Diario de lecturas

Ángel Antonio Herrera, simpático eslabón de una cadena barroca

Ángel Antonio Herrera, simpático eslabón de una cadena barroca

Ángel Antonio Herrera, simpático eslabón de una cadena barroca / La Opinión

José Luis G. Gómez

De César González-Ruano nos quedó Francisco Umbral, y por Umbral tenemos a Ángel Antonio Herrera. Pensaba en esto mientras leía una columna que Herrera le dedicó a Lenny Kravitz hace unos días. Lo cierto es que sigo a Herrera desde sus noches en ‘Tómbola’, cuando el poeta y periodista compartía pantalla con Ximo Rovira. Una de las cosas que siempre me han gustado de Herrera es su absoluta falta de prejuicios, lo que le ha permitido dejar buenas páginas y frases brillantes allí donde le han invitado, de Tele 5 a ABC pasando por Interviú. Tengo a buen recaudo, perdida en mi biblioteca, la encantadora biografía que escribió de Umbral cuando al madrileño aun le quedaban muchos años por vivir –al final, y como pasa casi siempre, muchos menos de los que a sus lectores nos habría gustado-. De Herrera me fascina, o como diría Pepe da Rosa, me encocora su lunar. Ese punto negro me atrae incluso más que su sempiterna melena, esa que antes era negra azabache y ahora luce engalanada de mechones grises que le dan cierto aire señorial, lo que nunca está de más para un poeta que escribe crónica rosa. Por cierto, a Herrera le dedicaron el año pasado un merecido análisis de su obra y carrera, ‘Ángel Antonio Herrera y la alucinada sínquesis’, obra de Diego Vadillo. Ya no se puede decir que sea un joven o emergente poeta, y es que hasta los discípulos se hacen mayores.