No se entendería el cuento sin leer los relatos de Isaac Bábel. Resulta complejo describir esos cuentos y su poder para impactar y conmover al lector. Han sido pulidos hasta alcanzar una intensidad sobrecogedora. La fuerza narrativa de Isaac Babel, la categoría y honestidad de sus cuentos, han pervivido e incluso han supuesto una influencia importante en escritores que se han decantado por el relato corto.

Sin duda los cuentos de Caballería Roja sobresalen en su historial literario. Pero hay otros, de carácter autobiográfico en su mayoría, que recogen aspectos de su infancia y juventud en Odessa o en Kiev, que ahora Editorial Minúscula ha recogido y editado en un volumen entrañable para reavivar el genio de Bábel.

Estos cuentos, tras Caballería Roja, figuran entre lo mejor de su obra. No todos son un relato fiel de lo que le sucedió a él mismo o a su familia, pero el ambiente de su casa, los sueños de su padre, que esperaba convertirle en un niño prodigio de Odessa, los sentimientos del niño por su condición de judío, su apasionada afición a la lectura, el conflicto entre la realidad y su prodigiosa imaginación infantil, queda admirablemente reflejado en estos relatos.

Son cuentos chispeantes de ingenio, saturados de fina ironía. Con una prosa densa de contenido y concisa en la expresión, como fue siempre su escritura. Porque para Bábel el arte no es fruto de una loca inspiración, sino de un trabajo lento, torturante infatigable. Bábel escribía y reescribía y corregía incansablemente sus relatos. Hasta dar con la palabra con la que «todo encaja».

Destaca 'Di Grasso', una crítica despiadada al intento de suplantar el verdadero arte y dar gato por liebre. Bábel defiende el verdadero arte, del que es capaz por su perfección de impresionar a quien lo percibe, de arte auténtico que nos permite ver con otros ojos lo que no es habitual.

También 'El camino', que relata de manera simbólica, aunque apoyado en hechos reales, el traslado de Kiev a Petrogrado en 1918, con un viaje lleno de obstáculos y peligros. En Petrogrado entra en la Checa y descubre el sentido de una nueva vida.

O 'El informe' que detalla, también con simbolismo, como se inició en la literatura, con 20 años, al enamorarse en Tiflis, de una prostituta llamada Vera, que clavaba «ciegamente en mí sus pezones marchitos».

Cada relato supone una pincelada, más o menos amplia, de un retrato costumbrista de lo que se fraguaba en Odessa o Kiev o Petrogrado. De sus maestros Gorki, Chéjov y su querido Maupassant guarda en común con todos ellos la concreción y sobriedad, cosa que no supone el desdén por los detalles ni por la descripción, y la habilidad para utilizarla, para trazar con rotundidad los semblantes de los personajes que retrata.

Su origen judío lo marcó desde su cuna hasta su muerte. Primero sufrió en Odesa los progromos zaristas de 1905 y más tarde la represión y la purga estalinista que le llevó con 45 años a morir ante un pelotón de fusilamiento. Pagó así su talento y su gloria como uno de los mejores escritores de la revolución rusa. Stalin lo silenció por un tiempo, pero a la larga Isaak Bábel, uno de los mejores cuentistas del pasado siglo XX, ganó la partida. No hay veneno dictatorial que mate el talento literario de un gran escritor.

Los esfuerzos retorcidos de Stalin acabaron con su vida. Imposible silenciar su obra. Ésta perdura por su honestidad y por la fuerza vibrante de sus textos que ahora podemos volver a disfrutar.