Aniversario
María Moliner, la democratización de la lengua con un lápiz y un escritorio
En marzo se cumplieron 125 años del nacimiento de la bibliotecaria aragonesa creado 'Diccionario de uso del español de María Moliner'

María Moliner / L.O.
Daniel Monserrat
‘Escritor’. «Persona que escribe obras científicas o literarias». ‘Escritorio’. «Mueble para guardar documentos, provisto de cajoncitos y divisiones que quedan cerrados, bien por una persiana, bien por una tapa que gira sobre charnelas fijas en su parte inferior. Mesa escritorio. Sitio en donde se realizan los trabajos administrativos de un negocio = Despacho, oficina». Dos palabras, escritor y escritorio, muy relacionadas con el ingente trabajo que realizó la bibliotecaria aragonesa María Moliner durante más de 15 años, bastan para ir colocando su figura en la dimensión que le corresponde.
Son dos de las definiciones que forman parte del ‘Diccionario de uso del español de María Moliner’, publicado por la editorial Gredos en dos tomos en 1966 y 1967, que revolucionó la lexicografía. Por dos motivos fundamentales, probablemente, el más importante, es que situó el uso del idioma español en una dimensión comunicativa por encima de todo lo demás y lo hizo accesible para casi todo el mundo. El segundo puede contener una dosis de polémica, y es que le sacó los colores al hasta entonces diccionario de referencia, el de la Real Academia Española (RAE), que seguía centrado (con el tiempo se fue abriendo) en un plano más normativo. Y casi sin explicación ya nos va quedando clara la importancia de que exista esta magna obra para la litera tura del siglo XX y XXI. Cuando se le pregunta a muchos escritores, en una de esas cuestiones poco origina les que abordamos los periodistas, sobre cuáles son sus obras de referencia, la mayoría suele responder que determinados autores, normalmente, adscritos al género que ellos practican, pero lo que no cuentan muchos es que la principal es el ‘Diccionario de uso del español de María Moliner’. «Yo me sentí como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo había trabajado para mí durante muchos años», escribió Gabriel García Márquez sobre el fallecimiento de la aragonesa en su célebre artículo de ‘El País’ en 1981 (año de su muerte). Afortunadamente, han sido muchos los escritores que han resaltado lo que María Moliner tuvo por bandera al llevar a cabo este trabajo: «Es un diccionario para escritores», gritó, desde su cuidada discreción, a quien le quiso hacer caso. Así lo entendió Miguel Delibes, quien lo calificó como «un monumento a la paciencia y a la inteligencia», o Camilo José Cela, que siempre habló de él como «un diccionario imprescindible para escritores y amantes del idioma». O Paco Umbral y el propio Lázaro Carreter (llegó a ser presidente de la RAE), que tuvo claro que el ‘Diccionario de uso del español de María Moliner’ fue «un hito en la lexicografía del español por su claridad y utilidad práctica».

La lexicógrafa María Moliner, de cuyo nacimiento se cumplen 150 años en 2025. / Redacción
Un camino difícil
No fue un camino sencillo el de María Moliner para convertirse en la referencia que es hoy en día. Nacida en un pequeño (y duro) pueblo zaragozano, Paniza, en 1900 (el 30 de marzo se cumplieron 125 años, por lo tanto), su carrera vino marcada por el hecho de que, tras estudiar Filosofía y Letras en la modalidad de Historia en la Universidad de Zaragoza, ingresó por concurso en el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España en 1922. Desde ahí hizo célebre su apuesta por la democratización de la cultura a través de las bibliotecas públicas: «Cualquier libro, en cualquier lugar, para cualquier persona» era su lema. En ese momento, ya le daba vueltas a la idea de que el diccionario de la RAE estaba demasiado encorsetado y no le daba el vuelo necesario a las palabras. Y pensó estudiando inglés con el ‘Learner’s Dictionary’, de Hornby (regalo de uno de sus hijos tras un viaje a París), en su proyecto, al que le puso como fecha de duración unos pocos años. Su objetivo era, a imagen y semejanza de ese diccionario, apostar porque las definiciones explicaran cómo se usaban las palabras y dotarlas de sinónimos. Sin dejar su trabajo de bibliotecaria (le ocupaba ya cinco horas al día) y sin descuidar (no olvidemos la época en la que sucede todo esto) su faceta de madre y mujer, María Moliner inició en su casa, hacia 1952, su diccionario, al que le fue dedicando cada vez más y más tiempo (llegó a las diez horas diarias) cuando comprobó que su previsión inicial era una quimera. «Estando yo solita en casa una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en quince años», aseguró en una entrevista, siendo ya su diccionario una referencia.
