Natalia García Freire, una voz propia y arriesgada

Acaso lo más importante en literatura, en realidad, lo más importante en las artes, en todas las artes, sea disponer de una voz propia, única y reconocible. Si llevásemos el análisis de por qué el arte es arte hasta su última consecuencia, llegaríamos a la conclusión de que el arte es un modo de expresión, una forma de comunicación, la más profunda posible, porque de lo que se trata, lo que pretende, y lo que logra en el (no tan frecuente) caso de que sea arte, es comunicar emociones, sentimientos, aquello que, sin el código del arte, no podría ser expresado. El arte comunica, pues, aquello que es inefable, es decir, lo que no puede ser dicho.

Con estas premisas abordamos la lectura de ‘La máquina de hacer pájaros’, el último libro de relatos de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, publicado en la editorial Páginas de Espuma.

En cuanto te enfrentas a un cuento de Natalia García Freire te das cuenta de que hay quizás algo ininteligible en lo que dice, algo que intuyes que se te escapa, que no alcanzas a comprender del todo. Reconoces, con rapidez, que la voz de esta escritora es personal, única, que tiene «huella dactilar», con lo que esto significa de singularidad, de feliz singularidad. No entiendes del todo, lo reconoces, pero hay algo que te retiene en el relato, que lo hace adictivo, hipnótico. Es una manera de narrar, sí, claro, pero es sobre todo la manera de usar el idioma. Acaso sea porque notas otro acento, porque percibes que es otra lengua dentro de tu lengua, y además aceptas (tal vez resignado pero al mismo tiempo agradecido de que exista) que es más hermosa que la tuya. Bástenos un ejemplo para argumentar esto: «Que no, Julita, que ir al parque no, le dice la madre, vos sabes que no podemos salir de casa después de las tres. Afuera hay hombres con los ojos bizcos y babas en la boca. La madre se pone virola cuando le dice esto y saca la lengua. A la niña le entra la risa. No te rías, carajo, está el ropavejero, Julita, y el chupacabras y el monstruo de los Andes. Vos estás pidiendo a gritos un buen susto. Allá afuera hay mal, mucho mal, y viejos con chanclas que se paran en la esquina a verte». (página 57).

Y entonces se da uno cuenta de que ese lenguaje, esa forma de contar las historias, de estructurarlas y de darles vida, ha bebido de la fuente del realismo mágico, que mantiene la sonora tradición iberoamericana que tantas alegrías y buena literatura ha dado. Y la reconoces en párrafos como este: «Rosi era mucha mujer para Régulo y en casa no cabía. Su cuerpo se derramaba por todos lados. Si estábamos en la cocina, yo me sentía diminuta, un planeta enano, a punto de ser aplastado por un asteroide». (página 52), o en diálogos alocados pero lúcidos a la vez, como en el de la página 25, donde describe brillantemente la mente de los escritores:

- ¿Crees que están todos locos?

- ¿Quiénes?

- Los que escriben.

- Creo que son una perfecta imitación de un loco. Creo que no tienen idea de qué les sucede.

Natalia García Freire asume muchos riesgos cuando escribe, y no voy a obviar que también el lector los asume cuando aborda sus cuentos. Pero el resultado, si uno se deja llevar por la brillantez del lenguaje, por su ritmo y acepta esa cierta ambigüedad que envuelve cada relato, encontrará una voz que no sonará a ninguna otra.

La máquina de hacer pájaros

Nombre: La máquina de hacer pájaros  

Autor: Natalia García Freire

 Páginas: 112 páginas

Precio: 15,38 euros