Historia
Evasión o muerte
En un magnífico libro, ‘El último vuelo’, Fernando Castillo narra la historia de la huida de una serie de personajes relevantes en dos momentos dramáticos: el fin de la Guerra Civil de España y los últimos días de la Segunda Guerra Mundial

Léon Degrelle. / l.o.
Lean cómo huyó Léon Degrelle, el gran líder del nazismo en Bélgica, uno de los mayores colaboradores de Hitler y su nacionalsocialismo. Escapó en un avión Heinkel que salió en vuelo nocturno desde Oslo el 7 de mayo de 1945. Era una huida a la desesperada. Después de siete horas de vuelo, el avión empezó a quedarse sin combustible, era a la altura de Bayona, a unos pocos kilómetros de la neutral España y Degrelle ordenó al piloto dirigirse a España, volando casi a ras de agua llegaron a San Sebastián y aprovechando la marea baja el piloto decidió aterrizar en plena playa de la Concha. El estrépito del aterrizaje despertó a la ciudad. Eran las seis y media de la mañana, los donostiarras que se acercaron a la playa pudieron ver el avión flotando en la playa, mostrando una gran esvástica en la cola. El último vuelo de Léon Degrelle resultó de película de Hollywood. Fue una aventura que resume lo que representa una huida en el último momento.
Esta es quizá la huida más peliculera que cuenta Fernando Castillo en su último libro, ‘El último vuelo’, que publica Renacimiento, un magnífico ejemplo del trabajo meticuloso y riguroso que emplea Castillo en todos sus libros y que en esa ocasión nos ilustra sobre las formas de fuga cuando llega el caos. Una peculiar historia de la escapada en los últimos momentos, la escapatoria de los que saben que no habrá piedad para ellos y buscan un escondrijo a cualquier precio que les salve el pellejo.
Fernando Castillo ha concentrado su atención de historiador y narrador en ese tiempo turbio de Europa que comienza a finales de los años veinte y termina en el gran derrumbe de 1945, señala Muñoz Molina en el prólogo. El mundo de Castillo es el de las retaguardias, el del reverso de los heroísmos verdaderos o ficticios, no el de los dispuestos a sacrificarse sino el de los decididos a sobrevivir de cualquier manera.
La huida cobra especial importancia y añade drama al asunto cuando los que quieren escapar, los perdedores, tuvieron una relevancia pública y política en el sistema que desaparece. Castillo retrata en ‘El último vuelo’ a aquellos dirigentes republicanos españoles que lograron el último billete saliendo de Madrid o en los aviones que despegaron de Murcia o Alicante; también a los colaboracionistas, los collabos, de los nazis en Francia, Bélgica u Holanda que lograron salvarse horas antes de ser apresados por los aliados; o a los militares nazis en Berlín, huyendo ante la llegada de los tanques rusos.
Se centra en momentos dramáticos, el fin de la Guerra de España y los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Las fugas aquí descritas tienen dos elementos comunes. Todas emplearon el avión como medio de evasión, -un medio moderno y selecto en esos años- y todas tuvieron a España como punto de destino o de partida. Son además huidas excepcionales que solo unos privilegiados por su posición económica o social pudieron llevar a cabo frente a la suerte fatal que corrieron la mayoría de fugitivos.
Durante el mes de marzo de 1939, especialmente, desde varios aeropuertos de la zona de Alicante y Murcia, aún en manos republicanas, despegaron aviones donde huían de una muerte segura personajes como el presidente del Consejo de Ministros, Juan Negrín, ministros como Julio Álvarez del Vayo, dirigentes del Partido Comunista como Dolores Ibárruri, Palmiro Togliatti, Enrique Líster, el poeta Rafael Alberti y su mujer María Teresa León. Los destinos principales fueron Toulouse y la Argelia francesa. El trajín fue enorme en esas semanas en los aeródromos de El Fondó (entre Monóvar y Elda), Alicante y Murcia.