Cuando llevaba diez años trabajando en él, iba por la mitad... y solo cuando cumplió más de quince años y la editorial Gredos empezaba a estar cansada de esperar, lo dio por concluido. «Empecé joven y con hijos y lo acabé cargada de nietos», lo definió gráficamente la aragonesa. Lo terminó a medias, claro, porque dicen que cuando falleció seguía trabajando y tenía metros y metros de fichas donde construía las definiciones de palabras. Y el trabajo era ingente, ya que, una vez realizadas, la propia María Moliner las corregía y volvía a revisar con bolígrafo, pluma y una Olivetti Pluma 22. Una imagen de otra época.
No hay que olvidar que estábamos en una época en la que las mayores consultas se hacían a través de la RAE, en cuyo diccionario se abusaba del círculo vicioso, unas palabras llevaban a otras y viceversa. Es por eso que el lingüista Manuel Seco destaca en ‘Estudios de lexicografía española’ que «María Moliner, en su obra, decide romper este mareante juego de la oca [...]. No solo evita la definición circular, para lo cual inventa una minuciosa jerarquización lógica de los conceptos, sino que desmonta una por una todas las definiciones de la Academia y las vuelve a redactar en español del siglo XX, dándoles, en muchos casos, una precisión que les faltaba y desdoblándolas a menudo en nuevas acepciones y subacepciones que recogen matices releva tes». Una línea que también propugnaron escritores como Javier Marías, quien ensalzaba la claridad y la utilidad de la obra frente a la de la RAE («el ‘María Moliner’ es el mejor diccionario del español, porque explica y razona las palabras con inteligencia y claridad, sin los corsés y arcaísmos del de la RAE»). Todo gracias a una estructura desconocida hasta entonces en España, ya que el orden temático primaba frente al alfabético e incluía un sistema de símbolos que simplificaba la tarea de consulta. Otra novedad es que anticipó la ordenación de la letra ‘ll’ en la ‘l’ y de la ‘ch’ en la ‘c’, algo que la RAE no asumiría hasta 1994. Eso sí, María Moliner se negó a incluir el mal habla, es decir, las palabras mal sonantes, algo que se le reprochó (y ella supo de esas quejas), ya que gran parte del empleo cotidiano de un idioma comprende este lenguaje.
A las puertas de la RAE
El empuje y la notoriedad de su diccionario hizo que María Moliner fuera candidata a ingresar como académica en la RAE en 1972, lo que la hubiera convertido en la primera mujer que lo consiguiera. Propuesta por Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo, en una sociedad todavía muy cerrada, no logró el propósito y la plaza fue para Emilio Llorach. «Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia [...] pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ‘¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!’», apuntó la bibliotecaria sobre este hecho. Un año después, en 1973, la RAE le otorgó el premio Lorenzo Nieto López «por sus trabajos en pro de la lengua», pero María Moliner lo rechazó. Cuando, en 1979, Carmen Conde rompió por fin el muro que había negado la entrada de las mujeres en la RAE, se acordó de la aragonesa en su discurso: «Es imperdonable que la Academia no haya admitido a María Moliner, que hizo un diccionario ella sola, mientras que los académicos hacen uno entre todos».
Tras su jubilación en 1970, María Moliner continuó trabajando en la revisión y ampliación de su diccionario, pero el final de su vida tampoco fue nada sencillo. En el verano de 1973, se le diagnosticó arterioesclerosis cerebral, una enfermedad que progresivamente la apartó de sus actividades intelectuales y acabó privándole del habla hasta que falleció en Madrid, donde había fijado su residencia en los últimos años, el 22 de enero de 1981. Gabriel García Márquez recordaba en el mencionado artículo que una vez un periodista le preguntó a María Moliner por qué no contestaba las numerosas cartas que recibía. «Porque soy muy perezosa», respondió. ¡Quién lo diría!
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