Páginas de Espuma
Flaubert a la carta
Antonio Álvarez de la Rosa, uno de los mayores expertos en Flaubert, recrea en ‘Flaubert a la carta’, con el que ha ganado el Premio Málaga de Ensayo, una imaginada entrevista con el autor en la que, valiéndose de sus cartas, responde de todos los temas que preocupan al hombre

Antonio Álvarez de la Rosa / L.O.
El autor, catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna pertenece, como él dice, a la cofradía de los flaubertianos desde hace cincuenta años, donde empezó a quedar atrapado por la genialidad de Gustave Flaubert, el genio literario que no solo inauguró una nueva etapa en la forma de novelar, sino también en nuestra manera de ver el mundo.
Más allá de sus obras, de Madame Bovary o La educación sentimental, Flaubert habla a través de sus cartas . En sus cartas está todo Flaubert, sus proyectos, su vida amorosa, sus reflexiones literarias y su particular visión del mundo, de sus congéneres, de la vida. En sus cartas se retrata como un hombre más nítido y vehemente, más íntimo y desatado, en ellas habla de literatura, por supuesto pues fue su verdadera razón de ser y existir; de la estupidez humana, de la religión, de la muerte como antítesis de la vida, la educación, la mujer...
Álvarez de la Rosa conoce como nadie en España a Flaubert. Ha leído y releído las más de cuatro mil cartas publicadas, sus novelas, sus cuentos. Uno de sus últimos trabajos fue la publicación de ‘El hilo del collar’, una antología de la correspondencia del escritor, seleccionada con exquisitez y buen criterio.
‘Flaubert a la carta’, que obtuvo el XVI Premio Málaga de Ensayo, surge a partir de la conmemoración en Ruen, su ciudad natal, de los doscientos años del nacimiento del escritor. Y hasta allí acude el profesor para pulsar el ambiente cultural por el escritor
Al llegar al hotel Flaubert una recepcionista le entregó un sobre con un tarjetón escrito en el que el escritor, con su misma letra y firma, le citaba para esa tarde a las cinco. Pensó que era una iniciativa turística.
Recela del encuentro pues conoce que el novelista es muy celoso de su tiempo y enemigo de relaciones fuera de su círculo íntimo. Fue prevenido pues sabía que la estupidez está en los primeros puestos de sus críticas: «la estupidez es dura y resistente, de la misma naturaleza que el granito».
Acudió con recelos pero con la curiosidad por saber que a los doscientos años de su nacimiento Flaubert, desde la atalaya de todo lo que había vivido y escrito, podía seguir ayudándonos ahora en esta época que en general exige conclusiones científicas, sociales , políticas y morales.
En la recreación de esa supuesta entrevista, Álvarez de la Rosa cuenta que Flaubert apareció vestido como un turco: una túnica, un pantalón a rayas rojiblancas y tocado con un pequeño gorro con birla y se sentaron al pie de su imponente estatua. «Flaubert aceptó el reto de responder a mis preguntas utilizando las mismas reflexiones que, a lo largo de su vida, fue desgranando entre su inmensa correspondencia».
Flaubert ama y admira a los clásicos. De niño oye las historias de don Quijote. La obra de Cervantes fue la brújula que guió al francés El es un letraherido y así lo confiesa: «tras cada una de sus lecturas fui consciente de que de repente comprendía mejor el mundo. Al igual que la pintura, los libros me enseñaron a ver y a mirar».
Ahora importa lo que Flaubert pensó de la mujer. Él fue un claro misógino, pero creador de uno de los grandes arquetipos femeninos de la historia, su Madame Bovary. En su haber está también su conocimiento y admiración literaria y personal por George Sand que fue una gran luchadora por hacerse respetar como escritora y como mujer. Sus ideas de la mujer están desgranadas a lo largo de sus cartas, en ellas da rienda a esa misoginia: «no son francas consigo mismas, no se confiesan sus sentidos. Confunden su culo con su corazón y creen que la luna está hecha para iluminar su tocador. Les falta el cinismo, que es la ironía del vicio y si lo poseen es afectado. Nunca una mujer ha inventado un desenfreno». Una segunda visión: «tratamos a las mujeres como al público, con mucha deferencia exterior y con un soberano desprecio en el interior;. Creo que el éxito con las mujeres es, por lo general, una señal de mediocridad».
Al hablar del amor, Flaubert también tiene ideas radicales. El amor es importante si, pero no es lo principal. Se lo dice a Louise Colet en varias cartas: «Quieres saber si te amo. Pues sí, en la medida en que puedo amar, es decir, para mí el amor no es lo primero en la vida, sino lo segundo. (…) Para mí el amor no debe estar en primer plano de la vida. Debe permanecer en la trastienda. En el alma, hay cosas que lo anteceden, que están, creo, más cerca de la luz, más próximas al sol. Por lo tanto, si consideras que el amor es el plato principal de la existencia, No. Como condimento, Sí».
Sobre la prostitución también aquí Flaubert manifiesta su actitud fuertemente misógina, su desprecio por la sexualidad femenina. Son numerosas sus referencias a los burdeles y a las prostitutas. Su conocimiento de la prostitución es grande cuantitativa y cualitativamente gracias a sus visitas a los burdeles franceses; también por los muchos que visitó durante su viaje de juventud a Oriente y que relata con detalle en las cartas a su amigo Louis Bouilhet. «solo le hago un reproche a la prostitución y es que sea un mito. La mujer mantenida ha invadido el desenfreno, como el periodista la poesía.»
El Flaubert viajero lo es por doble partida. Por los países que visitó, especialmente aquel viaje inicial por Oriente, y ese otro viaje interior que de manea constante propició en su intimidad. Pero de todos los viajes que realizo el que supuso una encrucijada esencial en su vida y en su obra fue el de Oriente. Sus recuerdos aquí son de ensoñación: «Al anochecer se plantan las estacas, se levanta la tienda, se da de beber a los dromedarios y te acuestas sobre una piel de león, enciendes hogueras para alejar a los chacales a los que se escucha gruñir al fondo del desierto».
Flaubert se recrea también en la necesidad de la lectura, sobre todo de los clásicos, como base para tener una formación literaria y en que la solidez de una obra literaria se basa en el trabajo constante para perfeccionar la obra, como ejemplo su Madame Bovary que le costó cinco años de trabajo.
En ‘Flaubert a la carta’, su autor propone una amena y a la vez erudita manera de conocer la genialidad del pensamiento de uno de los grandes de la literatura mundial, y de la mano de uno de sus mejores expertos.

Flaubert a la carta
- Antonio Álvarez de la Rosa
- Editorial: Páginas de Espuma
- Precio: 17,10 €
- 205pp.
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