Homenaje
Juan Gabriel Vásquez y las muertes de Feliza
El escritor se reencuentra en ‘Los nombres de Feliza’ con su Moby Dick para rendir homenaje a Feliza Bursztyn, escultora fallecida en París y eje, junto a García Márquez, de una fallida generación de oro para la cultura de Colombia

Juan Gabriel Vásquez y las muertes de Feliza
Decía Thomas Bernhard, en alusión más o menos traslúcida a Novalis, que toda enfermedad es, en rigor, una enfermedad del alma. Sin menoscabar la importancia de la salud mental, y la frondosa etiología de cualquier fenómeno mórbido o mortal relacionado con el cuerpo, uno se imagina cómo sería eso del alma enferma en los tiempos de la mecánica cuántica y la minuciosidad quirúrgica, si todo empezaría por un mal blanco de contornos imprecisos, digamos que en la laxitud de la palabra melancolía, o si sería posible acertar con el diagnóstico sin dar la razón a los que piensan que todo el pensamiento -incluido el científico- no es más en el fondo que la metáfora del pensamiento y así hasta el fin de los días. Cuesta creer, so pena de parecer desalmado, que alguien, en plena vorágine del siglo XXI, pueda morir de tristeza. Y menos aún si ese alguien procede de Colombia, donde en los años ochenta y hasta ayer mismo se podía morir de tantísimas cosas. La mayoría de las veces, además, sin necesidad de recurrir a la coartada lírica.
Motor de la novela
Es posible que si el escritor Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) hubiera nacido en París, ciudad en la que residió y que conoce a la perfección en sus múltiples conflagraciones, incluida la fantasmal y literaria, jamás hubiera escrito una sola palabra sobre Feliza Bursztyn. O, como mínimo, que no le hubiera producido la misma impresión, allá por su juventud, la frase de la necrológica que reconoce como el motor de la novela. Feliza Bursztyn, escultora, murió en 1982, es bueno saberlo desde el principio, y así lo anuncia en la contraportada, sin que mediara ninguna razón clínica, quedamente derrumbada en la mesa del restaurante parisino que compartía con su marido y con un pequeño grupo de amigos muy queridos. Unos días más tarde, uno de ellos, Gabriel García Márquez, escribiría en El País que había muerto de tristeza, expresión que anotada por un autor colombiano y leída de manera transoceánica por otro futuro escritor colombiano no tiene las mismas y apergaminadas connotaciones que para un introspectivo existencialista y que el propio García Márquez se encargó de despejar en su escrito al hablar de la muerte junto a muchas otras cuestiones relacionadas con la protesta política y la venganza hacia el país -el país, en abstracto, en cuestión de venganza, nunca es el país, sino sus dirigentes y las consecuencias de sus decisiones-. Cuestiones que habían afectado de lleno a la escultora. Una mujer extraordinaria, salvajemente libre, que, si bien no sintetiza una época, si se puede decir que fue arrollada por las tensiones de la época, que también hostilizaron hasta arruinar a una más que probable generación de oro de la cultura de Colombia.
Autor de la exitosa ‘El ruido de las cosas al caer’ (Premio Alfaguara e IMPAC International Dublin Literary Award, entre otros), Juan Gabriel Vásquez conoce la laborosa alquimia que subyace al oficio de escritor, a menudo de una exigencia híbrida que convoca talentos y honestidades afines como los del periodismo y la documentación. No es la primera vez que escribe sobre hechos históricos y mucho menos sobre hechos históricos acontecidos en ese Moby Dick que para él es también Colombia. Pero a diferencia de otros de sus textos reverenciales, en esta ocasión conjurando el misterio de un modo distinto, no tanto tratando de desbrozar las lianas que conducen a la sangre como situándose a partir de la muerte misma. Del impacto de una frase y de una semilla que estuvo madurando en su cabeza durante más de veinte años y que, como suele ocurrir con la literatura, llegó justo cuando tenía que hacerlo. Con un inicio, además, que representa, en su franqueza artesanal, el corazón y el origen de esa vanidad de vanidades que es a menudo la escritura. El autor saliendo a calle con su cuaderno, dispuesto a observar, leer y escuchar.
‘Los nombres de Feliza’, que así se llama el libro, publicado por Alfaguara, se mueve en tres planos temporales que representan a su vez los itinerarios de elaboración del proyecto; el paso del propio escritor por los rincones parisinos frecuentados por la artista, sus conversaciones con Pablo Leyva, el viudo, y el relato confeccionado a partir de todo ese recorrido, que es en puridad el centro de esta biografía novelada. Un término al que, dicho sea de paso, no soy muy afecto porque uno considera que no anduvieron, cada uno en su tiempo, Cervantes, Joyce o Proust desdibujando límites para que ahora nos las demos de agrimensores y vayamos por ahí poniéndolo todo perdido de etiquetas. Más aún si se repara tanto en la flexibilidad óntica del género y los ingredientes que convierten lo nuevo de Juan Gabriel Vásquez en una novela. Y no en una cualquiera, para colmo, sino en una muy buena. Tanto por la fuerza y el despliegue de su prosa como por su conexión con el que quizá sea el terreno más fértil del lenguaje de la ficción y, por extensión, de la literatura; su capacidad para superar los límites, para afrontar las zonas ocultas, lo que no se ve, la conjetura primera.
Enigma
Ese terreno lleno de milagro y extrañeza en el que la realidad y la ficción se juntan. Quizá porque en ese vagón metafísico no haya ninguna diferencia. El otro, y eso también insinúa el autor con maestría, es también un enigma que sólo se resuelve mediante aproximaciones cuyo descaro depende en gran medida de la empatía. Virtud que acompaña, en su lado más humilde, a Vásquez, que depone la marcha civil del narcisismo y se deja al lado para escuchar esta novela de sombra y de voces en la que resuena una mujer fascinante y una pléyade de amigos que incluyen a Gabo y a otras personas cercanas como el poeta Jorge Gaitán o Marta Traba. Personas que aquí se convierten también en personajes, en toda esa complejidad que hace que los personajes, tocados por la fuerza del Golem, parezcan personas y viceversa. En ‘Los nombres de Feliza’, Juan Gabriel Vásquez, con insobornable humanidad, construye a una persona, esto es, una leyenda. No se me ocurre mayor ni más sentido tributo.

Los nombres de Feliza
Autor: Juan Gabriel Vásquez
Editorial: Alfaguara
Páginas: 288 pp
Precio: 18,91 €
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