El rojo es un color que nos atrae y nos alarma. Tiene su intensidad mucho significado de lo que somos: pasión, urgencia, peligro. Su simbología para los alquimistas era el símbolo del progreso; los cherokis -en el fondo todos somos indios frente al séptimo de caballería del capitalismo- lo consideraban el fuego sagrado interior, y en nuestra cultura el rojo es la luz de lo prohibido, el tono que marca el fracaso de nuestra economía personal o el trazo que convierte a las personas en bajas excluidas de cualquier balance de la sociedad. Es el rojo un color que deja un polvo de tiza entre los dedos con los que se pueden contar las veces que se tiene miedo, que abrimos la puerta de la rutina o giramos la llave que abre una inesperada realidad; los momentos en los que escribimos la seducción en una tecnología sin rostro; aquellos en los que la mano se agita en alto, al frente o hacia atrás para intentar una protesta en legítima defensa o despedirnos de lo que ya nunca más será nuestro. Acerca de todo esto fabula lo real Isaac Rosa en un libro de cuentos que viene a ser una pizarra de nuestra sociedad, en la que reúne sumas y restas sobre la certeza de la derrota, la conciencia de la rebeldía, la convicción en una justicia poética que en ocasiones nos salva o nos mantiene los sueños en pie, aunque sea a la pata coja. Cincuenta historias en las que están presentes los temas de su mapa literario: los miedos de los que somos rehenes; el trabajo como explotación y dignidad; el desconcierto ante el desmantelamiento de los valores de una forma de vida; la soledad con la que unos intentan dialogar y ante la que también se sucumbe; la fraternidad que se vuelve competitividad lo mismo que funciona como mecanismo de lucha. De cada asunto ha ido reflexionando Rosa en literatura de periódicos, en cuentos por encargo, en relatos con los que ha elegido explicar mejor el estado de las cosas, nuestro estado de ánimo, los pájaros muertos que muchas mañanas encontramos en la puerta de nuestra casa.

Tiza roja es un periódico de informaciones de cuento donde las secciones explican, como si fuesen noticias del frente, lo que le ocurre a sus personajes con una ficción cada vez más posible y cotidiana, que de metafórica invención, en la que suceden consecuencias de los ERES; de la vida a contrarreloj de las madres; del turismo que ha gentrificado los centros históricos de las ciudades; de las comunidades de vecinos, de la actitud ante lo que nos emborrona. Con todo aquello a lo que a diario hay que encontrarle un sentido, una salida, el activismo de la imaginación frente a la crisis. Tiza roja es un álbum de fotografías literarias en las que las lectoras/es se reconocerán entre los personajes en edad grave, en las situaciones que protagonizan o que les gustaría llevar a cabo en sus propias conductas rasgadas por parecidos conflictos, angustias y necesidad de catarsis. En estas radiografías sociales, de la naturaleza humana y sus combates encontrarán una hermandad que les canta las cuarenta a los jefes de otros miembros -guiño a Patricia Higsmith-; hackes de hoteles de negocios que desvelan informaciones confidenciales; estatuas callejeras que se vuelven políticas en sus denuncias; familias que viven en las zonas de exposición de las tiendas; asistentas de la limpieza, rápidas, baratas; de confianza; navideños amigos invisibles cuyos regalos evidencian a los directivos; personas que de repente ejercen monólogos existenciales en el metro; niños perdidos en las playas, en carreteras por las que caminan a oscuras los inmigrantes; mineros de una experiencia de emociones. Y entre ellos y ellas, ustedes y nosotros, el miedo que nos nace de repente y nos crece; la biografía de alguien contada por sus facturas; ofertas de los anuncios por palabras; los efectos del porno; la vida en cuarentena; el dolor, el alivio.

Piezas morales, lúcidas, de una madura prosa con respiración humana, donde el compromiso y la reflexión representan la escritura de Isaac Rosa cuya fuerza y sensibilidad poética no se sacuden entre los dedos, sino que de esperanza los tatúan.

Una lectura cómplice con la que este Marcapáginas con diecisiete años de interpretación crítica y transversalidad literaria se despide de sus lectores, no sin tristeza y agradeciéndoles su vocación y afecto completando el diálogo con cada uno de los casi mil libros con los que he querido apasionarles.