Gil de Biedma: El dolorido párpado del tiempo

La editorial Lumen reedita ‘Las personas del verbo’ del poeta barcelonés, cuarenta años después de que el propio autor revisara y diera como definitivo este volumen con su poesía completa

Gil de Biedma

Gil de Biedma

La editorial Lumen reedita la poesía completa de Gil de Biedma titulada ‘Las personas del verbo’ y sigue la última edición que el propio autor revisa, fija y canoniza, de la cual se cumplen 40 años este 2022. Esta edición de ‘Las personas del verbo’ incluye los libros ‘Compañeros de viaje’ (1959), «un viaje desde el final de la adolescencia a la vida adulta»; ‘Moralidades’ (1966), donde prima la desencantada lucidez, y ‘Poemas póstumos’ (1968), así como más de veinte poemas no incluidos en la primera edición de 1975 de Barral Editores, además de las notas del poeta barcelonés para la edición de 1975 y 1982.

Jaime Gil de Biedma de Alba (1929- 1990), príncipe de la Escuela de Barcelona y rey de la gauche divine, directivo de la Compañía de Tabacos de Filipinas entre 1955 y 1989, construye un personaje poemático, la voz que interviene en el poema, la persona del verbo, mediante el monólogo dramático, pero no es la voz del autor, porque no es una exhibición ególatra ni una confesión. La persona poemática es «impersonación, personaje» distinto y distante del autor, disociado de él, autónomo, una identidad subjetiva que no se extiende más allá del poema y su poesía consiste en la búsqueda de esa identidad, la cual, cuando es reconocida y asumida por el poeta catalán, provoca prácticamente el final del ciclo creativo. Gil de Biedma, encuadrado en el grupo poético del 50, entiende que la poesía es la persona poemática que habla a otra en lo que sería una conversación, como podemos comprobar en poemas como Amistad a lo largo, Arte poética, Noche triste de octubre, 1959 y en su poema más largo Pandémica y Celeste, repleto de atrevimiento y desparpajo sobre la fidelidad a partir de la infidelidad. Escribe Gil de Biedma que «la poesía que aspiro a hacer no es comunicación, sino conversación, diálogo».

Admirado por Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena y Jaime Siles, lector de Eliot, Auden, Machado, Guillén y Cernuda, admirador de los ensayos de Octavio Paz pero no de su poesía, Gil de Biedma empieza a escribir poesía a los 19 años marcado por la lectura de la poesía del Siglo de Oro, del 27 y del simbolismo francés, a los que se sumarán los ensayos de Dámaso Alonso, Carlos Bousoño y William Empson. Sus temas recurrentes son el inexorable paso del tiempo y la persona poemática, el yo. Gil de Biedma no solo defiende que un poema no es tanto de quien lo escribe como de quien lo lee al afirmar que «poesía es lo que el lector experimenta leyendo el poema, no lo que al poeta le ocurre mientras lo escribe», sino también el rigor del poeta puesto que «pueden aparecer unos versos maravillosos, pero si no encajan en la idea general del poema hay que desecharlos», hasta el punto de avalar que «un poema se tiene que leer de una vez, porque es un organismo acústico, es decir, el sentido del poema es un sentido de la totalidad y ningún verso se entiende ni se explica por sí mismo, cada verso está en función del todo». Lector incansable del poema de Manuel Machado La canción del alba, Gil de Biedma considera que «la melodía de un poema es una relación entre el metro y la sintaxis» y sostiene no sentirse parte de la poesía de la experiencia, porque «es hacer que el poema sea un simulacro de la propia experiencia real» y es que «uno utiliza como material lo que ha vivido, pero no escribe de lo que ha vivido». Por ello critica que el único tema de la poesía de Ezra Pound («un poeta bastante aburrido») sea la experiencia de escribir poesía.

portada

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Jaime Gil Biedma

Editorial: Lumen

Precio: 19,90 €

En Gil de Biedma prevalece una obsesión por la perfección poética gracias a su destreza literaria y su astucia verbal y a pesar de los vaivenes entre reflexión e inmediatez. José Hierro lo bautiza, junto a José Agustín Goytisolo y Carlos Barral, como el poeta industrial por pertenecer a la burguesía acaudalada catalana. Para Mario Vargas Llosa, «Jaime Gil exhibía su inteligencia con total impudor y cultivaba, como otros cultivan su jardín o crían perros, la arrogancia intelectual. Provocaba discusiones para pulverizar a sus contendores, y a los admiradores de su poesía que se acercaban a él, llenos de unción, solía hacerles un número que los descalabraba». Gil de Biedma no fue un poeta homosexual, porque sus versos eróticos son ambiguos («lo que a mí me interesaba en mis meditaciones sobre las relaciones amorosas y eróticas no era el sexo del amado o deseado, sino el juego de ambos, celos, decepciones y nostalgias que configuran el sistema de tensiones que padece en su relación de pareja. Es la experiencia de la relación amorosa, no el deseo del ser amado lo que me interesaba expresar»). A este respecto la novelista Ana María Matute explica que «Jaime no fue un mártir de la homosexualidad, fue un mártir de sí mismo». Sí que tuvo, no obstante, una vida personal turbulenta con un episodio de abusos sexuales sufrido durante su infancia y cometido por alguien de su entorno familiar, así como dos intentos de suicidio, además de la conocida promiscuidad, su afición a la bebida, sus vendavales de la conciencia y el acecho infatigable de experiencias. Él es un preso de la concupiscencia, impaciente y melancólico, aprensivo y dominante al que solo le queda la soledad y el tormento, la disipación y la huida. En 1986 le diagnostican el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y toda caída es ya precipicio. ¿Por qué un poeta consolidado y trascendente como Gil de Biedma deja prácticamente de escribir versos? Él mismo responde que «mi poesía fue el resultado de la invención de una identidad y una vez esa identidad está asumida no hay nada que te excite menos la imaginación que lo que tú eres. Si yo ya he asumido la identidad que inventé y esa identidad inventada se ha convertido en la mía propia, hablar de eso ya no precisa imaginación y, por lo tanto, no necesita escribir poemas». La poesía de Gil de Biedma, tan exigua como intensa, singular y radiante.