Epistolar

James Joyce: así se retrataba en sus cartas

Foto de archivo del escritor James Joyces en Dublin.

Foto de archivo del escritor James Joyces en Dublin.

A diferencia de otros escritores donde su correspondencia era una continuidad de su trabajo literario, en la que expresaban sus dificultades para avanzar en un texto, como Flaubert, o sus sensaciones sobre el desarrollo de sus escritos, James Joyce dejó el genio y la creatividad para sus trabajos literarios y se sirvió de la correspondencia para las necesidades más apremiantes de su vida cotidiana. Lo dice su biógrafo Richard Ellmann en la introducción de ‘La perfección de mi arte. Cartas escogidas’, que acaba de publicar Navona. Ellmann explica que «Joyce no consideraba la carta o su desvergonzada hermana, la tarjeta postal, una forma literaria de importancia». «Sus cartas -añade Ellmann- adoptan una posición que al principio puede parecer la opuesta de la de sus libros. Sus obras de creación son ocurrentes, líricas, audaces. De vez en cuando aparecen en su correspondencia esas cualidades, pero el tono que predomina en ella es irónico, conciso, apremiante».

Esto es, en todo caso, el tono general, pues leyendo las cartas de Joyce vemos también como en muchas de ellas hay evocaciones de su panorama mental y fragmentos de autoanálisis que confieren a esta correspondencia un valor extraordinario para conocer al hombre, mas allá -o acá- de su ensimismamiento literario.

Siguiendo su correspondencia seguimos a Joyce en sus dificultades económicas de juventud y posteriores; o sus cartas de amor -con perversiones sexuales incluidas- a Nora Barnacle; su difícil, por atosigante, relación con los amigos; sus opiniones literarias en las cartas a su hermano Stanislaus y sus cambios ideológicos que le llevaron a romper con el catolicismo, tal como cuenta a Nora en una de sus cartas: «Hace seis años dejé la Iglesia católica con el odio más ferviente. Me resultaba imposible permanecer en ella con los impulsos de mi naturaleza».

Esas opiniones literarias que expresa a su hermano Stanislaus tienen casi siempre a la literatura inglesa como diana de sus críticas, que personaliza en Thomas Hardy: consideraba que siempre se andaban con rodeo y que la mayoría carecía de valor para romper con lo establecido, y por ello estaban anticuados, pues su moral arcaica engendraba una literatura antigua.

Antes, y tras su graduación en 1903, se instaló en París con el propósito de estudiar Medicina, pero la ruina de su familia le hizo desistir. Su situación financiera era tan precaria entonces como la de su familia, y pasó verdadera hambre. Así le escribía a su madre: «recibí con inmensa alegría tu giro por valor de tres chelines y cuatro peniques pues llevaba 42 horas sin comer. Hoy llevo 20 horas sin comer, pero esos periodos de ayuno son corrientes en mi vida actual» . Pero en esas cartas de juventud siempre guarda cuidado por aparecer como un héroe hambriento y no un muerto de hambre.

Su carácter desdeñoso y despreocupado le llevó a tener siempre una relación difícil con los amigos a los que exigía mucho en relación a la compresión de su arte. Los amigos en cambio eran como sus lectores que debían resignarse a aceptar una obra difícil sabiendo que preparaba otra aún más difícil.

Su actitud hacia sus libros fue una combinación de indiferencia y autopropaganda. El enorme orgullo del artista era compatible con enormes esfuerzos. Mandaba imprimir las propias reseñas periodísticas de sus obras y las enviaba con pasmosa seriedad a otros posibles críticos.

Las cartas desvelan arios de los proyectos de negocios que puso en marcha con la intención de prosperar económicamente. Uno de ellos fue abrir un cine en Dublín que entonces, 1909, no tenía. Joyce vivía entonces en Trieste y consiguió el apoyo de varios empresarios de cine de esa ciudad y gracias a ello en diciembre de 1909 abrió el Cinematógrafo Volta . Pero no tuvo éxito y hubo de venderlo con pérdidas.

Su lado más personal lo encontramos en las cartas a Nora Barnacle, las más importantes de este volumen. Al principio el tono de esas cartas es desenvuelto, pero en poco tiempo se vuelve más solemne. Desde el principio le deja claro su oposición a una relación matrimonial y le inquiere para un papel de compañera o amante: «mi entendimiento rechaza todo el orden social actual y el cristianismo: el hogar, las virtudes reconocidas, las clases en la vida y las doctrinas religiosas», le escribe en 1904. Nora aceptó y se convirtió en la amante de un artista en contra de la voluntad familiar. Por eso el amor de Joyce por Nora creció rápidamente: «deseo que compartas cualquier felicidad que yo pueda disfrutar y asegurarte mi gran respeto por ese amor tuyo que deseo merecer y al que deseo corresponder». Joyce quedó impresionado profundamente por los sinceros sentimientos de Nora, expresados sin la gazmoñería propia de las muchachas de su edad. Con Nora podía comportarse sin artificios, ser él mismo.

Más adelante, entre 1909 y 1912, sus cartas a Nora van describiendo con más vehemencia la intensidad de su amor. «Me tienes por completo en tu poder». Hay un aspecto de sus cartas destinadas a proporcionar satisfacción sexual a él e inspirársela a ella. Joyce muestra en esas cartas su lenguaje más depravado y y perverso con todo tipo de insinuaciones sexuales.

Evidentemente en épocas posteriores Joyce escribe a Nora con mayor conciencia, como cuando en abril de 1922 ella decide marcharse con los dos hijos a Galway. El le escribe desesperado y huérfano de amor: «Querida mía, amor mío, reina mía (…) evidentemente, es imposible describirte la desesperación en que me he visto desde que te marchaste (…) Oh queridísima mía ¿ojalá volvieses a mi lado y leyeras ese terrible libro (el Ulises) que ahora me ha partido el corazón y me acogieses a solas para hacer conmigo lo que quieras!».

La profundidad y las oscilaciones de sus cartas de amor constituyen un contrapunto divertido respecto a las que enviaba a los hombres. Con Nora leemos a un Joyce siempre franco y abierto. Pero con los hombres adopta un lenguaje circunspecto y formal, guardando las distancias en el tratamiento, salvo en los casos de Ezra Pound y su amigo Frank Budgen. Hay otra excepción y es la correspondencia con su hermano menor Stanislaus, entre 1909 y 1912, donde refleja con bastante sinceridad su posición intelectual. Joyce exponía sin reservas sus opiniones en las cartas a su hermano que le consideraba superior en cuestiones literarias, pero no en las de comportamiento familiar. Estas cartas permiten ver a Joyce como se veía a si mismo, que era como una persona delicada y frágil, de mala salud y mala suerte perpetua.

Así se retrataba en sus cartas

Portada de 'La perfección de mi arte' / La Opinión

La perfección de mi arte. Cartas escogidas

Autor: James Joyce

Editorial: Navona 

Traducción: Carlos Manzano

Selección: Richard Ellmann

Precio: 37,05 € 

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