Novela
Esther Kinsky: la prosa más evocadora
En su primera novela, ‘El río’, que ahora publica Periférica, destaca ya el poder narrativo de Kinsky, su maestría en el uso de una prosa sutil, evocadora y bella para describir el encanto de lugares y personas
A la alemana Esther Kinsky le han bastado apenas tres fascinantes libros llenos de una prosa evocadora y sensual para convertirse en una de las grandes de la literatura alemana. Tres libros: ‘El río’, ‘La arboleda’ y ‘Rombo’, que le han supuesto también una cosecha de premios y reconocimientos importantes que dejan ver igualmente el entusiasmo con que han sido acogidos sus relatos. Kinsky es también poeta y traductora del polaco, ruso e inglés, circunstancias que determinan por completo su modo preciso y precioso de narrar; su prosa poética y pictórica, llena de imágenes que invitan al recuerdo hace el resto.
Editorial Periférica, que ya publicó ‘La arboleda’ y ‘Rombo’, nos trae ahora ‘El río’ que fue su primera novela, con la que inició su camino hacia la literatura solemne.
‘El río’ es el relato vital y profundo de una mujer judía alemana que llega a vivir a Londres, no a una de las zonas de moda, sino a Hackney, un área un poco degradada, habitada por inmigrantes. Lo que Kinsky hace, y lo hace brillantemente, es demostrar que incluso una zona como Hackney tiene su propia belleza, su propio atractivo, si tan solo observamos con atención.
Hackney está a orillas del río Lea . No es un río grande, pero es bastante ancho en algunos lugares y uno de los cauces más grandes de Londres. «El Lea es un río pequeño poblado de cisnes. Impasibles y de quieta blancura, se deslizan a través de la luz declinante, manifestando una levísima hostilidad por cualquiera que los observara».
La narradora, tras varios años, se había separado de la vida que llevaba en la ciudad. Sin certeza de donde iría, vivía de forma provisional, en ese lugar londinense donde no conocía a ningún vecino, donde los nombres de las calles, las caras y los olores no le decían nada, en un piso con mobiliario barato en el que quería depositar su vida de un modo transitorio.
Al descubrir el río y también el parque y las marismas, comenzó sus caminatas casi a diario, cada día se adentraba un poco más lejos, aunque siempre apegada a su orilla como si fuese la cuerda a la que sujetarse al cruzar una estrecha pasarela.
Allí, entre la vacía tierra de la orilla oriental y las fabricas y urbanizaciones de la ribera opuesta, reencontraba retazos de su infancia. Luego entre las cajas de la mudanza recuperó una vieja cámara fotográfica y comenzó a fotografiar todo lo que se encontraba en sus caminatas.
Esos paseos por la ribera del Lea le sirven a Kinsky, a su narradora, para rastrear las huellas superpuestas de su historia personal, de su pasado, utilizando la naturaleza salvaje de la marisma como un espacio para la memoria y la reflexión, pero también para el conocimiento a través de la contemplación.
A ratos soñaba con otros ríos que había conocido. Recordaba el Rin, el río de su infancia, el eco de sus gabarras, los paseos con su padre y con su abuelo.
En sus paseos por la ribera del Lea iba sin rumbo y en busca de recuerdos haciendo fotos que exploraban las diferentes capas de su memoria. Conoció a Sonja que hacia fotos con una cámara estenopeica que reproducía imágenes y sacaba a la luz lo invisible.
Pasado el puente, el Lea se dividía en dos, al oeste un viejo y rectificado canal apto para navegar, en el centro un riachuelo, en medio, la ancha vega de las marismas de Hackney.
Como el río, lleno de meandros, ramificaciones y afluentes, su memoria recupera las historias de otros ríos que asimismo ella había recorrido antes –el Ganges, en la India; el Óder, en Polonia; el Tisza, en Hungría; el Nahal Ha Yarkon, en Tel Aviv; el San Lorenzo, en Canadá–, historias que recrea con una profunda sensibilidad a la hora de relatar los avatares de su naturaleza y sus habitantes.
Parte de esta novela también trata sobre encajar o, tal vez, no encajar. Ella es extranjera en Londres, pero también lo son, en cierta medida, la mayoría de la gente que conoce. Vive en una zona donde hay muchos judíos jasídicos, pero también una escuela islámica. La marginalidad los une.
Kinsky nos ofrece ese pequeño mundo. Se adentra en una comunidad, una comunidad que, a primera vista, es muy común. Kinsky ve cosas en ellos, como extranjera y residente temporal , que les da cierta distinción, cierta individualidad, que los separa de los muchos otros lugares comunes de nuestro mundo. También ve a la gente –en su mayoría extranjeros e inmigrantes como ella– y los muestra como individuos, coloridos, originales y diferentes. Allí estaba el rey, un personaje singular que congregaba a los cuervos en el parque; o Katz, el dueño del ultramarino, preparando pedidos, o los hombres que jugaban al billar hasta el amanecer en un bar.
Particularmente impresionantes son las descripciones del paisaje. Sin idealizar nunca la belleza de este paisaje, hay una sabia descripción del mismo, de su flora, sus animales, sus rasgos geológicos, todo en una fascinante mezcla de descripciones de paisajes, memorias ficticias y literatura geológica que demuestran el poder narrativo de Kinsky, que la han convertido en una de las escritoras mas destacadas de Alemania
En Kinsky, su estilo, como el río, fluye de forma precisa y evocadora. Particularmente sublimes son las descripciones del paisaje. Sin idealizar nunca la belleza de este paisaje, hay una sabia descripción del mismo, de su flora, sus animales, sus rasgos geológicos, todo en una fascinante mezcla de descripciones de paisajes, memorias ficticias y literatura geológica que demuestran el poder narrativo de Kinsky, que la han convertido en una de las escritoras más destacadas de Alemania.
El río
Autora: Esther Kinsky
Editorial: Periférica
Traducción: Richard Gross
Páginas: 350
Precio: 14,99 €
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