Novela
En el camino de la gran novela americana
Superando un ictus, Marianne Wiggins firma ‘Las propiedades de la sed’, una obra maestra, que se inscribe en el sueño de la gran novela americana que persiguen los escritores estadounidenses

Marianne Wiggins / La Opinión
En esa carrera soñadora que persigue la escritura de la gran novela americana, Marianne Wiggins, una escritora poco conocida en España pero de una amplia trayectoria literaria en su país, acaba de tomar ventaja con ‘Las propiedades de la sed’, una novela magistral, soberana, una de esas obras maestras que todo escritor sueña con escribir alguna vez. Y Marianne Wiggins lo ha hecho y además en condiciones muy difíciles tras recuperar la memoria que un ictus cerebral le había borrado.
‘Las propiedades de la sed’ es una novela que entreteje con sabia emoción lo más universal y ecuménico con las historias íntimas y personales de sus protagonistas. El entramado es admirable.
En la historia que sirve de hilo conductor de todo el gran relato Rocky Rhodes, un naturalista autodidacta, que sigue las enseñanzas de Thoreau y Emerson, junto a su esposa, Lou, de origen francés, levanta en el valle de Owens, entre las cadenas montañosas de Sierra Nevada e Inyo, un rancho modelo franco-español, Las tres sillas, en homenaje al poema de Thoreau. Cuando Lou muere de polio, Cas, la hermana gemela de Rocky se muda al rancho para ayudar a criar a los hijos de tres años de la pareja, Stryker y Sunny, también gemelos.
El rancho y el valle dependen para su supervivencia de lo que había sido un flujo libre y aparentemente interminable de agua de deshielo desde las montañas. Pero cuando el Departamento de Agua de Los Ángeles comienza a comprar los derechos de agua y a drenar el gran lago local para alimentar la sed gigantesca de la creciente ciudad del sur de California, aquello que había levantado Rocky pese a luchar contra ellos es una pelea desigual frustrante.
En el relato la naturaleza y el paisaje son un personaje más, que queda pisoteada en manos del progreso. A través de Rocky y también de su hijo Stryker, Wiggins explora esa relación armónica del hombre con la tierra, con el respeto a la naturaleza que se ve mancillada en aras del progreso y la modernidad. De ahí la lucha personal de Rocky contra el Departamento del Agua de Los Angeles, DALA, que debía llevar el agua a la gran ciudad y que supuso dejar sin agua y secar toda aquella enorme tierra que fue de prosperidad y ahora un desierto.

Marianne Wiggins | LA OPINIÓN
La otra gran historia que Wiggins entrelaza con maestría a los personajes más cercanos es la que deriva de la entrada de EEUU en la guerra mundial. Es tras la humillación que sufren en Pearl Habour que el gobierno decide poner en marcha uno de los episodios más oscuros e infamantes de su historia y sobre el que siempre han tratado de ocultarlo: la creación de campos de internamiento donde fueron encerrados hasta 1945 todos los japoneses residentes en el país, incluidos los hijos que tenían ya la condición de americanos. Se levantaron diez campos, donde quedaron confinados unos 113.000 japoneses; familias enteras en campos cerrados con alambradas de espino, vigilados por guardias armados y ubicados en parajes alejados de cualquier civilización. La tensión, la sospecha y la desesperación eran la norma. El caso más grave fue el motín ocurrido en el campo de Manzanar, donde los soldados americanos abrieron fuego contra los internos matando a 135 personas.
Marianne Wiggins sitúa uno de esos campos, Manzanar, cerca del rancho de Las tres sillas. Al frente pusieron a Schiff, un joven judío, de Chicago. Schiff era un joven abogado que ya se había curtido trabajando primero en la Administracion de Obras Públicas y luego en la poderosa WPA, la administración para el Progreso de las Obras.
Pero aquellos japoneses no eran cualquier cosa; por ejemplo los Sombreros: uno era abogado, otro director de un banco, un tercero profesor universitario, un contable… Algunos estaban por voluntad propia como Georgina Takei, una eminente doctora en Derecho, que se internó en solidaridad con sus compatriotas víctimas de la injusticia y para interponer una demanda contra Roosevelt por el encarcelamiento ilegal de ciudadanos.
La historia se vuelve conmovedora y terrible cuand Schiff queda seducido por la forma de vida de los habitantes de Las tres sillas, en especial de la joven Sunny. Surge el amor y también el conflicto. Es una historia de amor tan cruda como llena de esperanzas, pese al oscuro tiempo en el que viven.
‘Las propiedades de la sed’ reúne muchas de las condiciones y exigencias para ser la gran novela americana: la lucha épica de los pioneros americanos por domar el inconmensurable paisaje americano, sin dañarlo; la irrupción del progreso y el urbanismo que acabará con esos ideales; la batalla por la igualdad frente al martillazo de la Gran Depresión; la guerra, que marcó el devenir de miles de ciudadanos americanos y permitió la construcción de el país de las oportunidades, donde solo triunfaban los guerreros. Y el amor; el amor a la tierra, a los grandes ideales, a la unidad de la familia y ese otro que va unido a la pasión, al deseo. Y sus lecciones: «No puedes salvar lo que no amas», se repite el protagonista Rocky Rhodes. Un enseñanza que transmite a sus hijos: «pero solo con amor no basta para mantener la muerte a raya» añade como segunda lección.
En ‘Las propiedades de la sed’ Wiggins ha logrado firmar una novela total, de considerables dimensiones. Por su espíritu, por su ambición, por esos ideales que transmite con una emoción que conmociona, por la fuerza narrativa que imprime , por su hálito de grandeza, por su maestría para entretejer las tramas históricas con las cotidianas e íntimas nos encontramos ante una gran novela. ¿La gran novela americana? Está en el camino.

Las propiedades de la sed
Autora: Marianne Wiggins
Traducción: Celia Filipetto
Editorial: Libros del Asteroide
Páginas: 595 páginas
Precio: 29,95 €
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