El Parnaso

Fernando Aramburu: Poesía sinfónica

"En la poesía es donde estoy yo entero y verdadero", asegura. Su poesía reunida en ‘Sinfonía corporal’ es un claro ejemplo

Fernando Aramburu

Fernando Aramburu / L.O.

José Antonio Santano

José Antonio Santano

¿Puede ser la lengua, y en su más pura esencia la poesía, el más eficaz instrumento de liberación? Tal vez, para la gran mayoría de las personas la respuesta sería un no, pero si profundizamos en el hecho literario en sí mismo estoy convencido que la contestación sería clara y contundente: sí. La escritura actúa como elemento liberador, conmina a ser libres en el sentido más amplio del término. Escribe el poeta Ruiz Amezcua: «todo arte verdadero en sí mismo es una forma de rebelde heterodoxia contra la productividad rutinaria de lo cotidiano. La singularidad es subversiva siempre». La esencia de la poesía está en las palabras que surgen de la nada con la pretensión de alcanzar lo absoluto, como así lo describe el filósofo Emilio Lledó en su libro ‘Palabra y humanidad’: «Las palabras constituyen el fondo de la intimidad. La mirada hacia sí mismo es una forma del diálogo interior que nos habita, la sustancia verbal que nos distingue y en la que nos encontramos siendo quienes somos y oyéndonoslo decir». Nos conducen estas reflexiones hasta una cierta y singular poesía, una manera de mirar el mundo, las cosas y seres que lo conforman, a sabiendas que sólo así la palabra, trascendida, se colmará de luz. Esa palabra de luz no es otra que la del poeta Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) y en la que ahondaremos tras la lectura de su libro ‘Sinfonía corporal’, en el que reúne su poesía de 1977 a 2005.

Fernando Aramburu es archiconocido en el ámbito de la narrativa, no podemos olvidar títulos como ‘Patria’ (2016), novela premiada con el Nacional de Narrativa, Premios de la Crítica, Euskadi, Francisco Umbral, Dulce Chacón, Arcebispo Juan de San Clemente, Strega Europeo, Lampedusa o Atenas); ‘Los vencejos’, o el último, ‘Hijos de la fábula’, entre los más importantes y sin olvidar otros anteriores que avalan su prestigiosa trayectoria y reconocimiento como uno de los mejores escritores europeos. Sin embargo, el presente comentario trata de evidenciar lo que el propio Aramburu declara abiertamente: «En la poesía es donde estoy yo entero y verdadero». Su poesía reunida en ‘Sinfonía corporal’ es un claro ejemplo de que el «yo» lírico trasciende la realidad para convertir la palabra en una especie de edén donde el poema («Ya nace de pronto/ un poema. Tiene/ cadenas y tiempo/ y acaso padezca/ prosapia (…) Obsérvalo/ volar hacia la nada,/ vivaz con mis días/ posible».) nace silencioso y convulso a la vez, como un temblor único e irrepetible, capaz de alterar al lector, de emocionarlo tras el despojamiento total de un lenguaje que quiere ser búsqueda mistérica, verdad y asombro existencial, naturaleza viva, liberación al cabo. Vuelan libres los versos de Aramburu para regresar una vez y otra al sentido mismo de la vida, la fiereza de su continuo inconformismo, la infancia junto al mar, «Recuerdo un niño azul…», el recuerdo paterno («Esas manos cansadas han amado/ y tienen voz, mi voz que es toda suya, puerta/ de palabras por donde irrumpe amando/ un pájaro sin plumas, todo beso») o la callada presencia de la madre («Ven callando, madre,/ acércate con esa resignación que ara tu frente en arrugas de piel/ que se derrumba. (…) Tú eres lo único en mi vida que no tiene polvo en el rostro»). Todo fluye al calor de la palabra, no hay prisa, sino silencio, aprendizaje continuo, reflexión profunda sobre el alma de todo ser o cosa, mirada interior para conocerse y conocer el mundo, abriendo el corazón de par en par. Nada escapa al poeta, alerta siempre al grito o al dolor de los otros («Porque como el dolor el mar es vasto»), de los ausentes o vivos, que como sombras resurgen del vacío y se hacen cuerpo o materia. Aramburu renace en casa verso, porque solo así vive en los demás para ser él mismo: hombre y poeta que no se arredra ante nadie. Es esa sensibilidad quizá la esencia de su discurso lírico, que comporta el compromiso ineludible de defender la vida por encima de todas las cosas. Y así se refrenda cuando su mirada es tan azul como el mar («Llegará el mar, desnudo y sin galones,/ como un ciego zarpazo que nunca nos olvida») o escucha el sonido del aire en los hayedos y arroyos, donde mana y trasciende la voz de Aramburu, pues nada le es ajeno, y en soledad se adentra en lo mistérico y matérico, dejándose llevar por la música del agua de lluvia sobre la tierra toda («Yo quisiera llover, llover/ interminablemente,/ sentir que me deshago en una/ larga melena de gotas finas y festivas).

‘Sinfonía corporal’ es una cita ineludible con la esencialidad poética de Aramburu, un lugar de encuentro con la palabra que nos redime y nos acerca a los orígenes de la existencia, a la luz y los silencios que conforman el mundo, al amor en absoluta desnudez («Si el amor es dominio, domíname/ entre tus brazos, haz que sea una hoja/ en ellos, un remoto pedazo/ de primavera, sombra liviana./ Si el amor es muerte, mátame./ Fuera de tu vivir no hay vida»), y también a la partida, al tránsito último, recogido en su breve poema Epitafio: «¿Morir? No he muerto. Soy/ estas piedras tiradas/ sin dolor, sin conciencia,/ acaso esa porción/ de pájaro en la rama/ o aquella hoja inmortal de hiedra/ en tu olvido» y añade como cierre de intenso lirismo: «porque el único fruto que da un hombre/ es su muerte, y después su muerte toda».

Como dice Irazoki en el epílogo, Aramburu pertenece a esa estirpe de «poetas profundos que viven escondidos o refugiados en un lugar discreto de trabajo y búsqueda», sí, pero con una obra magistral que brilla por sí misma.

Sinfonía corporal (Poesía reunida)

  • Fernando Aramburu
  • Editorial: Tusquets
  • Precio: 17,10 €
  • 208 páginas
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