Jerusalén: crónica de una ciudad

El periodista Mikel Ayestarán retrata el corazón de la Ciudad Vieja a través del testimonio de judíos, musulmanes y cristianos

Jerusalén: crónica de una ciudad

Jerusalén: crónica de una ciudad

José Vicente Rodríguez

José Vicente Rodríguez

Su nombre significa «ciudad de paz» pero la Historia se ha encargado de demostrar una y mil veces lo tristemente paradójico de esta denominación, tanto más si se tiene en cuenta que las innumerables disputas en torno a Jerusalén se deben a que es sagrada para las tres grandes religiones monoteístas del planeta. Los que alguna vez hemos tenido la suerte de visitar la Ciudad Santa como turistas nos hemos llevado la imborrable impronta de una urbe fascinante, magnética y bastante caótica, que irradia tradición, espiritualidad y, también, una tensión sutil y perenne que se percibe en cada uno de sus rincones. Pero sólo los que allí residen pueden ofrecer un retrato veraz de la milenaria ciudad que ofrezca algo de luz al observador externo, cuya percepción del permanente conflicto entre palestinos e israelíes, que dura ya más de 70 años, suele ser muy superficial.

En este empeño se ha afanado el periodista vasco Mikel Ayestarán, en «Jerusalén, santa y cautiva» (Editorial Península), una crónica coral narrada a través de las voces de sus heterogéneos habitantes, aquellos cuyas opiniones casi nunca salen recogidas en los medios. El libro, por el que desfilan comerciantes, representantes religiosos, profesionales del turismo, artistas e incluso algún asceta cristiano callejero, está estructurado conforme a la división de barrios de la Ciudad Vieja (musulmán, judío, cristiano y armenio) y se complementa con una visión de los tres lugares santos más emblemáticos (Santo Sepulcro, Muro de los Lamentos y Explanada de las Mezquitas).

El lector puede descubrir así que el espacio limitado por las murallas que construyera Solimán en el siglo XVI (de apenas un kilómetro cuadrado) alberga un delicadísimo y tirante ecosistema de comunidades que viven, en algunos casos, prácticamente de espaldas unos a otros. Muchos judíos no pisan el barrio musulmán (y viceversa) y algunas organizaciones sionistas están llevando a cabo desde hace años un trabajo de colonización de la Ciudad Vieja, presionando para comprar propiedades y recuperar lo que consideran «su tierra».

El enfrentamiento no es sólo político sino que se extiende a lo cultural, lo que ahora se denominaría «controlar el relato». Las investigaciones arqueológicas de Israel, de esta forma, suelen estar encaminadas a reforzar el presunto derecho judío a la posesión de la ciudad, con voces extremas que hablan incluso de volver a reconstruir el Templo. A nivel más popular, cabe mencionar que los judíos también reivindican que platos populares de la zona como el hummus o el sabroso postre Knafeh son en realidad de su cultura, y no de tradición palestina. Y a todo esto, ¿dónde quedan los cristianos? Pues con una presencia ca- da vez más reducida debido a las sucesivas crisis económicas y las tensiones políticas, agravadas además por la división entre confesiones.