Novela
Samanta Schweblin y los pies que cuelgan del abismo
La escritora argentina regresa con ‘El buen mal’, volumen en el que vuelve a llevar al límite su visión de la realidad y que la confirma como una de las voces más personales y atractivas del cuento actual

Samanta Schweblin. / L. O.
A veces, quién sabe por qué, nos invade el candor. Tanto como para rendir cuentas al desasosiego y vivir indignados a cuenta del que quizá sea nuestro más antiguo e inamovible capital animal: el hecho, baby, de que el horror amanece. Y con más terquedad aún en tanto que probabilidad. En eso la vida se parece mucho a la literatura, es decir, a la buena literatura. Muy en especial en el formato breve, que es el que paradójicamente menos se ve sometido a los artificios lineales y a las toscas cronologías de la novela convencional. Ese silencioso crepitar del otro lado, ese miedo latente, ese rumor de bisontes y de calaveras tras la ventana es, junto a la extrañeza, el principal arma y valor supremacista del cuento. Y también lo más difícil de conseguir y la frontera que a menudo separa las obras maestras de la insignificancia, el ridículo o la mediocridad.
Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) ha dado muestras sobradas desde el principio de su carrera de manejar con suficiencia envidiable todas las herramientas que justifican y engrandecen el destino del relato, de los mejores relatos. Motivos sigilosamente perturbadores, desarrollos impredecibles, estructuras sutiles y las dosis justas de contención y asombro para alterar al lector sin hacer que pierda pie del todo y se vea empujado a trepar por escalas alucinatorias. Una maestría fáustica que a estas alturas de su bibliografía -y tras entregas tan contundentes como ‘Distancia de rescate’ y ‘Siete casas vacías’- podría hablarnos a las claras, y más si se tiene en cuenta su maduración en talleres de escritura, de la presencia de una narradora indudablemente con talento, pero acaso amanerada por la técnica y la labor de laboratorio. Si no fuera, claro está, por el zumbido desde la primera línea del que quizá sea el mayor rasgo de estilo de la Schweblin: ese fogonazo cabalístico que insufla vida, que hace que las cosas ardan por dentro y que en el fondo no es muy distinto de las compuertas entreabiertas hacia lo desconocido y el horror que definen el acto con frecuencia involuntario de estar vivo y ser consciente de ello.
En ‘El buen mal’, su inquietante y magnífico último libro de cuentos, publicado esta vez en España por Seix Barral, la autora amarra con distintos y aquilatados hilos esa especie de suspense existencialista que se ha convertido en una de los hechos diferenciales de su literatura y que en puridad no se sabe si está más cerca de la metafísica de la cotidianeidad que de la fantasía; al menos de que hablemos de una fantasía que, a diferencia de la generación anterior, se sostiene en una atmósfera que acecha desde el primer momento y sin necesidad de hacer levitar los cuerpos o las ciudades. Una apuesta que propina a sus creaciones un estirón psicológico y nihilista que partiendo de Cortázar abraza tal vez sin buscarlo los juegos de Poe, Foster Wallace, el mejor Cheever, su contemporánea Miranda July y hasta del universo Kafka. Jugando además muy en serio y con sus propias cartas. En lugar de liberar al rinoceronte en las páginas a Samanta Schweblin le basta con insinuar la contingencia de su aparición para fascinarnos, mantenernos en tensión e, incluso, aterrarnos; el abismo que se intuye tras el forraje de cada día y que en estos seis nuevos cuentos aparece en niños con traqueotomía que se comunican por el agujero de la garganta, llamadas extemporáneas, suicidios que se interrumpen, olas que pasan por encima de la cabeza, matones freudianos, cuadernos atados en la muñeca, enjuagues de pelo de poetas y hasta dudosos poltergeist de gatos. Materiales ensamblados con gran pericia simbólica que le sirven, más allá del aquí y el ahora del propio cuento y de la consensuada autarquía del acto literario, para penetrar en lo informe. Quizá incluso en la raíz del miedo y de su primo burgués, que no suele ser otra cosa a efectos morales y filosóficos que el aburrimiento. Y además haciendo avanzar el carrete con la burlona y burlada inocencia que parece acompasar la fragilidad que azota las brumas de cada uno de sus personajes; los mecanismos que nos unen y al mismo tiempo nos repelen y separan, que de eso va también todo este terror -con su aparejo de esperanza- que nos trae esta nueva y contundente gavilla de cuentos.
Dice Samanta Schweblin que ella sólo escribe de lo que le duele. Y quizá, viendo el resultado, deberían prohibir definitivamente lo contrario. Ha habido que esperar siete años desde el último título de la autora y diez desde su más reciente incursión en la narrativa breve. ¿Demasiado? La conclusión a partir de ‘El buen mal’ -título extraordinario y apropiadísimo, por cierto- cae y vence por su propia inercia. Que otros publiquen cada seis meses y que dejen a Samanta Schweblin tranquila en Berlín con sus clases, su cine, su perplejidad frente a la muerte y sus tiempos de cocción. La entrega una vez más viene para quedarse y merece la pena. Por encima incluso de los artefactos de moda, las nuevas y periódicas epifanías y las veleidades de los lectores.

El buen mal
Autora: Samanta Schweblin.
Editorial: Seix Barral
Páginas: 208
Precio: 18,90 €
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