Nuevas traducciones

Joyce mas allá del propio Joyce

Tres años después del centenariazo del ‘Ulises’, Reino de Cordelia y Cabaret Voltaire honran al autor con dos de sus títulos mayores: la nueva traducción de ‘Dublineses’ y la monografía de Edna O’Brien

James Joyce, uno de los autores más influyentes del siglo XX

James Joyce, uno de los autores más influyentes del siglo XX / L.O.

Ocurre gracias a los traductores, al mundo académico y editorial y, en menor medida, dado lo trufado de sus intereses, a epígonos e instituciones culturales. La regla no es ni mucho menos infalible, toda vez que la eternidad en literatura funciona a plazos y el olvido, en ocasiones, se rearma y comparece. Digamos que podría interpretarse como una verdad a medias, de esas que suelen dar contorno más o menos serio e indiscutido a las ciencias sociales y que resultan en la práctica difíciles de recusar; probablemente porque, fuera de su jurisdicción o le interesan a casi nadie. En cualquier caso, los datos, aunque inferidos, son tozudos y aluden a un hecho no del todo episódico. Las librerías están ahí para comprobarlo: una de las maneras más fiables de calibrar la vigencia de un escritor es comprobar la cantidad de obras extraordinarias que suscita a lo largo del tiempo. Y más aún en temporada baja, que para la literatura suelen ser todas salvo las que se sitúan bajo el foco impenitente de la conmemoración y de los deberes patrios.

Una vez agotado el centenario del ‘Ulises’, y con la fanfarria del Bloomsday a meses vista en el calendario, se puede afirmar sin demasiado rubor que con James Joyce se cumple un fenómeno tan extrañamente coherente como inusitado. Las dos dimensiones que tanto se dan en su rango espiritual y en su literatura -lo terrenal y lo sagrado, lo enciclopédico y lo escatológico- concurren también en la pervivencia de su legado, convirtiéndole probablemente en el único escritor -con permiso de Dylan Thomas- que es invocado al mismo tiempo entre fervores etílicos y suculentas novedades literarias. Como de lo primero, los asuntos de la ingesta, ya se ocupa con insoportable contumacia la prensa diaria, bien sea a propósito de Joyce y hasta de una ruta por el gótico isabelino de la provincia de Segovia, conviene parar mientes en la otra y a menudo arrinconada pata del banco, la de los libros, que, incluso en un país como en España, compulsivo en sus afectos, no se limita al título magno. Ni siquiera en un año tan atrabiliario e insulso en términos de efemérides joyceanas como este 2025, que ya ha puesto sobre el mantel dos libros sustanciales: la edición de ‘Dublineses’ de Reino de Cordelia, con la traducción de Susana Carral y las ilustraciones originales a bolígrafo de Javier García Iglesias, y ‘James Joyce’, la biografía narrativa -y en versión de Cruz Rodríguez Juiz para Cabaret Voltaire- que le dedicó su compatriota Edna O’Brien.

No deja de ser una feliz coincidencia que a ambas casas editoriales le haya dado al mismo tiempo por renovar su interés por estos dos textos y hacérnoslo saber a través de su catálogo más reciente. Y, muy en especial, por lo que representan respectivamente para la bibliografía del autor irlandés: su primer libro publicado y el mejor texto de creación -más allá del tomo canónico de Richard Ellmann- sobre el autor y su obra, que funciona además como una ventana paralela a las obsesiones y avatares que inspiraron y sabotearon la publicación de ‘Dublineses’. Una colección de relatos que sufrió el repudio y la incomprensión de un país atenazado entre los pudores católicos y los excesos nacionalistas y del que Joyce extrajo la semilla poética y antropológica que acabaría por apuntalar su cultura y folclore y casi identidad posterior, con un talento para la captación de la vida y las costumbres que avanzaría hasta estallar en la polifonía del ‘Ulises’. La ruta que une a ‘Dublineses’, al que el escritor señaló como el reverso moral de Irlanda, con el libro de Edna O’ Brien es la misma que hace de James Joyce, ante todo, una actitud frente al lenguaje; el triunfo de una narrativa autónoma y casi carnal, en la que siempre parece que, al cerrar el libro, como cuando se abandona una ciudad lejana en avión, las gentes y la vida sin uno se siguen sucediendo. Al igual que el ‘Ulises’, ‘Dublineses’, más que Irlanda, es un país propio de pleno derecho. Y Edna O’Brien consigue que tanto Joyce como las personas que lo rodearon adquieran en ese milagroso estatuto que los convierte en personajes de ficción y de la realidad al mismo tiempo.

Dublineses

  • James Joyce
  • Editorial: Reino de Cordelia
  • Ilustraciones: Javier García Iglesias
  • Traducción: Susana Carral 
  • Precio: 23,95€
  • 304 pp

James Joyce

  • Edna O’Brien
  • Editorial: Cabaret Voltaire
  • Traducción: Cruz Rodríguez Juiz 
  • Precio: 20,95€
  • 246 pp

Tanto ‘Dublineses’ como el trabajo de la magnífica escritora son dos textos literarios que tienen a Joyce como eje. Sin ánimo de competir con su magnífico biógrafo, Edna O’Brien, cargada de recursos estilísticos, algunos de ellos de asombrosa eficacia cinematográfica, ni exculpa ni censura al autor, logrando elevar su relato hasta un punto de cocción que se corresponde siempre con la atmósfera y la tensión espiritual del escritor. La misma que luego se desbocaría en las tinieblas y la fosforescencia de la escritura de ‘Finnegan’s Wake’ y que en los quince relatos del primer y único volumen de cuentos del irlandés daría una lección de continencia proverbialmente fecunda en la literatura anglosajona del siglo XX. ‘Dublineses’ fue mucho más que un germen y su vuelta al ruedo lo atestigua. También respecto al gran trabajo de la escritora Edna O’Brien, que consigue hacer de la personalidad y las vivencias de Joyce una insobornable gran novela. Quizá no tanto por las descabaladas peripecias del autor y de sus allegados- que también- como por la misma refundación del mito que empezó a advertirse en ‘Dublineses’ y que continuaría con Leopold Bloom: la reescritura del héroe, para siempre, como el propio Joyce y el ‘Joyce’ escrito por Edna O`Brien, atrapado entre la sublimación, la banalidad y lo grotesco. Vale la pena leer a dos carrillos y que siga la fiesta.

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