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Vida de Azorín, hombre tranquilo y clásico moderno

El profesor Francisco Fuster, que ya ha dedicado excelentes trabajos a Julio Camba, Baroja o Gaziel, nos da cuenta de la peripecia vital del autor alicantino, grafómano, fundador de un estilo y criticado en algunos sectores por acomodaticio

Azorín, en una imagen de archivo.

Azorín, en una imagen de archivo. / EFE

Jose María de Loma

Jose María de Loma

José Martínez Ruiz, Azorín, (1873-1967), miembro de la Generación del 27, autor algo olvidado, publicó su primer libro en 1900 y el último en 1960. En total, más de cien volúmenes y unos cinco mil artículos de periódicos. Sin contar algunos textos dispersos en folletos y revistas. Un escritor fecundo, un grafómano, un enfermo de escritura. En su vida y obra ahonda ahora Francisco Fuster, profesor universitario de Valencia que ya ha estudiado la vida, en gozosas biografías, monografías o artículos de autores como Julio Camba, Baroja o Gaziel.

Una vida que no pocos han tachado de anodina. Y es que, salvo las peripecias parisinas del exilio y sus viajes juveniles por España, en general, Azorín procuró llevar una vida monacal, hogareña, tranquila. Muchos años pasó en su domicilio de la calle Zorrilla de Madrid recluido también en parte a causa de un padecimiento del aparato digestivo. Rehuye la vida social y ya mayor, en la década de los cincuenta, descubre el cine, al que acude casi todas las tardes como evasión y contacto con el mundo. Todo esto, y mucho más, lo cuenta Fuster de forma amena y documentadísima, abrumando en algunos capítulos con el recuento de todo lo que su biografiado va publicando: títulos y títulos de libros originales o recopilaciones. 

Vida anodina, decimos. E incluso temas poco excitantes. Y así lo han reflejado autores como Pla o Vargas Llosa. Éste, en su discurso de ingreso en la Real Academia, glosando su obra, dijo que pese a que los asuntos azorinianos son poco sugestivos, nimios o desilusionantes, el resultado es una obra -un corpus- que «sorprende y encanta». Josep Pla por su parte anota que pese a poseer un estilo elegante y delicado «sus personajes y escenarios eran estáticos, embelesados en sí mismos, inmovilizados».

Pero Azorín es la escritura. Todo y ante todo. Lo único que le hace feliz. Fuster reproduce en la página 13 un artículo, una confesión que el escritor alicantino antepuso al primer tomo de sus Obras Completas, que es toda una declaración de principios. He escrito «con inspiración y sin inspiración, con ganas y sin ganas», a todas horas y con todo tipo de estados de ánimo, en los lugares más insospechados y en cualquier condición, viene a decirnos Azorín, como siempre con una prosa bella y limpia. Con todo ese caudal de palabras que exhaló, logró ser, en un siglo tan convulso, «el alma de su tiempo», como lo definió Ramón Gómez de la Serna en una biografía que le dedicó. Una biografía, muy favorable que, por cierto, y tal y como nos cuenta Fuster, fue teniendo añadidos en sucesivas reediciones. En el primero, de la Serna le pone algunas pegas y ya en el segundo lo descalifica por acomodaticio. Buen asunto este. Azorín huyó de la guerra (fue diputado entre 1909 y 1917 por el Partido Conservador) y padeció el exilio, era un liberal, también, pero luego fue afecto a Franco, lo ensalzó y recibió chollos, momios y canonjías. Premios, reconocimientos. Incluso se le nombró para un puesto directivo en una institución oficial a la que apenas tenía que acudir. En cualquier caso, la obra de un autor va creciendo o decreciendo con el paso del tiempo y, aunque la oficialidad de cada momento ajuste cuentas con los escritores por su afección o desafección, haríamos bien en juzgar ya hoy día a Azorín por lo que nos dejó escrito, también de política, sí, pero sobre todo por sus novelas o sus deliciosos artículos de prensa, muy obsesionado con los libros, con la vida, la observancia, el paisaje. Fue autor de grandes obras como La voluntad (de 1902, obra de aprendizaje que narra su evolución intelectual), Confesiones de un pequeño filósofo o Castilla (1912), del que Ortega dijo: «¡Un libro triste, un libro bellísimo!».

A lo largo del volumen, Francisco Fuster va desgranando la infancia y juventud, su llegada a Madrid el 25 de noviembre de 1896, sus primeros trabajos en El País ese mismo año o en El Progreso, si bien su gran periódico fue ABC, manteniendo también durante décadas una colaboración en La Prensa de Buenos Aires. Va dándonos cuenta igualmente de sus privaciones, su matrimonio, su madurez y en fin, la conmoción que su muerte produjo y la catarata de adhesiones que propició. En un libro que incluye numerosas fotografías (en redacciones, en su casa, de joven, de mayor, con Franco, con su familia) y abundantes notas que no entorpecen al haber sido emplazadas en la zona final, en un capítulo aparte.

Fuster se consagra como un grandísimo biógrafo que narra con tino y precisión, con elegancia literaria sin divagaciones y con abundante aparato documental. Hace amena la vida de un hombre de poca acción. De alguien del que César González Ruano -el texto literal viene en el libro- retrata en su vejez magistralmente. Como un dandy delgado y poco mundano que cada vez va pareciéndose más a sí mismo. Siempre rodeado de libros. Azorín fue un estilo. Legendario por sus frases cortas. Un profundo conocedor de España que trató de indagar en su alma. Se confesó en muchos de sus escritos. Ahora conocemos también (mucho mejor) su vida

Azorín. Clásico y moderno

  • Francisco Fuster
  • Editorial: Alianza
  • Precio: 20 €
  • 378 páginas
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