Emilio Lara

Venus en el espejo: Mujeres superiores

Un Velázquez en la cima de su genio llega a Roma para conocer y pintar a dos poderosas mujeres: Olivia Maidalchini y Flaminia Triunfi - Es ‘Venus del espejo’, la novela histórica de Emilio Lara

La Venus en el espejo, de Velázquez.

La Venus en el espejo, de Velázquez. / L. O.

Francisco Millet Alcoba

Dos mujeres Olimpia Maidalchini y Flaminia Triunfi, decididas y dueñas de sus vidas en el mundo que les ha tocado vivir; una ciudad, la Roma del siglo XVII, con su intensa alegría de vivir, y dos hombres, el Papa Inocencio X y el gran Velázquez, arrastrados por la fuerza y la voluntad de esas dos mujeres que deciden por sí mismas y convierten a los hombres en instrumentos de su destino.

Todo ello conforma el escenario y a los protagonistas de ‘Venus en el espejo’, la última novela histórica de Emilio Lara, publicada por Edhasa. Una novela que nace del hallazgo en 1986 de una pintura anónima de mujer que tras las investigaciones pertinentes se descubre que es el retrato que Velázquez había realizado a Olimpia Maidalchini, La Papisa, hacia 1650, y que desapareció en 1724. Al hilo de ello, Emilio Lara bucea y teje esta historia de ‘Venus en el espejo’ que traza los destinos de dos mujeres poderosas y dos hombres protagonistas de su tiempo.

El peso de este relato lo asume Olimpia Maidalchini, mujer inteligente y decidida, creída de sí misma y de sus posibilidades, que se convirtió en consejera de su cuñado, el Papa Inocencio X y llegó a gobernar la Iglesia de Roma y hacerse con un poder enorme, desafiando la autoridad de los cardenales de la curia, quienes decían de ella que no se sabía si era la sombra del Papa o la papisa en la sombra. «No hemos elegido Papa sino a una papisa», dijo premonitorio el cardenal Alessandro Bichi al subir Inocencio X al papado.

Olimpia creció en Viterbo, inteligente y decidida. La situación de la economía familiar obligó al padre a meterla a monja con sus dos hermanas. Ella no estaba dispuesta y monta una sórdida y falsa denuncia de violación contra el capellán del convento y consiguió dejar los hábitos. El padre le buscó un viejo y rico marido, que al morir pronto la convirtió en viuda dueña de un rico patrimonio que ella, gracias a su mentalidad de hábil negociante, logró incrementar. Tras el luto se casó con el aristócrata Pamphilio Pamphili, sin amor pero con gran conveniencia para ambos y se trasladó a Roma. En el palacio de Piazza Navova vivía también el hermano de Pamphilio, Giambattista, sacerdote en el Tribunal de La Rota y futuro Papa Inocencio X. Su marido era mundano y atractivo mientras Giambattista era silencioso, taciturno y poco agraciado, pero tenía en su mirada un fulgor de inteligencia que ella supo captar y engatusarlo para lograr su amistad. Ella percibió la prodigiosa inteligencia de Giambattista, que estaba frenada por su falta de ambición y de confianza; ella aportó a este dúo la decisión de la que él carecía. A su vez, gracias a su dinero, y sobre todo a su carisma e inteligencia, fue tejiéndose una envidiable red de influencias en aquella Roma propicia a la corrupción.

Ejecutando un plan previamente ideado guió a su cuñado primero a Nápoles, París y a la corte española como Nuncio del Papa, después a la púrpura de cardenal y cuando llegó el momento logró que fuese elegido Papa.

Al morir Urbano VIII llegó su momento. En un tórrido verano de 1644, con la malaria asolando Roma, ella desde fuera del cónclave dispuso toda su influencia para que los dos grandes candidatos promovidos por Francia y España quedasen anulados entre sí y emergiese la figura de Guambattista, que fue elegido Papa con el nombre de Inocencio X. «No hemos elegido Papa sino a una papisa», dijo el cardenal Alessandro Bichi. Bien lo sabía.

Y así fue. Con la ayuda de su hijo Camilo, que fue nombrado cardenal, Olimpia acaparó todo el poder de hacer y decidir en el Vaticano. Solo los asuntos puramente religiosos dejó en manos del Papa.

Entró en el negocio de las bulas y dispensas papales exigiendo una comisión; también en el negocio de los prostíbulos ofreciendo protección a las meretrices a cambio de un porcentaje. Con esas ganancias construyó y financió el funcionamiento del hospicio de bambinas, para que las niñas pobres no tuvieran que entrar en clausura o dedicarse a la prostitución; rehabilitó un pueblo, cerca de su ciudad natal, para prostitutas y desheredadas de la fortuna, creó el instituto para viudas dolientes, con los mismos fines que los anteriores

La vida y la historia cruzan sus destinos cuando en mayo de 1649 Diego Velázquez, convertido ya en el gran pintor de la corte española, llega Roma en un viaje para satisfacer las exigencias artísticas del Felipe IV. Debía adquirir antigüedades y pinturas de grandes maestros y contratar a artistas para España.

En Roma, que ya había visitado veinte años atrás, Velázquez quedó deslumbrado por la luz y la belleza de la ciudad. Una tarde paseando con su criado Juan de Pareja por la Piazza di Spagna la vio y «toda la alegría del mundo en primavera se desplegó ante sus ojos» (...) «era de una guapura resplandeciente. Cabello castaño claro, ojos verdes, labios llenos y nariz helénica». Era Flaminia Triunfi. Pintora y modelo. También ella, pese a la diferencia de edad quedó prendada del pintor viviendo ambos una intensa pasión amorosa.

La fama y la pericia artística de Velázquez le llevó a ser reclamado por los principales de Roma para que les pintase. Fue así que el pintor retrató a Olimpia Maidalchini y a su cuñado el Papa, que quedó maravillado al contemplarlo y dejó para la historia aquella frase de «troppo vero», demasiado verdadero.

Fue este quizá el retrato más logrado que pintó Velázquez en su vida. Pero cuando el pintor, urgido por el rey en España, se ve en la obligación de abandonar su feliz estancia en Roma es cuando decide pintar a la venus del espejo y a que sea su amada Flaminia la modelo. Ella accedió pues ya ejercía de modelo en Roma y sabía que ese sería el único recuerdo que guardaría de su idilio con el pintor. Aquel retrato inmortal, que supone una excepción en el catálogo de retratos de Velázquez, hombre muy prudente y conocedor de que la Inquisición, en España, le podría complicar su existencia por aquel desnudo.

Emilio Lara, un intelectual especialmente dotado para bucear en la historia y en recuperar las tramas más atractivas y desconocidas de ella, consigue con ‘Venus en el espejo’ un excelente relato donde historia y ficción beben del mismo pozo y lo convierten en una extraordinaria narración histórica de lectura placentera.

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