Rafael Reig y la caricatura de los servicios secretos

En ‘Cualquier cosa pequeña’, el escritor se adentra con su ironía habitual en el mundo del espionaje, que ridiculiza de manera deliciosa y cruel

Rafael Reig.

Rafael Reig. / Pablo García

Desde que debutara en 1990 con ‘Esa oscura gente’, Rafael Reig ha demostrado libro a libro y sin ninguna duda que es un escritor singular donde los haya. Siempre original e irreverente, ha tocado con acierto casi todos los géneros y no ha dejado sin pasar ningún asunto por horrible que fuese: las drogas, la corrupción, la pandemia, la ancianidad y nos ha dejado personajes inolvidables, como los Belinchones, o el detective Carlos Clot en su serie detectivesca.

Dos características fundamentales: la originalidad y el humor, conforman el santo y seña de sus historias. Pero bien sazonados con la ironía, la distorsión disparatada a veces, el espíritu crítico, la desmitificación, o la parodia ingeniosa. Pero además, la gran formación de Reig permite a este presentar sus historias con una especie de trascendencia disimulada que detalla aun más sus dotes de gran contador de historias, de todo tipo de historias.

Llega su última novela, ‘Cualquier cosa pequeña’, donde Rafael Reig se sumerge en el mundo turbio y oscuro de los espías y los servicios secretos y en el más opaco de los paraísos fiscales.

El escenario artificial es Dragonera, una isla en el Atlántico, que fue colonia británica hasta 1952 con capital en Atlantic Town y que goza de una estimable supervivencia gracias a su condición de gran paraíso fiscal, su gran fuente de ingresos y de la que todos, desde el Gobierno, la Policía o los empresarios, se enorgullecen sin rubor.

En un edificio colonial del barrio del puerto se halla Mudanzas Panero que no es lo que aparenta, pese a la mesa de despacho que ocupa la quisquillosa Tante Juani. Tras una puerta, en un luminoso espacio tres personas: Amber Navel, Tom Tyllet y el jefe, Ginés de Loyola. En realidad es el Centro de Documentación, una oficina casi olvidada del servicio de espionaje del país donde Ginés Loyola fue enviado como castigo para purgar errores del pasado. Allí elaboran informes que nadie lee. Si están allí es porque han cometido un error en el pasado. Se le conoce por la Casa Desolada y allí no hay coincidencias ni casualidades, todo es fatalidad o destino.

Pero de manera ocasional, resultado de la lectura aburrida de informes y más informes , el joven Tom Tyllet descubre algo inquietante. Un tipo, Marc Opinel, aparece en la escena del crimen de tres asesinatos ocurridos en pocos días en tres ciudades distintas: Berna, Madrid y en la propia capital de Dragonera, Atlantic Town, donde acaba de ser asesinado el candidato a la presidencia Joe Colombani. Los otros dos, la jueza Inge Tagelmann, en Berna y el abogado español Agustín Cabanillas, en Madrid.

La jueza y el abogado (comprados por el dinero de Joe Colombani) habían intervenido para que un tal Ted Eagleton, un millonario británico de oscuros negocios, no consiguiera hacerse con la compañía naviera de Colombani.

A los tres los mató con eficacia profesional un tal Peter Doyle, asesino a sueldo contratado por la Mozart Contractor, una empresa rusa de mercenarios dirigida por un alto cargo de la KGB. A la jueza la mató en su apartamento de Berna, de un tiro en la nuca; la mujer ni se enteró. A Agustín Cabanillas, un abogado corrupto dedicado al blanqueo de dinero y la evasión fiscal, lo mató en su casa de Madrid asfixiándolo con un alambre, no resultó elegante pues el hombre estaba impedido en un silla de ruedas y nada pudo hacer. Luego voló a Atlantic Tow para matar limpiamente a Colombani de dos balazos en la cabeza mientras pedía el voto a un grupo de ancianos de una residencia. En las tres ocasiones, al ser abordado por la policía les dio el nombre de Marc Opinel, un turista de visita en la ciudad.

La información descubierta por la oficina de espionaje de Ginés Loyola resulta estimulante pues les podría permitir redimirse y salir del oscuro agujero en que se encuentran. Pero, su gozo en un pozo, pues Ginés Loyola descubre que la información ha sido filtrada y que un topo sería el causante de esa filtración que comprometería al Gobierno. En la búsqueda del topo se fijan en dos jóvenes e inexpertos espías que trabajan en la Secretaria de Navegación Comercial, otro departamento tapadera. Uno de ellos, no puede superar la presión de la detención y del interrogatorio y se suicida. A partir de ahí las cosas se precipitan y la entrada en escena del factor humano, «cualquier cosa pequeña», pone el final de esta historia en las manos caprichosas del azar, como dice el jefe: «Pase lo que pase, siempre encontramos una solución, incluso sin buscarla, lo que ya debería habernos hecho sospechar de nuestras soluciones, que se limitan a sustituir un problema por otro, no pocas veces de mayor tamaño».

Reig es un consumado narrador y en ‘Cualquier cosa pequeña’ no da puntada narrativa sin hilo. Nada queda al azar, ni siquiera la irrupción intencionada del propio azar. Asistimos a todo un despliegue del talento del escritor que, desde el tratamiento de los personajes secundarios hasta los protagonistas, brilla con fina ironía y con esa manera deliciosa y cruel de desacreditar y ridiculizar los servicios de espionaje , como haría el mejor Ibáñez y su Mortadelo y Filemón.

Cualquier cosa pequeña

Autor: Rafael Reig

Editorial: Tusquets

Páginas: 327 páginas

Precio: 20,50 €

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