Anagrama

Bryce Echenique cuelga la pluma de su vida literaria

El escritor peruano, uno de los mejores exponentes de la literatura latinoamericana, publica ‘Permiso para retirarme’ con un recuento de recuerdos exquisitos y que supone su despedida como escritor tras cinco décadas en las que levantó una obra literaria perdurable por su maestría

Bryce Echenique

Bryce Echenique / Francisco Millet Alcoba

Francisco Millet Alcoba

Bryce Echenique, el escritor que nos deslumbró con ‘Un mundo para Julius’ y relatos como ‘La vida exagerada de Martín Romaña’ y ‘El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz’, cree que ha llegado la hora de apagar la luz que ha alumbrado su fértil imaginación y ha decidido colgar las letras. Se despide con ‘Permiso para retirarme’ donde hace un recuento final de sus recuerdos mas inefables y de una vida dedicada a la literatura, la amistad y a las aventuras del amor, todo ello salpicado por sus depresiones que han actuado como paréntesis en esa vida de literatura. Con su estilo inconfundible, mordaz, socarrón y, aun así virtuoso, y gracias a su memoria prodigiosa, Bryce Echenique nos lleva en su despedida literaria por un recorrido vital que mezcla literatura, amistad y amoríos.

En París, en sus inicios, ocupaba una chambres de bonne en el barrio latino con un andaluz, dos vietnamitas, un viejo sordo portugués; dos estudiantes francesas: Nadine y Josette y el español Enrique Álvarez de Manzaneda. Aunque parezca increíble, «el tiempo que pase en ese techo es uno de los mejores de mi vida, fue el descubrimiento del mundo, y de mi propia libertad».

Gran amigo de Julio Ramón Ribeyro, recuerda la triste noticia de la recaída de su cáncer y había que volver a operar y de urgencia. El problema era inquietante pues la factura de la primera operación no se había pagado y el hospital se negaba a operarlo de nuevo. Fue a Bryce al que se le ocurrió hacerle llegar una carta a la mujer del presidente peruano, de visita en París, pidiéndole que intercediera ante su marido para que corriese con los gastos de la operación anterior y la prevista. A través del chofer la carta llegó a manos de la dama y al poco tiempo la carta de esta anunciando el placer de colaborar en la operación acompañado de un cheque que cubría los gastos «de todas las operaciones que le habían hecho y habrían de hacerle a Julio Ramón.

Recuerda a su padre, Francisco Bryce Arróspide, que tenía una gran habilidad manual. Lo llamaron del ferrocarril para arreglar un cambio de agujas, pero algo falló y el tren se fue muy lejos. El también se fue lejos y se enroló de marino durante 22 años. Cuando volvió se casó con su sobrina, veintitantos años menor que él. Con el hacia frecuentes viajes los Andes, una zona que el adoraba.

Su madre. Se casó con 18 años con su tío que rondaba los 50. Se entregó al cuidado de su hijo mayor, sordomudo y epiléptico y más tarde ciego. De niño pasó siete años en EEUU y al volver seguía siendo mudo y además tartamudo, con lo que fue el único mudo del mundo que era también tartamudo.

Una noche en un bar de Pigalle con Julio Ramón Ribeyro, discutiendo sobre Flaubert y Stendhal apareció un tipo con poncho peruano de esos que cantan y luego pasaban la gorra. Julio no tenía así Alfredo le dio varias monedas. Muchos años después aquel tipo, que no era otro que Alán García, llegó a presidente de Perú. Le gustaba invitar a artistas, pero nunca lo hizo con Echenique y Julio le explicó que era una cuestión de odio «tú le hiciste un favor y él te odia».