Editorial Catedral

Cuando Sevilla enamoró a Zweig

Stefan Zweig supo plasmar como nadie el alma de las ciudades que visitó y a las que dedicó retratos inmortales que ahora publica Editorial Catedral

Francisco Recio

La pasión por la «aventura» de viajar fue lo que siempre movió a Stefan Zweig a descubrir ciudades y parajes, a descubrirlas para otros, en crónicas que rezuman la visión amorosa y geográfica de esas ciudades. El mismo lo explica en uno de los textos recopilados por Editorial Catedral en un pequeño volumen titulado ‘Viajes’, una joya pulida por la pluma maestra de Zweig: «Puerto y estaciones de trenes: mi auténtica pasión. Soy capaz de permanecer horas frente a ellos, esperando a que una nueva ola de personas y mercancía arrolle rugiente a la que va en retirada».

En los primeros años del siglo XX Zweig plasmó su pasión viajera por ciudades europeas a las que retrató en crónicas excelsas. Aviñón, Brujas, Amberes, Ostende o Salzburgo; también por lugares, como Hyde Park o el mítico hotel Schwert.

En España, detiene su ojo admirable en Sevilla. En contraste con la sombría y fanática Castilla, «en Sevilla el arte ha colocado todos los símbolos del regocijo en sus calles», dice Zweig. El carácter del moro aún se deja ver. Su arte no se desprecia, como en Castilla, sino que se aprovecha y su mayor obra es el arte de vivir, «esa manera indolente, sensual y voluptuosa de disfrutar en magnifico equilibrio. No sólo Fígaro, también Don Juan, parece aquí inmortal».

Desde la altura de la Giralda, cuando se despliega tan suntuosa la paleta de colores «se entiende que Velázquez y Murillo sean hijos de esta ciudad y eternos heraldos de su belleza».

Retrata Aviñón, la ciudad de los papas, donde en ninguna parte se manifiestan las insignias del dominio absoluto con tanta vehemencia como allí. Surge también en Aviñón la fuente de Vaucluse, inmortalizada por Petrarca en sus sonetos de amor a Laura.

Frente a la vital y bulliciosa Sevilla, se detiene en Brujas. Aquí no se ve la alegría pueblerina de las ciudades flamencas. Ni siquiera desde la altura, -donde se ve el carácter ornamental de la ciudad- puede pasarse por alto el gesto trágico que apunta a la muda tristeza de las calles. En general cuesta concebir algo más tristemente hermoso que los canales de Brujas. Emocionan en su mutismo. «Es una ciudad en su ocaso, con la perpetua tristeza de sus calles».

Recorre Italia por segunda vez y aprecia como todo lo importante permanece aquí como antaño. «Intacta titila la puntiaguda estructura blanca de la catedral de Milán en el cielo; en viejo esplendor se escalonan los palacios de Génova y la escalera mas espléndida del mundo baja a un mar espumoso». Italia sigue siendo y representando gracias al alegre brillo de su cielo, la más consistente noción de Europa, la visión mas real de un arte nuevo y necesario, por fortuna ligado al antigua, el mejor camino al mundo eterno.