Poesía

Juan Domingo Aguilar: cine, poesía, vida

Juan Gaitán

Juan Gaitán

Cada cierto tiempo reaparece la relación entre poesía y cine, largamente estudiada. Aunque no es tan frecuente, algunos poemas han sido llevados a la pantalla, como en el caso de La laguna negra, película de Arturo Ruiz Castillo que adapta La tierra de Alvargonzález, de Antonio Machado, o ¡Ya viene el cortejo!, con la que Juan de Orduña quiso adaptar la Marcha triunfal de Rubén Darío, por citar dos ejemplos.

También muchos poetas, desde la invención del cine, se vieron fascinados por el «invento». Recuerdo a vuela pluma poemas de Alberti: «Del cinema al aire libre/vengo, madre, de mirar/una mar mentida y cierta»; de Gamoneda sobre la película Ran, de Kurosawa; el Cinematógrafo de Pedro Garfias o el inolvidable Palacio del cinematógrafo de Pablo García Baena, con su insuperable comienzo: «Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero como siempre».

Desde ahí, desde esa tradición, arranca el nuevo poemario de Juan Domingo Aguilar, con el que ha obtenido el V Premio José Ángel Valente. Aunque en su caso más que hablar de relación entre poesía y cine sería más exacto decir entre películas y poemas, porque el poeta parte de algunos filmes como fundamento emocional para el poema, estableciendo un paralelismo entre el uno y las vivencias del yo poético, logrando una expresión poética que enuncia con hondura la cotidianeidad sensitiva de su generación.

Como muy acertadamente señala Pablo García Casado en la contraportada del libro: «El paso del tiempo, inexorable, (…) nos ha alejado de esa costumbre cotidiana de hallarnos inmersos en el útero de la sala. Y ahora somos cine, por supuesto, pero somos en gran medida el que hemos visto en casa, una experiencia doméstica y emocional distinta, pero que ha llenado también nuestros ojos de sueños».

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