Editorial Acantilado

Zweig retrata a Tolstoi Casanova y Stendhal

Stefan Zweig, el gran intelectual del siglo XX, dejó junto a sus obras literarias un conjunto de grandiosas biografías, llenas de luz y de profunda humanidad. Acantilado recoge en esta ocasión las de Casanova, Stendhal y Lev Tolstoi

Zweig

Zweig / Javier García Recio

Quizá desde Plutarco nadie supo convertir las biografías de personajes célebres en relatos académicos y a la par entretenidos y sustanciosos como lo hizo Stefan Zweig, que convirtió en un clásico el arte de contar las vidas de otros. Sus biografías son fascinantes, porque indaga hasta llegar al alma del personaje y ponerla ante nuestros ojos. Suyas son las famosas biografías de Erasmo de Róterdam, Magallanes, María Estuardo, María Antonieta, Honoré de Balzac, Paul Verlaine, Nietzsche o Montaigne, entre otros.

Ahora la editorial Acantilado, como ya hizo en 2021 publicando un doble volumen, con las vidas de María Estuardo, Magallanes o Balzac, da continuidad a ese trabajo editando ‘Tres poetas de sus vidas: Casanova, Stendhal, Tolstoi’.

En este volumen, Stefan Zweig une las vidas de un pillo, libertino y «escritor dudoso», como Casanova, con la de un moralista heroico y escritor perfecto como Tolstoi y un reformista como Stendhal. No se trata, dice Zweig, de ponerlos en el mismo nivel intelectual, sino todo lo contrario. Cada uno simboliza tres estadios que van en gradación.

Casanova simboliza el estadio inferior, el de un hombre que confunde la vida con sus aventuras mundanas y sensuales. Con Stendhal, no basta el simple relato sino que hay que indagar en sus actos u omisiones. Con Tolstoi se alcanza el apogeo pues no se valora solo el tipo y la forma de sus manifestaciones, sino también el sentido y el valor de las mismas.

Casanova es un caso «excepcional». Su mérito poético es dudoso pues sus pocos versos «huelen a almizcle y a engrudo académico». Se limita a «timar a la inmortalidad». No sabe nada de noches en vela trabajando unos versos, ni de la ingrata labor de pulir el lenguaje, ni de la renuncia del poeta al calor y la plenitud de la existencia.

Solo al final de su vida, ya pobre y olvidado, se refugia en el trabajo y cuenta su vida y ¡qué vida! Cinco novelas, veinte comedias, un sin número de novelas cortas y un sinfín de episodios y hechos vividos. Ello revela el gran misterio de su fama, pues no es la manera de describir y relatar su vida lo que le revela como un genio, sino la forma en que la vivió.

Este es su único éxito. El narrar su vida desmesurada, sin tapujos morales, sino de manera directa, tal como fue: «apasionada, arriesgada, licenciosa, desconsiderada, divertida, vulgar, indecente, atrevida, desordenada, pero siempre interesante e imprevista». No necesitó del ingenio literario o de la fantasía, su mérito es contar su paso por la vida.

Stendhal, por contra es el maestro en el arte de la simulación. El suyo es el amor por la máscara, por el fingimiento. Empieza con su nombre, Henri Beyle, que esconde tras el de Stendhal. Jugaba con las fechas, con los acontecimientos. Está de paseo en Roma y escribe que está en Orvieto; afirma que estuvo en las batallas de Wagramy Eylau, mientras que en sus diarios cuenta que en esos momentos estaba cómodamente instalado en París. Habla de una larga conversación con Napoleón y en otro lugar confiesa que Napoleón no entablaba conversaciones con necios como él.

Manejaba magníficamente las mistificaciones y los pseudónimos. Nunca ocultó su pasión por este juego. Incluso este francés de Grenoble hizo inscribir en su lápida en el cementerio de Montmatre: «Arrigo Beyle, milanese».

Se parapetó tras ese artificio para mentir con pasión, pero también para amar la verdad. Tuvo el mismo valor y desparpajo, para la verdad que para la mentira. Con ese disfraz logró con mucho éxito adentrarse en el alma de las personas y describir con innato ojo psicológico algunas de las revelaciones más valiosas del alma humana, ello cien años antes de que naciera el psicoanálisis. Él supo describir las verdades sobre el universo de los sentidos y las bajas pasiones, sobre los sentimientos más ocultos. También supo y quiso exponer con objetividad y exactitud sus peores sentimiento y traumas internos; las confesiones más vergonzosas sobre sus inhibiciones sexuales, sus continuos fracasos con las mujeres, las heridas que le inflige su desmedida vanidad… Él puso por escritos confidencias íntimas descritas con fría sinceridad, revelaciones que ningún escritor confió jamás.

Con Tolstoi, Zweig centra su biografía en los años de crisis y espiritualidad moral. A los cincuenta y cuatro años, después de una vida hasta entonces rica en éxitos y tranquilidad familiar que le permitió engendrar trece hijos, Tolstoi volvió sus ojos hacia una vida más espiritual, convirtiéndose en un ferviente anarquista cristiano y pacifista. Dejó los lujos y se fue a vivir con sus campesinos a los que enseñó montando una escuela.

'Tres poetas de sus vidas: Casanova, Stendhal, Tolstoi', de Stefan Zweig

'Tres poetas de sus vidas: Casanova, Stendhal, Tolstoi', de Stefan Zweig

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Tres poetas de sus vidas: Casanova, Stendhal, Tolstoi

Editorial: Acantilado

Traducción: José Aníbal Campos

Precio: 22,00 €

Zweig describe esos años de Tolstoi como los del descubrimiento de la nada, «la eterna nada oculta tras lo efímero». Escribe en ese tiempo algunas de sus obras monumentales, como ‘Guerra y paz’ y ‘Ana Karenina’, pues su mirada sigue siendo de una «claridad incisiva, la mirada humana más sobria y espiritual que haya conocido nuestro tiempo».

Hasta cerca de los cincuenta años, Tolstoi vivió creando y escribiendo despreocupada y libremente. Los treinta años siguientes vivió «consagrado a hallar sentido a su vida, a través de su lucha por alcanzar la verdad». Una tarea desmedida que, a los ojos de Zweig le convierte en un héroe, casi santo, por intentarlo y en el más humano de los hombres por sucumbir a ello.

El retrato de Tolstoi que hace Zweig es el de un hombre de rasgos toscos, casi vulgares, un rostro ordinario; es la fisonomía de un ruso cualquiera que no descubre al escritor, al creador. No es un rostro memorable. Su aspecto es el mismo que el de sus compañeros de estudio; o que el de sus compañeros oficiales, o de otros terratenientes o campesinos. Tolstoi no tiene rostro propio, su rostro «es el de la humanidad en Rusia».

Pero tras la tupida jungla de las cejas salta una mirada gris, la mirada inaudita de Tolstoi. Toda su brillantez se concentra en las mil facetas de su mirada. Pueden brillar en las cimas del espíritu y ver en las más oscuras profundidades del alma. Nada es imposible para esos ojos. Ante esos ojos todo queda al desnudo. Quien posee tales ojos ve la verdad; el mundo y el saber le pertenecen. Así eran los ojos y la mirada de Tolstoi.

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