Alfagura

Vargas Llosa, rendido de amor a Francia

El Nobel publica ‘Un bárbaro en París’, volumen en el que recopila artículos, discursos e intervenciones sobre la literatura gala y sus más destacados autores

Caricatura de Vargas Llosa, por Pablo García.

Caricatura de Vargas Llosa, por Pablo García. / Pablo García.

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Mario Vargas Llosa ha sido siempre un afrancesado. El término en España tuvo durante mucho tiempo un matiz peyorativo, lógicamente, y luego cayó en cierto desuso. En todo caso, modernamente se prefiere la palabra francófilo. Sea como fuere, el Nobel es quizás el español más fan de Francia que existe. Y nunca lo ha ocultado, habiendo tenido además la virtud de contaminarse de todo lo bueno literariamente que le llegaba del país galo. Ya desde su juventud, Llosa soñaba con París. Con la vida de escritor, con las lecturas febriles en una buhardilla, la noche en los cafés, el ambiente bohemio, los pintores. Pronto consiguió una beca para pasar allí unos meses y desde entonces el hechizo ha sido total.

A lo largo de toda su vida, el autor de ‘La fiesta del chivo’ ha pasado largas temporadas en Francia y ha publicitado su literatura mejor que nadie en lengua española. Fruto de esa trayectoria fue su ingreso en la Academia Francesa el pasado nueve de febrero. Poca broma: en la citada institución, fundada en 1635, nunca había entrado un autor de lengua no francesa. Coincidiendo con esto, Alfaguara ha publicado ‘Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa’, un volumen que recopila artículos, conferencias e intervenciones de los últimos años y que incluye el discurso de ingreso en la citada academia. Vargas llosa, a quien de joven apodaban sus amigos el «sartrecillo» valiente por su admiración por el filósofo Jean Paul Sartre -en quien ahora no se reconoce- y por Francia en general, destila en el volumen una admiración no exenta de espíritu crítico sobre el hecho cultural francés, con capítulos muy amenos y logrados como el que dedica a Víctor Hugo, ‘Víctor Hugo océano’, en el que se demora no solo sobre la escritura de este prodigio, si no también acerca de su biografá más personal, que incluyó un desaforado apetito sexual y una capacidad de trabajo tan descomunal que sería casi imposible leer, aún dedicando toda una vida, sus obras completas. Sin embargo, es Flaubert al que el novelista hispano peruano pone en un pedestal. Ya le dedicó un ensayo, centrado en Madame Bovary, ‘La orgía perpetua’ (2006), y ahora abunda en la tesis de que fue el fundador de la novela moderna. El primero que detectó cómo habría de ser la forma más eficaz de construir, y contar, un argumento. «Flaubert fue el primer novelista moderno porque fue el primero en comprender que el problema básico a la hora de escribir una novela es el narrador, ese personaje que cuenta -es el más importante de la historia- y que no es nunca quien escribe». Y más: «¿Qué puede aprender un novelista moderno de Madame Bovary? Todo lo esencial de la novela moderna». En el libro, Llosa hace desfilar a sus mitos franceses: Dumas, Bataille, Aron, Revel, esos que le abrieron la imaginación, según confesión propia y lo indujeron a pensar que las artes, y la literatura es una de ellas, tienen un papel privilegiado en la vida. Resulta maravilloso, nos dice, que un bárbaro (peruano) como yo, pueda participar en los asuntos públicos de Francia. Porque en el volumen que nos ocupa también hay mucho de admiración política por una nación jacobina, orgullosa, laica, republicana, chovinista pero integradora, liberal. Una nación sin embargo que protege a su cultura y la subvenciona, algo que el liberalismo de Vargas Llosa no alcanza a tolerar o comprender. «La literatura francesa es la más libre y la más osada», escribe el autor de ‘La casa verde’.

Precisamente y hablando de osadías, Vargas Llosa se atreve incluso a revindicar a Céline, «el último maldito». No políticamente, claro, dado que arremete contra su racismo y contra «la basura antisemita que vomitó», pero sí literariamente. Louis Ferdinand Celine (1894-1961) fue simpatizante de Hitler pero en lo puramente artístico, «escribió dos obras maestras», ‘Viaje al fin de la noche’

(debú y obra semiautobiográfica que traza el devenir de Ferdinand Bardamu en la Primera Guerra Mundial (1932) y ‘Muerte a crédito’ (1936), que significaron una verdadera revolución en la narrativa de su tiempo. Luego de estas dos novelas su obra posterior, nos dice Vargas, se desmoronó y no despegó de la mediocridad y de la apoplejía histórica en la que viven sus personajes. Unos personajes, como él mismo retrata en ‘Muerte a crédito’, inmersos en un mundo de canallas y malvados donde todo está corrompido y solo triunfa la basura. Pero Vargas Llosa confiesa, el artículo es de hace unos años, que ha vuelto a leerlo, a releerlo, y a extraer y apreciar el talento literario del muy controvertido y repelente personaje público. No sería controvertido añadir que la tesis celiniana de una sociedad podrida podría estar vigente, eso sí, a él en lugar de llevarlo a una posición regeneracionista le transportó a la simpatía por lo autoritario y xenófobo.

Vargas Llosa ha dado forma, conjuntando textos dispersos, a un canto de amor a la literatura francesa que viene entonando toda su vida. A cambio, Francia se ha rendido a él. Y como a un inmortal lo trata.

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