En la llamada Posición Dakar, en Elda, estaba concentrada lo más granado de la dirección de los comunistas españoles con Dolores Ibárruri a la cabeza. Fue ese pequeño grupo de privilegiados el que consiguió salvar la vida huyendo en los pequeños aviones dispuestos en El Fandó y Monóvar. Lo hicieron en condiciones dramáticas y a la carrera pues las tropas del coronel Casado, que acababa de sublevarse contra el gobierno de Negrín, le pisaban los talones y estaban a punto de tomar los aeródromos alicantinos. Tal es así que los huidos fueron escoltados por soldados del XIV Cuerpo del Ejército y pudieron despegar con normalidad. La misma situación vivieron los dirigentes que se encontraban en la llamada posición Yuste, en Petrel, Alicante, con Juan Negrín y los restos del gobierno republicano. El 6 de marzo emprendió su último vuelo desde España la dirigente comunista Dolores Ibárruri. Lo hizo en un Dragón Rapide desde Monóvar para aterrizar sin contratiempo en el pequeño aeródromo de Orán, en la Argelia libre. Le acompañaban Jesús Monzón y otros líderes comunistas. Rafael Alberti, María Teresa León y otros escaparon en esa misma fecha en otro Dragón Rapide que salió de el Fondó y aterrizó en Orán en un vuelo sin contratiempos
Del lado de los collabos nazis, los que huyeron a España la mayoría llegaron de Alemania y el norte de Italia. Por su resonancia destaca, ya hemos hablado de él, Léon Degrelle, que protagonizó una fuga de cine, espectacular. El fundador de partido fascista Rex y uno de los más activos y fervientes colaboracionistas de Hitler pudo refugiarse en la España franquista donde siempre estuvo protegido y se le permitió continuar con la propagación de sus ideas fascistas y vivir sin mayores problemas hasta su muerte con 87 años en Málaga, en 1994.
Otro personaje importante huido a Madrid fue el franco argentino Charles Lesca, que fue el director de la revista furibundamente nazi y antijudía Je suis partout, el principal periódico de los collabos y portavoz de PPF. Ya en España fue un hombre importante en proteger y ayudar a los colaboracionistas huidos a Madrid. Entre ellos Alain Laubreaux, que en París ejerció de crítico teatral de los nazis y feroz antisemita, pero que una vez a salvo en Madrid tuvo una vida que fue cayendo en el olvido y casi en la indigencia; también Georges Guilbaud, periodista y miembro del Partido Popular Francés, el más importante del fascismo galo. De España marchó a Argentina para engatusar a Perón que lo convirtió en asesor financiero, lo que le permitió enriquecerse.
El último huido a destacar, Abel Bonnard, una de las grandes plumas de Francia. Bonnard, dandi, cosmopolita, hombre mundano, poeta excelso, miembro de la Academia Francesa y de hondos ideales fascistas que le llevaron a ser ministro de Educación del gobierno de Vichy. Su huida a España se produjo en condiciones dramáticas. Bonnard llegó a Barcelona desde Bolzano, en el último avión alemán que despegó de Italia. Acompañaba a Pierre Laval, jefe del gobierno de Vichy. Laval fue entregado a Francia y fusilado. Quizá gracias a ello Bonnard y el resto pudo seguir en España bien apoyado por el gobierno de Franco al contar con la ayuda del ex ministro de exteriores José Félix Lequerica y otros grandes del régimen como Víctor de la Serna. Aunque mantuvo contacto con los collabos exiliados en Madrid, Bonnard era un hombre de letras que se dedicó a los estudios de arte e historia, con continuas visitas al Museo del Prado y alejado de actividades políticas. Escribía artículos para periódicos madrileños, dictaba conferencia e investigaba en el arte. En 1958 regresó a París para ser juzgado. La condena política fue leve, con una pena de destierro inmediatamente indultada, la peor fue la condena de la indiferencia y el olvido que encontró en París y esto le hizo volver a España. Pero este segundo exilio fue ya de soledad y mortecino. Murió en aquel mayo del 68 en que París se levantó.
Castillo, en un gesto encomiable, tiene un recuerdo especial para los pilotos de esos aviones, consiguiendo averiguar incluso los nombres de algunos de ellos, unos pilotos, en muchos casos forzados, que fueron los que más se jugaron, por obligación, y sin tener el nivel de responsabilidad de los que huían y que forman el lado más oscuro de esta historia. Es el caso de Crescensio Ramos o Silvio Lurueña, que abandonaron España para salvar a otros dejando a su mujer y a sus hijos. Fueron exiliados forzosos.
Un libro extraordinario, de grata lectura para todos aquellos que aman la historia en sus detalles, esos que Fernando Castillo sabe descubrir y contar con maestría.

El último vuelo. Fugitivos de la República y la colaboración
Autor: Fernando Castillo
Prólogo: Antonio Muñoz Molina
Editorial: Renacimiento
Páginas: 490
Precio: 23,60 €
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