Libros recomendados
Robert Walser y la vanguardia indebida
La editorial Siruela rescata ‘El ayudante’, uno de los grandes títulos del inclasificable autor suizo y el puntal de la trilogía que le convirtió en un episodio singular y radicalmente aparte de la historia de la literatura europea

Imagen ROBERT WALSER / L.O.
Suele ser de irrupción guadianesca. Tanto como para reclamar en cada oleada el asomo de la santificación. Todavía más en un mundo poco proclive a las vocaciones. Y, muy en especial, a aquellas entre estas últimas que no comportan necesariamente el placer de la vida ordenada ni el cuidado de un huerto ni banquetes con carne de faisán. El empeño editorial existe. Aflora y reconcilia. Y a él debemos la pervivencia de la cadena trófica de la lectura, que siempre prescribe que el monaguillo preceda al fraile y se tenga la ocurrencia de ser antes lector que crítico literario y hasta incluso que editor. A Robert Walser le han ido salvando para la causa libresca y comunal del castellano algunos de los mejores editores que ha dado este país, que con fabulosa recurrencia en las dos últimas décadas se han ocupado de su literatura sin importarle más de lo necesario batallar con un prejuicio que sigue sorprendentemente vivo más de medio siglo después. Un prejuicio que, como los más aparatosos denuestos, esconde su carga abyecta bajo la zanahoria del elogio. En este caso, que era un escritor para escritores. Algo que no desmienten ni las pasiones que levanta entre otros autores de culto (de Bernhard a Handke) ni el hecho de que la admiración de sus grandes coetáneos -con Kafka a la cabeza- y la publicación de sus obras le permitieran abandonaren vida los sofocones económicos ni la servidumbre ocasional.
En un mundo sobrecargado de revoluciones y narrativamente propenso al escándalo y a las distopías, apostar por el suizo es dar un manotazo en la mesa de los que redimen de vez en cuando la historia de la literatura: su sublime autonomía y atemporalidad. Por más que tiente y enreden los laberintos de lo posmoderno, lo cierto es que a priori no hay nada con peor encaje en estos tiempos que la escritura de un señor nacido en 1878 que ejerció de contable y de oficinista y que reivindicaba la naturaleza y el paseo. Y eso a pesar del atractivo macabro de la doble carta de la muerte y de la locura y de dejar alguna que otra escena de indudable interés para mitómanos y gente del gótico y del rock; la mas conocida, la de su propio desenlace, misteriosamente profetizado en una de sus grandes novelas, con el cuerpo derribado sobre la nieve cerca del manicomio de Herisau. Pero también esa fantasía de predicado postestructuralista que fueron los microgramas, los textos escritos a lápiz y con un cuerpo de letra ínfimo en superficies como el papel de chocolatinas que son el elogio definitivo al método y a la literatura breve. Con Walser se da una extraña paradoja: que todavía siga siendo inagotable y que la lealtad de sus lectores conviva con serias dificultades a la hora de expresar en qué consiste su genialidad. En ese aspecto, lo confieso, no soy una excepción. Veinte años después de alucinar con el primero de sus libros que cayó en mis manos sólo puedo decir que mi fascinación no ha menguado y que es de los pocos escritores frente a los que me cuesta desmenuzar a nivel técnico la esencia del encantamiento. Quizá sea porque su escritura no admite autopsias; simplemente es. Y, sobre todo, ocurre. A veces, con esto de la lectura, sobra cualquier explicación.
Leer a Walser representa una manera singular y con caracteres propios dentro del propio acto de leer. Sus libros, incluso cuando se arriba por primera vez a ellos, dan la sensación de reanudarse con la misma fuerza y naturalidad que un paisaje conocido o una melodía en disco de las que obran el milagro a voluntad. Y eso que, pese a su originalidad, no dejan de ser productos de un contexto muy determinado. El de un mundo aún no perturbado por los tambores de la guerra contemporánea y con una economía tan inmovilista y estandarizada como temerosa de una incipiente e inevitable transformación. Circunstancias que se aprecian en el universo de su trilogía de grandes novelas. Y, sobre todo, en ‘El ayudante’, recientemente recuperada, dentro de su biblioteca Walser, por la editorial Siruela y el traductor Juan José del Solar.
Considerada junto a ‘Jakob Van Guten’ y ‘Los Hermanos Tanner’ entre sus piezas más canónicas, ‘El ayudante’ es una de las mejores demostraciones de la singularidad de la escritura walseriana. También en lo que tiene de conexión con su vida real, que en este caso remite a su experiencia como secretario y escribiente de un inventor. A Walser, que desempeñó tantos oficios raros y decimonónicos, le atraía la figura del subalterno. Y, muy especialmente, la complejidad psicológica del acto de servir, basada en un sentido de la vida en la que lo minúsculo ocupa el primer orden y en la fuerza alterna de corrientes como las de la admiración, la rebeldía, la culpa, la obediencia o la sumisión. Con su escritura musical y sencilla -a Kafka, según Max Brod, le pirriaba recitar pasajes de sus novelas en voz alta- Walser parte de un esquema elemental -la llegada de un aprendiz al despacho y la casa de un inventor y el contacto con su lábil esposa y el resto de una familia rica en decadencia- para abrirse paso a machetazos en los límites de la conciencia. Anticipando, incluso, surcos de gran recorrido en la psicología y en la moral como el origen de la neurosis y la contradicción. Es la gracia y la fiesta walseriana y la razón de su apenas perceptible y radical modernidad: la capacidad para elevarse a escalas complejas a partir de planteamientos y diálogos teatrales -la escena fue mucho más que un pecado de juventud para el escritor- que transcurren e impactan por su vivacidad y naturalidad. En ocasiones, coqueteando con la frontera entonces experimental del monólogo interior y en otras dejando correr a modo casi folletinesco el decurso de la acción. Una maestría difícil de emular y que convoca sin aspavientos ni golpes de pecho toda la sabiduría de un hombre que fue un artista de vanguardia sin necesidad siquiera de advertirlo. Alguien que avanzaba desde la narrativa total y la grafomanía a la renuncia y al silencio y que metía los dos pies en charcos muy escalados para la época con una exquisita autenticidad. Sin temor a alborotos ni a abismos que todavía estaban por llegar. Dejen que les alcance el río y el milagro: Walser y los libros tienen mucho que decir.

El ayudante
Nombre: El ayudante
Autor: Robert Walser
Editoral: Siruela
Traducción: Juan José del Solar
Páginas: 272
Precio: 21,95 €
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