Cuanto más avanzados más vulnerables. Sobre esta premisa que delata nuestros olvidos, a saber, la enorme fragilidad del hombre frente al misterioso universo, se adentra el maestro neoyorquino Don DeLillo en su último trabajo 'El silencio' que, como en un juego de espejos, pretende arrojar luz sobre las consecuencias de lo que sería un gran apagón digital.

Es el primer domingo de febrero de 2022. Como cada año ese mismo día, se juega la gran final del fútbol americano de EEUU -la Super Bowl- con millones de personas prestas a verlo delante de sus pantallas de televisión. En un apartamento de Manhattan se citan cinco amigos. Diane Lucas y Max Stenner, profesores jubilados y pareja con 37 años, «no de infelicidad, pero sí en condiciones de rutina atroz»; Martin, de treinta y pocos años, exalumno de Diane y profesor de Física en una escuela secundaria en el Bronx, seducido por Einstein y su teoría de la relatividad. Tessa Barens, brillante poetisa y Jim, perito tasador de aseguradoras se unirán a la cita tras llegar en avión de París; lo hacen con retraso pues el vuelo tuvo un aterrizaje forzoso.

Y entonces pasó algo, «las imágenes de la pantalla comenzaron a temblar. Luego la pantalla fundió a negro». Los móviles, muertos, el portátil, sin vida, el ordenador, gris. El silencio digital.

Al principio había una sensación de expectación temerosa porque todavía no estaba claro qué podía significar todo aquello, ni su alcance.

Luego se preguntan que está pasando. «¿Quién nos está haciendo esto? ¿Nos han remasterizado digitalmente las mentes? ¿Somos un experimento que se está viniendo abajo, un plan puesto en marcha por fuerzas que no habíamos calculado?» La incapacidad del hombre frente a la catástrofe desconocida. Su vulnerabilidad. Su sentimiento de fragilidad cuando de un solo golpe se desmorona el enorme artificio tecnológico sobre el que han montado sus vidas.

¿Qué toca hacer ahora? Volver al inicio al punto de partida y recomenzar. Diane quiere volver a dar clases y hablarles a sus alumnos de los principios de la Física; Max Stenner, subir las escaleras, sin ascensor, como cuando era niño en su pueblo; Tessa Berens atender a las cuestiones físicas más simples: tocar, sentir, morder, masticar.

La narración a partir de ahí está enaltecida con el hálito que le insufla DeLillo donde su prosa y sus historias tocan siempre puntos que nadie más toca. Este es el caso.

Frente a los que quieren obligar por la fuerza el uso de un falso dominio tecnológico, hegemónico y de poder, tratando de imponer nuevos conceptos que no son más que resortes maniqueos de sus estrategias, Don DeLillo reivindica la esencia del humanismo, su enraizamiento en las profundidades de la historia, su acervo histórico junto al hombre.

Leyendo a DeLillo se siente como con pocos escritores el poder del lenguaje. Nadie hace sentir ese poder como Don DeLillo. Su voz sigue siendo tan asombrosa como cuando comenzó. Aquí tenemos un ejemplo de ello. En él no percibimos síntomas de obsolescencia o herrumbre, muy al contrario nos atrae por su frescura, su vaticinio.

El propio DeLillo lo expresa de manera magnífica: «Mi trabajo consiste en entablar un forcejeo feroz con el lenguaje. Por supuesto mis novelas se ocupan de asuntos que tienen interés social o cultural, pero el motor de una novela, lo que hace que avance, palabra a palabra, es el bagaje que consigo arrebatar del alma del idioma. Lo demás no cuenta. Es algo muy humano, y muy falible, no un proceso matemático».

DeLillo es uno de los mayores críticos de esta sociedad mimética y mercantilista. Con 'El silencio' vuelve a hacer gala de esa reprobación que nos llevaría al desastre. Su educación en una institución jesuita le ha permitido conservar un grado de análisis que le hace molesto entre muchos conciudadanos.

En 'El silencio' De Lillo nos previene de una tecnología que no hará feliz al hombre y que la fuerza de éste reside en su unión y su conexión con los valores esenciales del propio hombre. El augurio final del joven Martin es elocuente: «El mundo lo es todo, el individuo no es nada».