Anagrama
Perec y la ciudad: modo de empleo
Anagrama publica el esperadísimo inédito del autor; un artefacto monumental y autobiográfico sobre París en el que Perec vuelve a deslumbrar con su apuesta por el juego y los límites de la escritura

Georges Perec / L.O.
Hubo un momento, una suerte de preliminares pop en esto de los mitos y de la literatura, en el que el mundo se volvió medio loco y ya no era necesario morirse para convertirse en famoso. Al escritor -al escritor famoso, se entiende- le esperaba entonces una suerte de tiempo añadido marcado por el gambeteo adulador de los aspirantes a reemplazarle, el odio callado de sus enemigos y la extraña convivencia entre la sangre en cuerpo presente y el mármol carolingio de los homenajes de las diputaciones. Poco después, el escritor moría y se entendía que ni la muerte ni la fama eran para siempre. Lord Byron dejaba de ser Lord Byron, surgían nuevos Lord Byron sin citar a Lord Byron y cincuenta años después era como si nada hubiera sucedido hasta que un muchacho despistado y poco afortunado en amores se perdía en una biblioteca y acababa por encontrar a un autor que casi nadie conocía y que no del todo por azar respondía al nombre de Lord Byron. Con esto quiero decir que, en los libros, nada permanece y que la posteridad es un asunto caprichoso del que ni siquiera escapan a la postre los tótems sagrados. Y mucho menos los experimentales, tan solos en su alambique, que suelen ser olvidados y plagiados sin derecho a réplica por las vanguardias ulteriores, cuando no provocar sonrojo por la ingenuidad de sus planteamientos. Salvo que se llamen Georges Perec, claro está, supuesto en el que no pasan de moda. Tanto por la vigencia de sus escritos como por su involuntaria habilidad de renovar su comunidad de fieles entre las distintas generaciones.
Fallecido en 1982, a una edad, 46 años, que no da para ni para Nobel del Perú ni para Papa, Perec quizá sea el escritor de la segunda mitad del siglo XX que mejor haya despejado la ecuación altamente desfavorable que vincula a la ambición con la perdurabilidad de la obra. Haber envejecido tan bien es, en su caso, más que meritorio, teniendo en cuenta el gusto por los arabescos de la cultura francesa y su propia e inconfundible tendencia como autor a profanar las fronteras. No sólo respecto a otras disciplinas, sino también a su convergencia con tecnologías que la era de internet ha convertido en quincalla. Perec fue una criatura de su tiempo y a la vez del futuro, dotado de una curiosidad impenitente hacia todo lo que le rodeaba y al mismo tiempo pertrechado de atributos que funcionan como auténticos chutes de adrenalina para el rejuvenecimiento literario: uno de ellos, es la voluntad de juego, el espíritu lúdico, que el parisino manejaba como pocos. Y otro, acaso más trascendente, la onda expansiva y el alcance de sus propuestas, que se adelantaron incluso a conflictos que tardarían todavía unas décadas en manifestarse, tanto el campo de la literatura como el de la publicidad, las matemáticas aplicadas, el urbanismo o el arte. Que un señor con pinta de científico loco y muñidor de crucigramas escriba libros en los que desaparece una vocal o basados en enumeraciones puede parecer simpático e indudablemente lo es, pero se transforma en otra cosa cuando esos mismos textos se imponen como algunas de las mejores novelas de la pasada centuria. Sobre todo -y ahí viene el salto mortal- por no conformarse con el ingenio de sus dispositivos e incorporarlos a la causa literaria de siempre: la de descubrir, razonar y conmover. Con indagaciones acerca de mecanismos tan fundamentales como la memoria -concepto muy presente en toda su obra y más en ‘Lugares’ (Anagrama), su hasta ahora gran inédito- de una inteligencia ultramoderna y filosóficamente omnívora y una belleza milenaria. Más aún si se considera que está elaborada por un descendiente de judíos asesinados en Auschwitz al que tuvieron que afrancesar el apellido y con graves y objetivas dificultades para reconstruir su pasado.
Cincuenta años después de su interrumpida conclusión -el autor, casi a modo de metáfora, acabaría atrapado en su propio eje y abandonando el proyecto- ‘Lugares’ llega al lector en español con el estruendo causado en Francia por su reciente recuperación, que acredita al libro no como un apéndice, sino también como una síntesis ciclópea y una culminación del resto de su literatura. Sólo a Perec se le ocurriría abordar su autobiografía en cuatro libros y dejar para el final este providencial título, traducido por Pablo Martín Sánchez -miembro del grupo Oulipo- en el que el francés se planteó una odisea de doce años de duración consistente en hacer una doble escritura anual acerca de una docena de rincones que habían formado parte de su vida, escribiendo, en primer lugar, un recuerdo espontáneo asociado al espacio y dedicando el texto complementario a la descripción in situ de ese mismo espacio, para lo que se valía de visitas y de borradores en muchos casos bípedos y garabateados sobre la marcha. Un planteamiento que, fiel a su estilo, trató de someter a un modelo matemático de combinaciones y que incluso acompañó con el depósito de cada pareja de textos en sobres lacrados. Justamente la parte nuclear del material desempolvado para dar forma a la que es la primera edición de ‘Lugares’. Obra que es un tratado sobre la imposibilidad de la memoria y del olvido, las calles y la literatura; un mapa vivo y alternativo del París de los setenta y una investigación sobre la relación con el entorno y con los objetos. Y en la que el autor, además, muestra su lado más humano. Incluido a la hora de exponer el motivo que le inspiró la epopeya: contar con una coartada para volver al lugar de su separación con Suzanne Lipinska. Quién sabe. Lo mismo al final son estas cosas- el amor y la melancolía- las que levantan las ciudades.

Lugares
- Georges Perec
- Editorial: Anagrama
- Traducción: Pablo Martín Sánchez
- Precio: 28,00€
- 824 pp.
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