Antes del siglo XVII la cultura, el conocimiento de los saberes, desde los más básicos (leer o escribir) a los más elevados, estaban solo al alcance de una élite privilegiada amparada por la mano de la Iglesia y sus conventos y monasterios. La nobleza en general era tosca, ignorante y bruta, mas allá de sus privilegios, mas aún el pueblo llano.

En el XVII, en los albores de la revolución francesa, se inicia precisamente en Francia un movimiento que comienza a dar voz a la sociedad civil. De la mano de la nobleza, que quiere establecer espacios de vida privada, lejos de la injerencia permanente del poder de la monarquía, se abren los salones literarios, espacios para la distracción y la conversación mundana, entendida ésta como placer de muchos. Son especialmente las mujeres las que abren estos salones y establecen las nuevas normas de juego que buscan un poder real para la sociedad civil que carecía de derechos.

En el salón, el rey es la conversación, el poder de la palabra, que permite el dialogo sobre arte, música, literatura y que va ampliando su espacio hacia la conversación política y civilizada.

En un magnífico ensayo sobre ´La cultura de la conversación', Benedetta Craveri, reconstruye la historia legendaria y a la vez sorprendente de estos salones que florecieron en Francia entre los siglos XVII y XVIII y cuyo destino era consolidarse como modelo para la sociedad civil moderna y la opinión pública.

Craveri explica como estos salones nacen « como un entretenimiento por sí mismo, como un juego destinado a la recreación y el placer mutuo, la conversación obedecía a estrictas normas que garantizaban la armonía en un nivel de perfecta igualdad. Se apreciaba más el talento de escuchar que el de hablar, y una exquisita cortesía frenaba y evitaba el enfrentamiento verbal».

El primer salón descrito es el de madame de Rambouillet, «el salón azul». Salón aristocrático por excelencia, espejo de ese mundo capaz de oponerse a la corte y ejercer un prestigio y un poder que durará en el tiempo.

El salón de madame de Geoffrin (ya en el XVIII) es el salón de un burgués, que también acoge a artistas, que favorece el crecimiento mundano.

Uno de los últimos salones prestigiosos de París en la segunda mitad del XVIII, es el de madame Necker, donde el modelo de la conversación gobierna ya de manera estable y se exporta fuera.

Describe por ultimo el París de los años ochenta, donde los salones se han convertido en un verdadero ágora, centros de opinión y de poder aún no formalizados políticamente, donde los individuos exportan ya este escenario a la sociedad civil que se conforma.