Nórdica
W. B. Yeats: De la poesía como país
Nórdica publica ‘He extendido mis sueños a tus pies’, una selección de poemas ilustrados del Nobel de 1923, considerado como un emblema en Irlanda y confundido con el propio mito de la independencia

W.B.YeatsDe la poesía como país / Lucas Martín
Lucas Martín
Entre todos los efectos corales del localismo siempre me ha parecido el más extravagante, por lo abusivo, el invento del poeta-nación. Que una tierra no es tierra hasta que encuentra a alguien que la cante puede servir para ilustrar guías folclóricas o para inspirar un martinete, pero aplicado a la literatura no deja de tener consecuencias indecorosas. La mayoría de las veces por constreñir una creación o un planteamiento en límites que son, por lo general, tan impersonales como difusos. Aunque en esto, y sin que sirva de alimento a tesis trasnochadas, se puede admitir la excepción. La relación de William Butler Yeats (1865-1939) con Irlanda es quizá, en estas inciertas tesituras, la más sobresaliente. Precisamente porque su obra no mengua al embadurnarse en la fanfarria de la bandera. Ni siquiera por el momento histórico, la proclamación de la independencia, en la que se labró. Más bien sucede lo contrario. Es felizmente la propia Irlanda la que se condensa, adquiriendo sonoridades que, como el paisaje, quizá estaban ahí, pero necesitaban quien les brindara un relato y una oportunidad, la que es una de las grandes conquistas subsidiarias de la mejor poesía: convertir la memoria íntima y la tradición oral de una isla en una esquina del mundo radicalmente universal.
Sin necesidad de abandonarse a los muchos atractivos de la cultura irlandesa, ahora que ha convertido a Joyce en una atracción de barraca, sin dejar de parar mientes en las concesiones al turismo de masas, volver a los versos de Yeats mantiene esa tensión ambigua que hace al mismo tiempo posible el reencuentro con el hombre y con el país. Decir que el poeta equivale a Irlanda tal vez contenga un exceso de fervor decimonónico, pero es indudable que su escritura -como la del Ulises, aunque en otro terreno- evoca y redecora su geografía, haciendo emerger un universo simbólico al margen del oficialismo que parecía desterrado al anecdotario del condado rural. Fue él quien, en un momento en el que hasta los teatros de Dublín eran sucursales del alicaído imperio, se encargó de enardecer la riqueza del entorno, devolviendo el lustre a lo que no dejaba de funcionar como una diferencia insobornable, pero a la par alejada de cualquier altavoz de renombre para su vindicación. Una labor que emprendió justo cuando era políticamente más necesaria y que gestó en paralelo a su temperamento como escritor, que se fue haciendo más rotundo y amplio con el paso del tiempo. Hasta el punto de que su literatura no ha perdido vigor ni tampoco envejecido, como demuestra la reciente edición de ‘He extendido mis sueños a tus pies’ por parte de Nórdica. Una muestra bilingüe de cuarenta poemas seleccionados y traducidos por Jordi Doce y acompañados de las ilustraciones de Sandra Rilova en la que el retorno a la lectura de Yeats se impone como una vuelta al hogar, con independencia de que el lector sea de Soria o de Barcelona, haya crecido bajo las latencias tecnológicas, deteste o ame la cerveza negra o nunca haya sentido sobre sus hombros el peso de la patria de Bernard Shaw.
A Yeats, que ganó el Nobel en 1923, un año después de Benavente, le favorecen mucho los formatos como los que tan bien sabe manejar Nórdica, proponiendo, en su colección, un diálogo plástico y extemporáneo que en este caso sabe engarzarse con fuerza a su propuesta. Los trazos de Sandra Rilova, que cumple con el requisito valiente de ofrecer su propia versión, conceden a estos poemas un nuevo puerto de entrada y de salida. Además, sin demasiadas evidencias, lo que es de agradecer frente a una poesía como la de Yeats, tan llena de meditación como de arrebatos líricos. Y con un abanico de motivos que van desde la mitología celta a su preocupación por la rosa que se marchita, la consunción de la belleza, el misticismo heterodoxo o la vejez. Huidobro dejó dicho en su epitafio que al fondo de su tumba se podía ver el mar. Yeats lo tiene más fácil en la insinuación de la montaña y de su ambiciosa espiritualidad. Enterrado al pie de una cumbre, las leyendas y topónimos que emplea en poemas como los compilados en este libro han contribuido, con el paso de las décadas, a crear un nuevo mito que se superpone al que lo inspiró; el suyo propio, convertido también, y con todos los flecos de la paradoja, en una suerte de país.
Senador a la postre de convencido rumbo nacionalista, excusable por el contexto, y con algunas veleidades autoritarias - aunque menos alucinadas que las de su secretario, el poeta Ezra Pound-, Yeats ha llegado al nuevo milenio siendo mucho más que una insigne coartada para la embriaguez del chauvinismo. Y la selección de Jordi Doce para este volumen, en la que figuran algunos de sus textos más conocidos, corrobora la vigencia de una poesía que supuso un punto de inflexión y una ventilación integral de la escritura en inglés. Interesado inicialmente por la horma simbolista, tan infrecuente en la herencia victoriana, el poeta abrió su propia senda. En la entrega del Nobel insistió en que la concesión se debía más al país que al escritor. La historia, mecanismos identitarios al margen, le ha matizado el argumento, situándole en ella y a la vez por encima del lugar y de las circunstancias. Haciéndole cómplice en la creación de una Irlanda que es de todos en la medida que su literatura también lo es.
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