Le Clézio viaja sin nostalgia a la Bretaña de su niñez

El Premio Nobel abre la puerta en ‘Canción de Infancia’ que edita Lumen, a sus recuerdos de niñez, primero en Niza, en plena guerra y después en Bretaña

Le Clezio.

Le Clezio. / L. O.

Francisco Millet Alcoba

«La nostalgia no es un sentimiento honroso. Es una debilidad, una crispación que rezuma amargura», nos dice el Premio Nobel Jean-Marie Gustave Le Clézio, en su último libro ‘Canción de infancia’, todo un regalo para los sentidos y donde este francés itinerante, pese a esa repulsión a la nostalgia, abre la puerta a los recuerdos de la infancia y nos invita en estos tiempos de encierro a un viaje a nuestros primeros años de niñez con sus luminosos momentos de belleza y, a ve ces, de tragedia. Le Clézio entrega aquí sus recuerdos de infancia en Bretaña, y otros mas fugaces en Niza y en Roquebilliere.

Entre 1948 y 1954, el autor, nacido el 19 de abril de 1940, pasó todas sus vacaciones de verano en Sainte Marine, un pequeño pueblo bretón cerca de Quimper, menos conocido que su vecino Bénodet, al otro lado del río Odet, unas «vacaciones ideales, de libertad, de aventuras, de evasión».

En un segundo relato ‘El niño y la guerra’, Le Clézio. rememora sus cinco primeros años de vida en una Niza en guerra, ocupada por los italianos.

Mientras que en este segundo relato los recuerdos de Le Clézio, debido a su corta edad, son fugaces e imprecisos, en los que se refieren a sus veranos en Sainte Marine ya ahonda en detalles y precisiones más elocuentes y hermosas. Recuerda los nombres de sus amigos bretones Yanik, Mike, Pierrik, Ifik, Paol con los que iba a pescar al río, o como Sainte Marine era un pequeño pueblo de apenas «una calle larguísima» donde no había tiendas, solo un almacén que vendía de todo, entre ello un vino peleón argelino que tenía el nombre de Allah Allah «lo que por entonces no escandalizaba a nadie», o como dos veces al día había que ir por agua a la fuente, la única que existía.

El relato está lleno de palabras y expresiones en bretón como el «catgut», el sedal para pescar o la «böette, el cebo»; agosto era «miz Eost», el mes de la siega, y lamenta la pérdida, propiciada por los propios bretones, de esa lengua ancestral, que ahora se recupera.

El niño de Sainte Marine recuerda a sus héroes del lugar como Raymond Javry, el mejor pescador del pueblo o Hervé, un campesino que le descubrió Bretaña, o el escarabajo de la patata y la fiesta cada mediado de agosto en el palacio de la marquesa de Mortemart. 

En el relato ‘El niño y la guerra’, Le Clézio rememora cómo el primer recuerdo de su vida «es un recuerdo de violencia», sobrevenido al estallar en el jardín del bloque de viviendas de su abuela, donde vivía, con su madre y hermano, una bomba canadiense. Ellos les obligó a trasladarse al interior, al pueblecito de Roquebilliere. Recuerda sobre todo el hambre. «No era un hueco, era un vacío, todo el rato, a cada instante. Hambre de día y de noche». 

Hay viajes que no requieren pasaporte ni visas. Son esos que apelan a la memoria y las sensaciones, como aquí donde Le Clézio nos revela con majestad su amor por Bretaña y su admiración por la lengua bretona a partir del recuerdo de sus mejores años.