El reverso y el anverso de la vida. He aquí una vieja excusa para un cuento. No hace falta lanzar al aire una moneda de medio dólar y empezar de cara. Es mejor que el lector, ella/él, imagine que está delante de uno de los cuadros narrativos de Edward Hopper y tiene que averiguar lo que cuenta, lo que esconde, lo que él/ella tiene que ver con la historia que contempla. Incluso que puede habitar si se lo propone. Después de todo, el lector, ella/él, ha de ocupar un sitio dentro del libro que Javier Morales ha compuesto como un mapa con acantilados; cementerios donde los muertos son fantasmas de nuestro tiempo; vidas cuyo latido marcan las manecillas de un reloj de un pared, y del que al final de su lectura, el lector, él/ella, habrá aprendido una forma de estar. Y sobre todo Literatura. La de verdad, no la que se replica en estribillo, aquella que se te queda entre las yemas de los dedos y sobre su cicatriz uno se pregunta cuando se relee a sí mismo. Esta es la propuesta limpia, honesta, emotiva, sostenida en una prosa intimista de los «tranches de vie» reunidos en 'La moneda de Carver' de Javier Morales, publicado por el Reino de Cordelia que en este libro apuesta por la república de un género al que su autor homenajea, haciendo de sus maestros el hilo de Ariadna para sus tramas a medias. Las que parten de ellos, las que Morales completa desde una brillante relectura escrita, sensible, sin trampas, abierta, interrumpida. Hay veces que el lector, ella/él, quizás tenga la sensación de estar en el Rijksmuseum de Ámsterdam o el Centrum Delft intentando distinguir si el Vermeer que el escritor está pintando es una copia del original que tiene en frente o si es el lienzo auténtico de la realidad en la que siguen ocurriendo cosas que en el expuesto no se ven.

Carver. Chejov. Cheveer. Munro .Gabriel y Galán. Samuel creciendo como escritor desde un campo de tabaco negro a punto de que el rubio de Virginia lo convierta en un tablero de ajedrez quemado al sol, con el humo muerto y un equilibrista frente al jaque de sus andanzas. Y ella, de nombres que no se nombran y de otros de los que apena importa que lo tenga, construyendo su identidad igualmente a través de la literatura con libros que llevar como pasaportes en el bolsillo o en el bolso, con la presencia tutelar de sus maestros -parecen en muchos de los cuentos aquellos ángeles invisibles, poéticamente filosóficos y de melancólica madurez al borde de otro destino, de Wenders en 'Cielo sobre Berlín'-. Los dos, anverso y reverso de género y del mismo género, contándonos casi confidencialmente acerca de sus pérdidas y vacíos, de sus ficciones resueltas, de ciudades que se recorren con los versos de Ángel Campos Pámpano, lo mismo que con sus semillas de nieve es menos doloroso despedirse de una madre. También nos narran de periodistas de viajes fascinados por los ríos; del paisaje de una tierra, que cambia según las edades pero nunca su luz, de la que uno se marcha; de la existencia sin contratiempos de un matrimonio que huela a toallas usadas; de libros de poetas, de aquellos que se destripan en talleres literarios con profesores que tallan -este libro seria obligatorio en ellos-; de un perro a partir del que enamorarse al aire libre; del grito de un columpio y del frío húmedo que penetra en los huesos como autopsia de una pareja embalsada; de un beso guapo pero aburrido como amante; del pasado de pilotos británicos que bombardean un submarino alemán. Del tipo que se escapa de Cheveer para caminar por los tejados visitando casas; de Carver, magnífico este relato -aunque es innecesario su exceso biográfico- delante de la tentación de un trago en la barra de un bar donde una aprendiz de escritora se lleva su decisión como amuleto.

Ella/Él. Samuel y sus nombres, evocando instantes, desencantos, secretos que se intuyen, el presente de paso, contándonos sobre algo parecido a la felicidad y la búsqueda de un nuevo yo entre las sombras de las que somos. Javier Morales convirtiendo sus buenos e impresionistas cuentos en habitaciones de hotel donde la literatura sucede, y con ella disfrutamos entre las páginas.