«No donde naces, sino con quien paces». A lo largo de mi vida he oído y leído esta frase en múltiples formas, muchas de las veces convertida en «uno es de donde pace, no de donde nace» (generalmente atribuida a Antonio Machado), y otras tantas transfigurada en refrán popular: «el buey es de donde pace, no de donde nace». En realidad la locución original es de Francisco Delicado y la podemos encontrar en ‘La lozana andaluza’, uno de nuestros tesoros literarios. Sea como fuere, sirve para alentar el discurso de la emigración y de la capacidad de los seres humanos de adaptarse a otros horizontes, otras culturas, otras vidas, entendiendo como «patria» aquel lugar donde desarrollamos nuestra vida, no aquel donde, por casualidad, nacimos.
Al escritor Theodor Kallifatides le singulariza el hecho de ser un eterno emigrante. Nacido en Molaoi, una pequeña población del Peloponeso, en 1938, se trasladó con sus padres a Atenas en 1946, con ocho años, y emigró finalmente a Suecia en 1964, a los veintiséis años, en busca de trabajo. Allí se adaptó y dominó rápidamente el sueco, lo que le permitió matricularse en Filosofía en la Universidad de Estocolmo. No deja de ser una graciosa paradoja que un griego se licencie en Filosofía en Estocolmo, pero así fue, y trabajó como profesor unos años en esa universidad. Simultáneamente comenzó su carrera de escritor con un libro de poemas, pero el reconocimiento lo obtuvo principalmente gracias a sus novelas, la mayoría de ellas (una treintena) escritas en sueco. Solo ya a edad muy avanzada volvió a escribir en griego, idioma en el que acaba de publicar ‘Un nuevo país al otro lado de mi ventana’, cuya traducción al español, obra de Selma Ancira, acaba de publicar Galaxia Gutenberg.
De alguien que ha pasado la mayor parte de su vida en Suecia y que ha escrito la mayor parte de su obra en sueco podría esperarse que se «sintiera» más sueco que otra cosa, o al menos, que tuviera un grado de absoluta integración en el país que le acoge, dándose la circunstancia, además, de que su esposa es natural de ese país y en él han nacido sus hijos. Y sin embargo, Kallifatides se siente extranjero. Extranjero de sí mismo. No es, al menos no se siente, ni de un lugar de ni otro. Extraño en todas partes, esa dualidad estará presente a lo largo de todo el relato como una marca indeleble. Y desde el yo, desde la primera persona, desde un tono cercano, muy cercano a la confesión, explica la situación que vive y que también viven millones de personas en el mundo, el no ser «de aquí ni de allá».
Theodor Kallifatides
- Un nuevo país al otro lado de mi ventana
- Editorial: Galaxia Gutenberg
- Traducción: Selma Ancira
- Precio: 14,50 €
Con un intenso lirismo y un permanente recuerdo a los clásicos, la obra de Kallifatides nos encoje el alma. La narración, acomodada a fragmentos breves, casi como entradas de un hipotético diario sin días, arranca con un desagradable encuentro con alguien que le «recrimina ser turco», que le grita, en plena calle, que Suecia «no necesita turcos de mierda como tú». El escritor no logrará olvidar la mirada del hombre «que se había clavado en mí como una garrapata». Eso dará paso a una larga, luminosa, humanista reflexión sobre la emigración, la consideración de extranjero, el lugar de cada cual bajo el sol.
El autor comienza, tras ese desagradable suceso que tanto le impresiona, un viaje hacia atrás, hacia sí mismo, para averiguar en quién se ha convertido: «la mejor manera de aceptar aquello en lo que te has convertido es recordar lo que eras».
Así, poco a poco, en ‘Un nuevo país al otro lado de mi ventana’ Kallifatides va explorando sus orígenes griegos y la persona que ha llegado a ser. Comienza, a través de la memoria, a trazar su vida, buscando las causas de su extranjerismo y dejando al paso enunciaciones tan exactas como «la definición absoluta de extranjero. Vives tu vida con personas que no lo saben».
La extranjería cobra, en manos de Kallifatides, una dimensión interior. Una dimensión que, por interior, es imborrable, lo que le lleva a una cruda confesión: «soy inmigrante, soy griego y soy extranjero».
Reflexiona también profundamente sobre el idioma, verdadera seña del extranjero. Con una aplastante claridad concluye: «aprender palabras nuevas como simples vocablos es sencillo, solo se necesita buena memoria. Pero aprender el peso específico que tiene cada una, la forma o formas en que se utilizan, sus diferentes matices, es algo distinto y mucho más complicado (…) La experiencia de todo pueblo está preservada en su lengua (…) por eso aprender a fondo otra lengua es como hacer un gran viaje a otra conciencia y otra manera de ver el mundo y la vida».
Sin duda, este es el libro más personal de Theodor Kallifatides, una obra en la que reflexiona muy profundamente sobre los que son los grandes temas de sus novelas, el individuo y la historia, la emigración y el sentido de pertenencia, la lengua y la memoria, el amor y la identidad. Con el humor, la calidez, la ternura y el lirismo que le son propios, el autor construye un relato de una humanidad radical que maravillará y emocionará a sus lectores, una obra que propone volver a ella una y otra vez, que incita a la relectura y a la meditación sobre cada una de sus breves piezas, tan bien engarzadas que convierte el pequeño volumen en una preciosa y singular joya.