Novela

Todos los genios sonríen igual: el guitarrista de Montreal

Galaxia Gutemberg nos presenta una novela, donde la palabra bien elegida no falta, y que cose el destino a la esperanza en el arte a partir de los hechos ya conocidos de cómo el cantante judío Leonard Cohen descubrió la música a través de Lorca y un guitarrista flamenco

Leonard Cohen.

Leonard Cohen.

Francis Mármol

Francis Mármol

«Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz». Los genios suelen dejarnos palabras aladas con la única intención de que nos libremos del dolor o al menos nos reconfortemos al pasar por lugares lúgubres por donde ya circularon otros. Este es el espíritu que sobrevuela ‘El guitarrista de Montreal’ donde con una mezcla del género reporteril y el autobiográfico Miguel Barrero viene a construir su trama novelesca sobre la importancia del azar en la vida y la misión sanadora del arte.

Entre estos dos anatemas se cuela la luz. Porque el mundo sería un lugar insoportable si no fuera porque de tanto en tanto alinea sus astros y en este caso por ejemplo descubre a través de un anónimo gitano la música para otro relevo como el de un joven desnortado llamado Leonard Cohen. Lo importante es darse cuenta cuando te guiñan las estrellas y Leonardico, como lo llamaba Enrique Morente, otro relevo de su estirpe, siempre tuvo una sensibilidad especial para percibir la llamada.

No era por muchos conocida la historia de cómo Leonard Cohen se aficionó a la música. Cualquiera puede recordarse aquel día en el que el cantante canadiense recogió su Príncipe de Asturias de 2011 y nos confesó que su afición le venía de un hecho sobrenatural. Aquel joven judío de Montreal, nacido en el seno de una familia bien de la afrancesada metrópoli, que descubrió el poder de la música de la manera más accidental y poética posible. En un parque, concretamente junto a la pista de tenis del Murray Hill de la ciudad mencionada, admirando a un artista callejero que resultó ser como un enviado celestial. Un flamenco gitano que le proporcionó solo tres clases y dejó de existir, como para mostrarle el camino. Traspasándole ese relevo figurado, ese alma atormentada y dulce, a un joven que supo entender su cometido a partir de ese momento en la vida.

De este hecho singular, y del de haberse sentido conmovido anteriormente por la lectura de la poesía de Lorca, en otro acto bastante aleatorio en una recóndita librería de Montreal, construye Barrero una narración que por transitada por hechos de sobra conocidos redunda con tino en la posibilidad de un destino o de la elección del mismo. La cita judía proclama: si Dios no hubiera tenido un plan para ti, no te habría hecho, lo cual parece que corrobora la necesidad de que creamos en las coincidencias, en la esperanza, en que llegarán esas luminarias y nos salvarán de esa oscuridad desorientadora, en esa rendija salvífica que se cuela por el muro y nos puede sanar. O simplemente darle un significado a todo.

Leyendo, y viendo el reciente documental 'Morente i Barcelona', uno puede darse cuenta de que al mismo tiempo es muy complicado que las grandes mentes creativas no acaben por tener una atracción misteriosa. El arte imanta. También le pasa esto al narrador de esta historia en pleno Covid. También le ocurrió al inabarcable Morente con su amigo Leonardo. Al que sintió como un compinche al otro lado del océano y que como buen aficionado al flamenco, no era nada más que cuestión de tiempo que una ola le trajese hasta el Mediterráneo y acabaran abrazados sonriendo en el extinto festival de Benicassim. Sin mezclar sus voces pero notando el vals agarrado de la madrugada, de la poesía, de Granada, de su Aleluya.

Barrero queriendo o sin quererlo se entretiene en contarnos minuciosamente, en bastantes páginas, la miscelánea de una calle en Montreal que nos lleva hasta la casa, la librería o el parque que existieron para que se produjera el milagro Cohen. Todo en Montreal parece una recreación imposible de encadenar con armonía de edificios de diferentes épocas, pastiche de Europa en América, hasta que uno entiende que el laberinto por extraño y lejano tiene una solución cabalística, se llama inquietud, curiosidad, ambición, descubrimiento, llamada, sentimiento, necesidad o milagro. Lo único que sobra decir de la concatenación de hechos más o menos peregrinos que enredando la madeja infinita de la vida resultan es que al final un genio sucede a otro, se erige sobre su testimonio cadavérico en forma de canciones, poemas o cuadros, y lo único que los descubre del resto es su manera de sonreír. Porque Enrique como Leonardo sonrieron igual cuando se asomaron a la poesía de Doña Rosita la Soltera o el Diván del Tamarit o aquella tarde en el Hotel Rich de Madrid en la que se encontraron o en la noche del FIB. Extraños compañeros de viaje que solo el arte o el destino supo poner en combinación para su alfa y su Omega.

El guitarrista de Montreal

Autor: Miguel Barrero

Editorial: Galaxia Gutenberg

Páginas: 200

Precio: 18,00 €

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