Novela

Rulfo: el gallo de oro

Cátedra se sumerge en el universo rulfiano con la recuperación de ‘El gallo de oro’, la última entrega de la trilogía autorizada del autor. Una novela, acompañada de otras piezas, en la que refulge el misterio, el silencio y la aridez de ‘Pedro Páramo’

Juan Rulfo.

Juan Rulfo. / Lucas Martín

Lucas Martín

El silencio es casi todo con lo que cuenta un escritor. Su aliado primordial, su leviatán, su teatro de operaciones. Hablamos mucho, tal vez demasiado, del peso de las palabras, pero nunca de su contrapartida, que en tanto que monstruo marino que emerge de la página, de la posibilidad de una página, tiene uno y mil rostros. Y no todos ellos insalubres. Decía Camus que el único dilema posible es saber si un hombre debe suicidarse o no. Lo mismo ocurre con la escritura, especialmente cuando a toda palabra dicha corresponde moralmente la opción de permanecer callado. Juan Rulfo se calló. Acaso no a través de uno de esos silencios insondables en los que hasta los silencios enmudecen, como dicta el poema de su compatriota Octavio Paz, pero sí con una dignidad sepulcral que se alargó más de tres décadas y que más allá del ingenio de sus cada vez más expeditivas justificaciones («escribo, pero no publico»; «no escribo porque trabajo»; y, mi favorita, «no escribo porque se ha muerto el tío Celerino, que era el que contaba historias») guarda una extraña coherencia simbólica con la perfección de sus escritos y el sentido de una literatura, la suya, construida a fuerza de murmullos.

RulfoEl gallo de oro

Portada de El gallo de oro / Lucas Martín

Después de publicar ‘Pedro Páramo’ y ‘El llano en llamas’, y convertido en un fenómeno, y lo que es peor, en el padre ficcional de la patria, con lo que eso comporta de exageración y oportunismo externo, Rulfo decidió abstenerse. O, como mínimo, no condescender veinticuatro horas al día con la exigencia caníbal de periodistas y lectores, que pocos menos que le conminaban a un ritmo de producción con el que no estaba dispuesto a convivir. Hombre de carácter terroso, jalisciense por los cuatro costados, el autor mexicano parecía tener muy clara la diferencia entre vivir la literatura y vivir de la literatura, entre el oficio y el arte. De ahí que legara una bibliografía autorizada compuesta únicamente de tres libros, que priorizara siempre la lectura y que compaginara su papel de gigante universal de las letras con la fotografía documental, el estudio, las misiones comerciales y el trabajo seglar de oficina -el último y más duradero, en el Instituto Nacional Indigenista-.

Contaba Andrei Tarkovski que en una ocasión tuvo la oportunidad de dialogar en sueños con el espíritu de Pasternak, circunstancia que aprovechó -una emanación así es siempre aprovechable- para preguntar sobre el número de películas que filmaría. «¿Sólo siete, maestro?», preguntaría azorado. «Sí, Andrei, pero todas ellas prácticamente perfectas». Con Rulfo, al que también se le daba bien hablar con fantasmas, los suyos eso sí, menos efectistas y con más grano, ocurre lo mismo. De la trinidad de su literatura oficial, sus dos primeros títulos, ‘Pedro Páramo’ y ‘El llano en llamas’, están considerados unánimemente, y casi en conjunto, como una de las cimas de la literatura en español. Y el tercero, ‘El gallo de oro’ recuperado ahora en su versión definitiva por Cátedra, junto a un racimo nada despreciable de relatos breves, se escapa ligeramente de esa condición; aunque quizá sólo por desconocimiento. El texto, escrito originalmente entre 1956 y 1958, es decir, casi a continuación de los anteriores, no vería a la luz hasta 1980, cuando fue rescatado de la bruma, y quizá de la leyenda, gracias a la impagable perseverancia de los amigos del escritor. Y no precisamente por las dudas de Rulfo, sino por su vacilante recorrido, que quedaría marcado para siempre por el interés preventivo de la industria cinematográfica. ‘El gallo de oro’ fue adaptado a la gran pantalla en los sesenta por Roberto Gavaldón, con guion de García Márquez y Carlos Fuentes, lo que, junto a otros cortejos del medio audiovisual, contribuyó a etiquetar la novela -entonces aún inédita- como un ejercicio de escritura para el cine. Algo que la lectura del relato, que cuenta en Cátedra con la introducción avisadísima de Jorge Zepeda, desmiente desde el inicio. Y, además, de la manera más rulfiana de todas: a golpe de literatura.

El gallo de oro

Juan Rulfo

Editorial: Cátedra

Edición: Jorge Zepeda

Precio: 13,50 €

Para los lectores de ‘Pedro Páramo’, ‘El gallo de oro’, que narra las peripecias de un gallero y de una cantante de feria, significa una postrera y gozosa invitación para sumergirse en el mundo de Rulfo, que, tanto en el relato principal, como en los textos que completan el volumen, se desparrama con toda la pujanza desértica e infalible de sus señas de identidad; aquellas mismas que despejarían el camino para la irrupción del boom y que ampliarían para siempre las posibilidades expresivas del idioma. Esa literatura repleta de superstición, de pueblos áridos, de miseria y venganza, de voces vivas y de gente muerta. Ese existencialismo bronco y folclórico, con las puertas casi siempre entornadas a un misterio que no acaba de manifestarse y que es el detonante de una prosa provista de una frugalidad mineral, de una música diáfana y a la vez contundente, sostenida a apenas dos cuerpos de distancia del espectro, del otro lado, del tiempo que avanza en círculos y hace convivir con las sombras y la desaparición. Tahúres, gallos, disparos, hacendados y canciones populares transitan este gallo de oro que, pese a su poderoso arraigo, es también, y más de medio siglo después, en gran parte, nuestro gallo. El que canta y calla sin necesidad de doblegar el silencio, que lo comprende y lo asimila. En la vida y en la ficción.

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