 volúmenes de su valiosa biblioteca personal. Además, el Ayuntamiento de Lisboa parece que le ha ofrecido la dirección del futuro Centro de Historia del Libro. Y me parece muy bien. Lo que no me parece tan bien es que esa biblioteca no haya encontrado casa en España. Desde 2015, esos libros permanecen escondidos en un almacén en Montreal, y Menguel ha recibido en estos años varias ofertas para que los mudara, pero ninguna vino de nuestro país. El autor argentino va a estar cómodo en Portugal, eso ni se duda, pero tampoco habría pasado tan malos ratos en Madrid, Barcelona o, por qué no, Málaga -alguna que otra vez se ha pasado por nuestra ciudad, aunque el que tuviera que soportarme como compañero de café podría explicar que no vuelva-. El proyecto lisboeta, que van a presentar en su Feria del Libro, no es ninguna tontería. Lisboa quiere afianzar su condición de ciudad literaria, y gestos como este de Menguel indican que los gestores de allí se lo toman en serio. Por desgracia, me cuesta imaginar a nuestros políticos presentando como un triunfo la compra de libros. De hecho, nuestras administraciones públicas cada vez compran menos libros, y tampoco parece que eso genere inquietud en nuestra opinión pública. Somos una sociedad alérgica a la lectura, demasiado reacia y perezosa como para intentar que el hábito de leer forme parte de nuestra vida en común. Quizá sea verdad que queremos un cambio en nuestra sociedad, que todos sepamos que algo no va bien, pero me temo son muy pocos los que creen que quizá podamos encontrar alguna ayuda en los libros.