Homenaje a Ignacio Aldecoa
Bajo el título ‘De viva voz’, José Teruel reúne para Siruela las mejores conferencias de la escritora salmantina. Disertaciones en las que la autora incluía a sus compañeros de viaje sin desdeñar a nadie –de Juan Benet a Ignacio Aldecoa, pasando por Elena Fortún– y en las que hacía gala de «su habilidad para convertir el monólogo en conversación con el auditorio»

Ignacio Aldecoa
En 2006, Siruela nos regaló otro libro inolvidable de Carmen Martín Gaite, ‘Esperando el porvenir’. Homenaje a Ignacio Aldecoa. El esposo de Josefina Rodríguez, que adoptó luego el apellido de su marido, murió súbitamente en 1969 a los 44 años. Querido por todos, habitante irregular de Madrid y La Graciosa (Canarias), era una referencia generacional que incluiría nombres como los de Rafael Azcona y Luis García Berlanga. Fue pronto una figura insólita por la calidad de su escritura, de modo que su fallecimiento mereció una atención extraordinaria, de estupor y pérdida. La propia Martín Gaite publicó en La Estafeta Literatura un obituario que explica la magnitud de la tristeza: Un aviso: ha muerto Ignacio Aldecoa.
Con ese espíritu, años después, Martín Gaite retomó el homenaje a su amigo. Fue en la sede de la Fundación Juan March en 1994. Su carisma convocó a un ingente número de personas que por vez primera, seguramente, oían hablar de Aldecoa, cuyos cuentos completos se reeditaban por entonces, así como otras obras que él había ido dando a la estampa durante los años de fertilidad de la generación de los 50.
El título de las conferencias, Esperando el porvenir, provenía de unos versos que él canturreaba («sentadito en la escalera/ esperando el por venir/ y el porvenir no llega»), como si esa hubiera sido la raíz de un epitafio. Y el origen del libro es, casi literalmente, aquel ciclo de charlas que este cronista siguió. Carmiña se sentaba sobre sus piernas, hablaba como si estuviera entre los oyentes. Iba con su pelo blanco oculto bajo sus sombreros de variado color, miraba a los que escuchaban como para hallar asentimiento o rectificación, o a conocidos. No habría sido raro que entre ellos buscara a Aldecoa. Y fue emocionante escuchar cómo leyó parte de aquel obituario: «Su muerte ha entrado a saco como un viento despiadado en el arca de estos recuerdos que parecían aun temprano para revisar. Eran asuntos pendientes, cuentas sin ordenar. Se sabía que les llegaría la hora de salir a relucir, pero daba miedo, y ahora hay que plantarles cara, cada uno desde donde podamos y como podamos». Y terminó así: «Ha muerto Ignacio Aldecoa. Los años 40 y 50, lo queramos o no, empiezan a hacer historia».
De viva voz ahora cuenta hasta el final de la historia. Allí estaba Carmiña para que no pasara desaparecido el reloj de aquel tiempo que ella contó como nadie.
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