Novela

El espanto del hambre y del frío en Kazán

‘Tren a Samarcanda’ es una epopeya de la literatura eslava escrita por Guzel Yájina, donde el conflicto literario se desarrolla con la huida de una hambruna atroz en un viaje en tren hasta el Asia central, tras la Revolución rusa

Guzel Yájina.

Guzel Yájina. / L. O.

Santiago Ortiz Lerín

Santiago Ortiz Lerín

Como si aún conservase la gracia de los oficiales del zar, el comandante sujetaba con una mano las riendas de un caballo nervioso que caracoleaba, mientras el otro brazo caía sobre su cuerpo. Esta escena tan visual ocurrió en 1923 junto al río Volga, en una noche gélida de Kazán, eran los años inmediatos a la guerra civil rusa y durante los primeros momentos del régimen soviético, cuando una hambruna despiadada motivó que ordenasen a Déyev, cuya ocupación es el traslado de mercancías por ferrocarril, a que llevase hasta el Turquestán a quinientos niños en un convoy destartalado con el objeto de lograr su supervivencia. Es el protagonista de la novela ‘Tren a Samarcanda’, de la escritora tártara Guzel Yájina (Kazán, 1977), quien habrá de vérselas con el duro carácter de Bélaya, una convencida comisaria del régimen por el que los rusos cambiaron de yugo, el del zar por el soviético, y con un perfil singular, que pasa de vivir en un monasterio con unas monjas a convertirse en revolucionaria. En la escena con el oficial que monta a caballo, Déyev suplicó una petición desesperada, que le prestase quinientos pares de botas durante unas horas para llevar a los niños desde el albergue hasta el tren, intentando evitar, por la fragilidad de estar mal alimentados, un resfriado que les costase la vida y les impidiese llegar a su esperanzado destino, la mítica ciudad uzbeka en Asia central, Samarcanda.

Este trayecto descomunal, para hacernos una idea, será de una distancia similar a la que media entre Madrid y Utsjoki, la localidad más septentrional de Finlandia. Son las primeras páginas de una road movie de resonancias épicas que nos recuerda a las grandes novelas de la literatura rusa, donde Guzel Yájina hace referencia a la hambruna del Volga y de Ucrania, en aquellos tiempos, una hambruna que se repetirá fatalmente sobre la población ucraniana en la década siguiente y que Ryszard Kapuscinski recogerá en su magnífico libro ‘El imperio’. En la novela de Yájina hay un alegato pacifista que bien hoy podría ser igualmente útil: «se nace para ganar el jornal, hacer crujir las manzanas entre los dientes, caminar descalzo sobre la hierba, pelearse, hacer las paces, amar a alguien, ayudar a los demás, construir, arreglar cosas… Para cosas así nace la gente. Y no para reposar desnudos en una fosa común con un agujero en el cráneo».

Guzel Yájina, cuya lengua materna es el tártaro, escribe en ruso como lengua literaria, estudió filología en la Universidad de Kazán, y además de ser escritora de narrativa es guionista. Su anterior novela publicada en nuestro país fue ‘Zuleijá abre los ojos’ (Acantilado), y a través de ‘Tren a Samarcanda’ trata de mostrarnos el régimen totalitario frente a la naturaleza humana, a través de personajes desesperados que se ven compelidos por su sentido compasivo para salvar a los niños. La narrativa con la que Guzel Yájina nos cuenta esta historia la sitúa como una novelista que suscita interés por su manejo descriptivo de una realidad cruda y la construcción de los personajes.

Y haciendo un inciso, una de las novelas más llamativas de este periodo en el que transcurre ‘Tren a Samarcanda’ es ‘Caoba’ de Boris Pilniak, publicada en 1929, y por la que sería fusilado por el estalinismo, que le acusó de contrarrevolucionario, y donde nos describe la descomposición social y la miseria que sobreviene en ese periodo. Volviendo a la novela de Yájina, la autora nos cuenta la historia a través de un narrador de carácter omnisciente, por contra de la literatura actual que tiende al narrador personaje, y con el componente psicológico en los protagonistas, algo característico de la narrativa rusa. En esta novela se muestra al lector una sociedad azotada por los efectos de la guerra civil de este país y la instauración del régimen soviético, es decir, durante el periodo europeo de entreguerras.

Del mismo modo que Ulises, perdido en el Mediterráneo occidental, y que tendrá que enfrentar la épica de regresar a su patria tras la guerra de Troya, Déyev tendrá que enfrentar un largo viaje, pero no para regresar a su patria, sino para salvar del hambre a niños desahuciados. Este tipo de novela donde el héroe narrativo ha de enfrentar una odisea, tiene un precedente cercano en los últimos años con la novela ‘Los virtuosos’ (Alianza Editorial) de Yasmina Khadra, donde el protagonista habrá de luchar en la Primera Guerra Mundial y recorrer Argelia para buscar a su familia. Sin embargo, Déyev, a diferencia de Ulises, no es el héroe que conmueva a Zeus y a Atenea en el Olimpo, sino un hombre con sus complejos e inseguridades en el contexto revolucionario de los últimos momentos de Lenin, ante la llegada al poder de Stalin. En el desarrollo del argumento Guzel Yájina nos muestra abusos sobre niños en esa situación de vulnerabilidad, y personas con el vientre hinchado por desnutrición en las zonas del país por donde avanza el tren.

Frío y hambre, como si ambas adversidades fuesen las dos caras de la muerte que persigue sin tregua al convoy ferroviario de Déyev y Bélaya para cobrarse la vida de niños huérfanos, o entregados por sus padres por no poder alimentarlos, el hambre que lleva a locura a las personas, como la misma Bélaya descubre en sus visitas por el país con impactantes situaciones de miseria.

Tren a Samarcanda

Autor: Guzel Yájina

Editorial: Acantilado

Traducción: Jorge Ferrer

Páginas: 600

Precio: 32,00 €

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