Novela

Relato íntimo de los últimos días de García Márquez

Su hijo Rodrigo García esperó a la muerte de su madre para ofrecer este relato respetuoso, sincero y honesto de los últimos días de su padre. ‘Gabo y Mercedes: una despedida’, una crónica íntima antes del final de sus días , el Jueves Santo de 2014

Gabo y Mercedes el 12 de octubre de 1982, la mañana que se anunció el Premio Nobel

Gabo y Mercedes el 12 de octubre de 1982, la mañana que se anunció el Premio Nobel / Wikipedia

Gabriel García Márquez, moría un 17 de abril de 2014, en Ciudad de México, un Jueves Santo, su mujer durante 56 años, Mercedes Barcha, fallecía el 15 de agosto de 2020. Sólo entonces el hijo mayor de ambos, Rodrigo García, director y guionista de cine, se ha decidido a poner en papel, con cierta vergüenza, según reconoce, ‘Gabo y Mercedes: una despedida’, un puñado de recuerdos y detalles familiares que suponen la crónica íntima de los últimos días de García Márquez, en un hermoso y honesto relato que desvela aspectos familiares de la vida doméstica del escritor, sin traspasar la barrera de la privacidad, de la que tan celoso era García Márquez y especialmente su mujer. «Eso siempre tuvo una gran importancia para ella a pesar o tal vez debido a su adicción por los mas escabrosos programas de chismes de la televisión», desvela Rodrigo.

De esta manera la crónica de despedida del hijo nos permitirá acercarnos y apreciar el lado más humano de un personaje universal y de su mujer a la que conoció cuando ella tenía nueve años y que le acompañó toda la vida.

En una entrevista a TVE en 1995, García Márquez exponía su gran temor a la muerte «que es una trampa y una traición que le sueltan a uno sin ponerle condición». «Me aterra saber que esto se acaba, creo que no es justo». Añadía que lo que más le gustaría es poder «ver la vida desde la muerte». Por ello le resultaba muy doloroso saber que el último episodio, que seguramente sea el mas interesante y fundamental en la vida de uno, que es el de la muerte, «es el único que no podré escribir».

De alguna manera su hijo Rodrigo traslada en el libro ese sentimiento de rebeldía impotente ante la muerte y relata que cuando tenía ochenta años le preguntó que sentía y le contestó que «el final se acerca y me da una inmensa tristeza».

En ‘Gabo y Mercedes: una despedida’, el hijo se acerca a ellos, especialmente al padre, desde su especial condición de hijo. Asume que su padre fue alguien famoso, «lo que convierte el asunto en emocionalmente turbulento», pero da igual. «Da igual incluso el tamaño alcanzado con respecto a los demás, a sus lectores en todo el mundo. Para un hijo, la muerte de un padre es siempre una catástrofe».

El libro es un relato interno, impregnado de amor filial de respeto y orgullo al escritor, que cuenta las últimas semanas de Gabo, a partir de aquella mañana de marzo de 2014 en que cae resfriado y su mujer ve que está raro y es diferente. «De esta no salimos», le dijo a Mercedes.

Le sirve también al hijo para recordar anécdotas y querencias paternas que son parte del patrimonio familiar. Contemplándolo ya casi moribundo en la cama, a Rodrigo le llegan los recuerdos de Gabriel cuando era niño, contados por él o sus tíos: con seis años jugando bien al fútbol, de portero; un año después perdiendo para siempre la vista en el centro de su ojo izquierdo al contemplar un eclipse de sol sin el vidrio ahumado; sentado a la puerta de casa del abuelo viendo pasar el cadáver de un hombre y a su esposa detrás sosteniendo a un niño de una mano y la cabeza del esposo muerto en la otra; ya de joven estando en París y sin nada para comer visitó a una mujer a ver si lo invitaba, como no lo hizo tuvo que rebuscar en la basura y comió lo que encontró.

En otros recuerdos entrañables, Rodrigo relata que cuando los hermanos eran niños, sus padres dormían siempre la siesta y el padre les pedía que le despertara si se pasaba de hora, pero aquello entrañaba riesgos pues al despertarlo se sobresaltaba, se despertaba gritando, manoteando, aterrado, respirando con dificultad, así que aprendieron a despertarlo llamándolo desde lejos y dispuestos a salir huyendo si era preciso.

Fue doloroso para él darse cuenta de que iba pediendo la memoria y pedía constantemente ayuda. «Trabajo con mi memoria», decía, la memoria es mi herramienta y mi materia prima, no puedo trabajar sin ella, ayúdenme». Luego fue resignándose y aceptándolo con ese humor suyo tan caribeño. «Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo».

Poco a poco fue perdiéndose en ese mapa del silencio y la desmemoria del pasado, aunque con episodios de altibajos. Así, a su mujer la reconocía pese a que hubo algunos meses difíciles en que pese a recordarla, creía que la mujer que tenía delante de él era una impostora y preguntaba quien era esa mujer que daba órdenes y manejaba la casa.

Finalmente, con la pérdida de la memoria llegó la incapacidad para escribir. Leyó entonces sus libros, sin reconocer que eran suyos, claro. «¿De dónde carajo salió todo esto?», preguntaba. A veces cuando cerraba uno de ellos y encontraba su foto en la contraportada, se sorprendía e intentaba volver a leerlo.

«El corazón se detuvo» un Jueves Santo. La muerte imitaba el realismo simbólico de sus historias y aparecía el mismo día que Gabo había dispuesto la muerte de Úrsula Iguarán en Cien años de Soledad, un día en el que los pájaros «desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes». También esa mañana, -relata Rodrigo- horas antes de su muerte un pájaro entró volando en la casa y desorientado se estrelló y fue a morir en el sofá donde se sentaba García Márquez.

Con su muerte se rompía lo que en la intimidad familiar bautizaron como el club de los cuatro: Gabo, Mercedes y los dos hijos, Rodrigo y Gonzalo. Rodrigo explica como cuando eran pequeños se criaron entre España y México, mientras el resto de la familia, por ambas partes, estaba en Colombia, de modo que tenían una clara sensación de que los cuatro eran una unidad «un club de cuatro». La desolación alcanzaba de pleno a Rodrigo días antes de la muerte de su padre al intuir como el club estaba a punto de perder su primer miembro, algo devastador.

Seis años después vino la muerte de su madre. A ella dedica los últimos capítulos de despedida. Una mujer de enorme energía vital, «franca, reservada, crítica e indulgente», muy con los pies en la tierra, lo que le permitió saber gestionar con sencillez la vorágine que supuso el enorme éxito profesional de su marido y, gracias a a ello, preservar a su familia con el hábito de la normalidad.

Rodrigo García escribió finalmente una hermosa despedida, sensible, amorosa y respetuosa con sus padres, llena de admiración y de orgullo, y en especial con su padre escritor. Debe resultar complejo escribir de tu padre cuando este ha sido una figura universal. Es difícil separar. Él lo consigue porque ha sabido retratar no al escritor sino a su padre, reflejar su orgullo por él, sin olvidar su universo, su papel de gran escritor pero, por encima de ello, su padre.

Gabo y Mercedes: una despedida

Rodrigo García

Editorial: Literatura Random House

Precio: 17,90 €